lunes, 8 de noviembre de 2021

Desconcierto en el cementerio

Milio Mariño

Como cada cual es como es y a mí no suele gustarme hacer lo que está mandado, esperé que pasara el día de Todos los Santos y subí al cementerio el sábado por la mañana. 

No hubo sorpresas. Lo encontré como lo dejó el Ayuntamiento, hace años, cuando decidió desnudarlo talando aquellos cipreses que parecían lágrimas verdes. Estaba tranquilo. Las tumbas y los muertos seguían en su sitio, las flores lucían un poco mustias después de una semana envueltas en celofán de regalo y no había turistas buscando lapidas con inscripciones curiosas o apellidos famosos para hacerles una foto y guardarla como recuerdo. En realidad no había nadie. Así que supuse que los muertos estarían contentos disfrutando del en paz descanse después de unos días de agobio por las visitas y los conciertos.

 ¿Pero qué cojones es esto? Imagino que dirían los muertos, con un rictus de incredulidad, cuando vieron aparecer a la Banda Municipal con sus instrumentos seguida de los que siempre se apuntan a todo, convencidos de que así vivirán más años.

No les extrañe la expresión que pongo en boca de los muertos porque si damos crédito a lo que escribió Juan Rulfo en "Pedro Páramo", los muertos no hablan con los vivos pero hablan entre ellos como los vecinos de cualquier barrio. De modo que cabe suponer que habría acalorados debates a propósito de ese empeño de algunos Ayuntamientos, incluido el nuestro, de utilizar los cementerios para atraer turistas con el reclamo de que, por si no fuera bastante con el valor histórico y artístico de algunas tumbas, también se ofrece un variado programa de actos.  

Lo de aquí fue un concierto pero en otros cementerios, además de conciertos, hubo recitales de poesía, proyección de películas, representaciones de Don Juan Tenorio, instalaciones artísticas, rutas guiadas y en unos cuantos, aunque tal vez no lo incluyeran en el programa, supongo que también habría misas, rosarios y algún responso.

Viendo el auge y la promoción que están dando al turismo de cementerios no me extrañaría que los Ayuntamientos completaran su oferta ofreciendo espichas, tapas variadas, degustaciones de  jamón, queso y vino y cualquier otra ocurrencia que atraiga al público. Algunos ya lo han hecho y han convertido los cementerios en el espacio elegido para celebrar bodas, sesiones fotográficas y desfiles de modelos como el que celebró Gucci en el cementerio de Arles y contó con la asistencia de Elton John, Salma Hakey y Valeria Golino, entre otras celebridades.

Dicen que de lo que se trata es de llevar vida a los cementerios y acabar con la imagen de que son espacios sombríos que remiten al dolor y la tristeza. La tendencia, al parecer, es convertirlos en museos a cielo abierto, donde se lleven a cabo múltiples actividades.

No lo entiendo. Y entiendo menos que no se deje en paz a los muertos y se utilicen los cementerios fuera del contexto de los usos y costumbres vinculados con la muerte a lo largo de la historia. Creo, sinceramente, que al margen de que uno sea ateo o católico, la idea de que los cementerios se conviertan en un recurso turístico para hacer negocio merece una reflexión.

La mía es que los conciertos y todos esos actos en los cementerios provocan el desconcierto de los muertos y de quienes no entendemos que pudiendo promocionar mil lugares, cosas y actividades se promocione el turismo necrófilo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 1 de noviembre de 2021

Los trabajadores pasan de la reforma laboral

Milio Mariño

El Gobierno de Pedro Sánchez está en pleno debate sobre si deroga total o parcialmente la Reforma Laboral que el Gobierno de Mariano Rajoy impuso en febrero de 2012 y trajo consigo devaluar las relaciones laborales y devolverlas a los tiempos del franquismo. Aquella reforma afectó a cerca de cien artículos de diferentes de leyes como el Estatuto de los Trabajadores, la Ley General de la Seguridad Social o la Ley de Empleo y se hizo sin que el Gobierno del Partido Popular negociara absolutamente nada con los Empresarios y los Sindicatos. El PP ya tenía decidido lo que pensaba hacer. Dictó un Decreto Ley que supuso, según el ministro de economía de entonces, Luis de Guindos, “una reforma extremadamente agresiva para los trabajadores”.

Nueve años después, con unas relaciones laborales devaluadas al máximo, no parece que los trabajadores muestren mucho interés por cambiarlas o tengan pensado movilizarse para dar el empujón definitivo que acabe con el marco jurídico que ampara, legaliza y propicia la precariedad y los bajos salarios. No se percibe un clamor en la calle ni en los centros de trabajo pidiendo al Gobierno que derogue la Reforma Laboral. Así que mucho me temo que esta apatía se deba a la tesis según la cual el ascenso de la extrema derecha es consecuencia de que muchos trabajadores han cambiado su voto y están dispuestos a brindarle su apoyo. Tesis que llevaría a la reflexión de que la conciencia de clase ha pasado a mejor vida y ya no tiene vigencia aquella famosa frase: no hay nadie más tonto que un obrero de derechas. Ahora un obrero puede ser de derechas y decir convencido que tonto es quien no lo sea. Quien lo diga, no insistiré en llamarlo tonto, pero un atleta mental tampoco parece. No creo que demuestre tener muchas luces alguien a quien no le importa una ley que le exige agachar la cabeza y que le pateen el culo por 900 euros al mes.

La disculpa, de quienes no están dispuestos a mover un dedo para que se modifique esa ley, es que este tiempo que vivimos obliga a no rebelarse con tal de sobrevivir. Y, es muy cierto que no se rebelan, pero se quejan. Se quejan porque es más cómodo quejarse y culpar al Gobierno, los sindicatos o incluso a la propia familia de que llevan una vida de mierda y no tienen esperanza de que mejore. No se les ocurre pensar que sus padres y sus abuelos lo tuvieron peor que ellos y no se dedicaron a encogerse de hombros y decir: “es lo que hay”.

Sí es lo que hay habrá que cambiarlo. No puede ser que los trabajadores, sobre todo los más jóvenes, acepten sobrevivir y se tumben en el sofá. Es una mala noticia, para el progreso de la sociedad, que el Gobierno y los Sindicatos peleen por derogar la Reforma Laboral y no tengan a nadie detrás.

Hay quien opina que si las cosas están así es porque la izquierda y los sindicatos no han sabido conectar con los trabajadores y deben cambiar su discurso. Es posible, pero también puede ser que quienes deberían escuchar ese discurso hayan comprado el discurso de que siempre hubo ricos y pobres y acepten la precariedad y la sumisión. Que piensen que la suerte está echada y no vale la pena luchar por cambiarla. 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 25 de octubre de 2021

Legalizar el asturiano

Milio Mariño

Llevo un tiempo que no salgo de mi asombro ante la cantidad de artículos que, en este y otros periódicos, se oponen al reconocimiento del asturiano como lengua cooficial. Excuso decirles que no comparto esas opiniones, pero me propuse resistir a la tentación de escribir sobre el tema y resistí hasta que no pude más con la cantidad de bulos y mentiras que se utilizan para construir un discurso que, si le quitamos los falsos cimientos, se cae por su peso absurdo y, si me apuran, hasta ridículo.

De todas maneras, tengo muy claro que cualquiera puede estar en contra de que se reconozca la oficialidad del asturiano sin tener que dar explicaciones por ello. Faltaría más. Lo curioso es que quienes sí quieren darlas, en unos casos, opinan sin ningún rigor y con total falta de respeto a la verdad y en otros con tanta hipocresía y cinismo como lo hacen algunos políticos que rechazan, en Asturias, lo que abrazan cien kilómetros más allá.

Así que no me quedó otra que hacerle caso a Karl Popper y seguir su consejo. Según el filósofo, quienes defendemos la libertad tenemos la obligación de defender la pervivencia de una sociedad tolerante ya que si no lo hiciéramos los intolerantes acabarían con la democracia. Acabarían con algo tan fundamental y preciado como son los derechos y la libertad que nos dan.

Al parecer, aún hace falta que recordemos que la ley de la eutanasia no nos obliga a morir. La del aborto no nos obliga a abortar. El divorcio no nos obliga a divorciarnos. El matrimonio igualitario no nos obliga a casarnos con una persona homosexual. Y el reconocimiento del asturiano, como lengua cooficial, tampoco nos va a obligar a que hablemos de otra forma que no sea la que queramos. Quien quiera hablar en castellano podrá seguir haciéndolo porque nadie se lo va a impedir. Estamos en las mismas que en los ejemplos anteriores. ¿A qué viene entonces esa furibunda campaña contra el reconocimiento del asturiano?

Debe venir, supongo, de que no todos mostramos la misma actitud frente a las ideas de los demás. Los hay que, por encima de todo, quieren que prevalezcan las suyas. Eso explica que les moleste que los asturianos que lo deseen puedan expresarse en lo que consideran su lengua. Les molesta y se oponen a la oficialidad porque entienden que la democracia les permite oponerse a la libertad del otro. Costumbre que practican a menudo pues coincide que quienes se oponen al asturiano vienen a ser los mismos que se oponen a cualquier ley que signifique progreso.

No creo que lo hagan a mala fe. Creo que desconocen lo que es un derecho y que tal vez no saben que en marzo de este mismo año el Tribunal Constitucional se pronunció a favor del uso del asturiano. Vox interpuso un recurso y los jueces del Tribunal Constitucional dictaron una sentencia en la que dicen: “Es especialmente adecuado hablar asturiano en el Parlamento Regional porque garantiza y visibiliza esta realidad lingüística plural”. Y en esa misma sentencia añaden: “Para una defensa más sólida haría falta la legalización de la cooficialidad”.

La sentencia es muy clara. Y, como estoy convencido de que quienes se oponen a la legalización del asturiano son personas de bien que están a favor de cumplir la legalidad, se me está haciendo muy raro que no acepten adecuar a derecho una situación irregular.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

 


lunes, 11 de octubre de 2021

El futuro de la Atención Primaria

Milio Mariño

La certeza de que falta poco para que volvamos a la normalidad ha provocado que vuelvan viejos problemas como el de los Centros de Atención Primaria, que si hace dos años estaban mal ahora están peor porque en todo ese tiempo se atendió a lo principal, que era el virus, y no se hizo nada por resolver las carencias. Circunstancia que la gente entendió y asumió con resignación y paciencia. El sentir mayoritario era que vivíamos una situación excepcional y eso disculpaba la demora en las citaciones, el inconveniente de las consultas médicas por teléfono y, prácticamente, todo.

Pero esa situación ya pasó. Se acabó el paréntesis excepcional. Volvemos a una realidad en la que el déficit histórico de médicos y enfermeras que soportaban los Centros de Salud es todavía mayor y se ha convertido en un problema que exige una solución inmediata. Y no me gusta lo que estoy oyendo. No me gusta que los responsables de sanidad hayan dicho que están trabajando en soluciones imaginativas.

Las soluciones imaginativas casi nunca son de fiar. Siempre que sale el tema recuerdo que los coches venían, de fábrica, con una rueda de repuesto normal hasta que, por una solución imaginativa, sustituyeron aquella rueda por otra sietemesina, peligrosa y ridícula, que era como salir a la calle con un zapato y una zapatilla. Pero ahí no acabó la cosa. Volvieron a echarle imaginación al asunto y pasamos de aquella rueda galleta a que los coches vengan sin rueda. Ahora vienen con un kit de emergencia para que nosotros mismos arreglemos el pinchazo.

Las soluciones imaginativas suelen ser eso: un cinco por ciento de imaginación y un noventa y cinco de ir a peor. De modo que ya sospecho qué pueden estar tramando los responsables de sanidad. Sobre todo porque han empezado con comentarios como que el concepto que tenemos de los Centros de Salud ha quedado muy anticuado. Al parecer, estamos mal acostumbrados. Estamos demandando más servicios médicos que nunca, a pesar de que nunca había existido un nivel de salud tan elevado como el que hay ahora.

Abundando en esa idea, apuntan que entre un 15 y un 20% de los pacientes que acuden a los Centros de Salud, no tienen motivos para hacerlo. Y en previsión, pienso yo, de las soluciones imaginativas que están preparando, aseguran que, en el 90% de los casos, las consultas pueden resolverse de otra manera. No dicen que por teléfono, pero añaden que la implantación mayoritaria de la telemedicina en la sanidad pública permitiría un uso más eficiente de los recursos, aliviaría la presión sobre los Centros de Salud y reduciría las listas de espera, ofreciendo, además, una solución a quienes vivan en la España vaciada, que así no verían mermada su calidad asistencial.

Pueden hacer mil estudios y darle las vueltas que quieran, pero es imposible que disimulen una realidad que apabulla. En Atención Primaria ocupamos el puesto 19 de los países de la Unión Europea. Solo están igual, o peor que nosotros, Letonia, Eslovenia, Bulgaria, Turquía y Grecia.

Los cálculos de la OMS para España suponen que el sistema público de salud español necesitaría 87.000 profesionales más para garantizar la seguridad de los pacientes y equipararse con el de los países de su entorno. Así que no caben las soluciones imaginativas. No es cuestión de discurrir, es cuestión de contratar a más médicos y enfermeras. 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 4 de octubre de 2021

Una barbaridad de cerdos y vacas

Milio Mariño

Han pasado ya tantos años que no sé yo si alguien recordará, o tendrá en su casa, aquel disco de  Pink Floyd que se titulaba “Animals” y  en cuya portada aparecía un cerdo volando sobre una central termo eléctrica. Los entendidos dicen que la portada y el disco, que fue todo un éxito, estuvieron inspirados en la novela “Rebelión en la Granja” de George Orwell. Una novela en la que los animales, alentados y dirigidos por un cerdo, llevan a cabo una revolución, consiguen expulsar al granjero tirano y se organizan  creando sus propias reglas y formando una democracia.

Ojala se hiciera realidad aquella utopía de Orwell y los cerdos se rebelaran contra la tiranía de las macrogranjas que se están instalando en España. Lo digo porque me asombra este dato: en la provincia de Segovia hay más cerdos que personas. Hay 1,2 millones de cerdos frente a 150.000 habitantes. Cifra que se confirma a nivel nacional, pues según el Ministerio de Medio Ambiente la población porcina alcanza los 56,2 millones de cabezas, 9 millones más que la población española actual.

No sé qué pensarán ustedes, pero que en España haya 56,2 millones de cerdos me parece una barbaridad. La suerte para los granjeros es que los cerdos no conocen la novela de Orwell y aún no han empezado a rebelarse. Los vecinos sí. Los vecinos se rebelan y dicen que no puede ser que sus pueblos se conviertan en pocilgas gigantes y que a ellos les toque padecer los olores insalubres y apestosos que les llegan en oleadas.

Me huele que tienen razón. Cada una de esas macrogranjas ocupa un mínimo de 4.500 metros cuadrados de superficie a los que hay que sumar otros 2.00o más para los purines. Pueblos como Gormaz, en Soria, con un impresionante castillo y apenas 20 vecinos, protestan contra una macrogranja porcina de 4.200 cerdos.

Falta saber, porque no sé dice, a qué obedece este boom cerdícola que estamos viviendo en España. En Bernardos, un pueblo con 490 habitantes, hay dos granjas de 5.000 cerdos y planean construir una nueva con capacidad para el doble.

Todo lo que decimos sucede sin que ni el Gobierno ni la oposición hayan dado muestras de que les preocupe que muchas empresas estén aprovechando la España vaciada para levantar gigantescas granjas, de miles de animales, que suponen un enorme consumo de agua y un problema en cuanto a la evacuación de excrementos, los malos olores y las consecuencias medio ambientales.

En Noviercas, un pueblo de Soria de 155 habitantes está previsto que se construya una granja para 23.520 vacas que necesitará entre 4 y 6 millones de litros de agua al día y producirá unas 368.000 toneladas de excrementos al año, el equivalente a una población de 4,4 millones de habitantes.

Salvo los vecinos de los pueblos afectados, nadie parece que vea en esto un problema. Nadie advierte que las macrogranjas, lejos de generar riqueza y resolver el porvenir de la España vaciada, no aportan nada, se llevan el dinero y  dejan la mierda.

Quienes levantan la voz y protestan no lo hacen contra la ganadería, lo hacen contra este tipo de granjas que no son granjas, son plantas industriales que afectan al entorno, los recursos naturales y las personas. Se puede producir, carne o leche, de otra forma, más sostenible, de modo que no deberían autorizarse estas barbaridades.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 27 de septiembre de 2021

Otoño no es tristeza

Milio Mariño

Repasando una vieja libreta en la que guardo apuntes del año la pera, encontré unas reflexiones de Muñoz Molina en las que dice que el otoño tiene un inmerecido prestigio de melancolía enfermiza y hasta de decadencia, foto en sepia y añoranza de lo imposible. Algo que, según él, no le corresponde porque cuando llegan los verdaderos días de otoño descubrimos que no es la estación de la tristeza.

No puedo estar más de acuerdo. El otoño es, sin duda, la estación más romántica del año y la queja tal vez venga de que confundimos el romanticismo con la tristeza. Además, seguro que también influye el crujir de las hojas secas, la vuelta a la rutina de diario y que los días se hacen pequeños.

Todo eso y la propaganda sobre cómo nos afecta la luz y el clima, abonan la teoría de que el otoño es una estación muy triste. Se dice, con machacona insistencia, que hay una relación directa entre la menor luz solar y los niveles bajos de serotonina en el cerebro. Puede ser. La serotonina es la hormona del humor, de modo que para contribuir a que acumulemos humor del malo, inventaron el cambio de horario. Este año, toca atrasar el reloj el 31 de octubre. Esa noche podremos dormir una hora más al precio de que a las seis de la tarde no veamos tres en un burro.

La conclusión es sencilla: ni el otoño ni nosotros lo tenemos fácil. Parece como que hubiera un complot para convencernos de que, en esta época del año, solo cabe la tristeza. De todas maneras, por más que se empeñen, prefiero el otoño a la primavera. Ya sé que es cuestión de gustos y supongo que, también, de la edad, pero creo que el otoño tiene una mayor belleza y, sobre todo, más tranquilidad. Más tiempo para volver al teatro y al cine; para leer y escuchar música y para mantener una buena conversación con los amigos.

Igual es que soy un poco rarillo, pero el otoño me encanta. Siempre ha sido mi estación favorita. No sabría decir de qué me viene ese amor, pero el otoño me parece tierno, cariñoso y muy acogedor. Invita a que nos sentemos al lado del fuego con un libro entre las manos aunque, como habrán adivinado, no tengo, ni por asomo, chimenea en mi salón. Qué más quisiera yo.

Lo mismo es todo igual. Lo mismo mi otoño es un otoño idealizado que tiene poco que ver con la realidad. O, tal vez, si porque en otoño vuelvo a usar la cuchara, que había dejado de usar en verano, y me arreo unos platos de cocido que me ponen más contento que un atracón de Prozac. Luego están las setas y las castañas. Esas castañas calentitas, en un cucurucho de papel de periódico, que para qué les voy a contar. Lo que si les cuento es que, también, me produce alegría olvidarme de meter barriga. Con las holgadas prendas de otoño se disimula mucho y casi nadie te pregunta por ese culo que llevas en el ombligo.

Cito solo unas cuantas, pero el otoño tiene alegrías para dar y tomar. Por eso pido justicia. Justicia para este otoño maltratado al que acusan, sin razón, de ser el causante de la tristeza. Ojala que haya suerte y aún nos queden muchos otoños por disfrutar.

Milio Mariño / Artículo de Opinión

martes, 21 de septiembre de 2021

La magia de la nostalgia

Milio Mariño

Hace unos días me levanté de buen humor, como casi siempre, y después de tomar café y leer los periódicos llegué a la conclusión de que soy un extraterrestre. Vivo en este mundo pero pertenezco a otro. Duermo hasta que me apetece, paseo mientras los demás trabajan y lo único que me preocupa es distraerme y pasarlo lo mejor posible. Así que ya les digo, estoy en este mundo como si fuera un turista. Por eso que, a veces, siento nostalgia. Siento el anhelo de ese deseo imposible que es estar  aquí de verdad. Volver a vivir, con toda su fuerza emocional, lo que viví hace años. Ser un corcho en el remolino de la actualidad.

Esto que les comento lo provocó una noticia que no era de las principales. En letras no muy grandes venía que Anne Hidalgo se presenta a las elecciones presidenciales de Francia, previstas para el año que viene. El caso que acabé de leerlo y, como por arte de magia, volví al Boulevard Beaumarchais de París.

 Supongo que ya les he contado que durante unos años ejercí como secretario adjunto del Comité Europeo de una importante multinacional francesa, cargo que me obligaba a pasar mucho tiempo en París. Pues bien, estando, como dije, en el Boulevard Beaumarchais, con ocasión de una manifestación que los sindicatos franceses habían convocado para protestar por una Reforma Laboral que, curiosamente, llamaban a la española, debido a que era parecida a una nuestra de infausto recuerdo, un compañero francés me dijo: ven, voy a presentarte a una Inspectora de Trabajo, muy maja, que es compatriota tuya.

Aquella Inspectora de Trabajo era Anne Hidalgo, una gaditana que con solo dos años, en 1961, había emigrado con sus padres a Lyon. El compañero me la presentó, tomamos un café y hablamos, sobre todo, de España. Me contó lo de su abuelo Antonio, que pasó muchos años en la cárcel, condenado por republicano, y preguntó cómo iban las cosas por aquí. Volvimos a vernos tres o cuatro veces más, la última poco antes de que fuera elegida alcaldesa de París.

La sorpresa de aquel día no vino sola. Vino, también, con Manuel Valls, otro español que, unos años después, sería elegido Primer Ministro de Francia. Y, por si fuera poco, allí estaba Philippe Martínez, secretario general del poderoso sindicato CGT y símbolo de la lucha contra aquella Reforma Laboral que los franceses llamaban “a la española”. Martínez nació en Francia, pero se siente medio español, es hijo de Manuel y Jovita, un matrimonio natural de Reinosa.

Manudo lobby tenemos en París, pensaba yo. Tres figuras principales de la política francesa, eran españoles o hijos de españoles. Coincidencia que cualquiera puede estar tentado a explicar diciendo que en una sociedad democrática es lógico que prevalezca el pluralismo y que se acepten las diferentes culturas, ideologías y procedencia de quienes la forman. Teóricamente, la explicación es correcta, pero cabe preguntarse si aquí, en España, sería posible que se diera algo así. Es decir, que el Presidente del Gobierno, la alcaldesa de Madrid y el Secretario General de UGT o CC.OO fueran extranjeros. Por ejemplo, franceses.

No lo imagino ni en sueños. Por eso que no vendría mal que tomáramos nota. Acusamos a Francia de ser un país chovinista, pero resulta que los franceses han superado ese nacionalismo excluyente y retrógrado que aquí sigue trayéndonos de cabeza.


Milio Mariño / Artículo de Opinión