Menudo chasco. Acabo de leer la
reforma laboral que se aprobó el mes pasado: cinco artículos, siete
disposiciones adicionales, ocho disposiciones transitorias, una disposición
derogatoria y ocho disposiciones finales, en total 54 páginas, y no veo por qué el Gobierno y los sindicatos
están tan contentos. Tampoco veo que el PP esté cabreado y diga que votará en
contra. Soy miope de nacimiento, pero los miopes vemos muy bien de cerca, no
necesitamos gafas para ver que la tan celebrada reforma solo supone recuperar
algo de lo perdido. Leyendo el texto, salta a la vista que el llamado “acuerdo
histórico” se queda en un apaño para salir del paso y cambiar muy poco. Es como
si alguien presumiera de reformar el cuarto de baño y cambiara la bañera por
una cabina de plástico en la que apenas puede moverse y se da unos porrazos
tremendos cuando trata de enjabonarse la espalda.
La izquierda hace reformas de a
poquito. Suele quedarse a medias y nunca arriesga ni se atreve con las leyes de
la derecha. No hace lo que el PP, que nada más llegar al gobierno se carga, de
un plumazo, cualquier ley progresista. Para muestra, ahí están la reforma
laboral de 2012, la Ley Mordaza, la de Educación y tantas otras que el PP aprobó
en solitario, sin consenso alguno y dejando muy claro que eran ellos los que
gobernaban. Porque de eso se trata, de gobernar cuando toca; no de marear la
perdiz y hacer como si tal para disimular que se incumple lo prometido al
precio de que no se enfaden la Unión Europea, el IBEX35 y los poderosos.
Si fuera verdad, como dicen Vox,
Ciudadanos y el PP, que este Gobierno es social comunista, para qué quiero
contarles cómo habría quedado la reforma laboral de los populares. No
reivindico un Gobierno de extrema izquierda. Nunca, ni de joven, me gustó el
comunismo y ahora tampoco. Pero pienso que nos vendría de perlas un Gobierno que
fuera, siquiera, socialdemócrata. Que mejorara la situación de la salud y la
educación públicas, avanzara en el camino de la igualdad social y de género,
redujera el paro juvenil y llevara a cabo cambios relevantes en temas capitales
como la fiscalidad, el papel de los bancos, las relaciones laborales y la
distribución de la riqueza.
Es justo reconocer que este
Gobierno lo intenta. Voluntad sí que pone, pero enseguida que oye voces se
acoquina, le tiemblan las piernas y elige el mal menor, creyendo que de esa
manera contenta a sus votantes y no enfada a la derecha ni a los poderes
mediático y económico. Si quieren más pruebas puede servir como ejemplo el
magistrado que propuso el PP para el Tribunal Constitucional, Enrique Arnaldo,
cuyo currículo es bochornoso en cuanto a lo que debe exigirse para semejante
cargo. Es igual, el Gobierno terminó aceptándolo por miedo a que el PP siguiera
con su postura de bloquear la renovación del Poder Judicial.
Otra vez el miedo. Miedo que
también se advierte en la incomprensible defensa del personaje que fue rey de
España y, cuando su país pasaba por una crisis sin precedentes, se permitió la
desfachatez de regalar 65 millones de euros a una de sus amantes.
Gobernando con miedo, la
izquierda se debilita. Propicia que la derecha y la ultraderecha se
envalentonen y se hagan más fuertes.