Mi artículo de los lunes en La Nueva España.
Hace unos días tuve que
puntualizar que no escribo para convencer. Escribo y ya está. Sé que mi
opinión, vertida aquí, quizá trascienda un poco más allá del bar donde tomo
café, pero nada más. Es decir, soy consciente de que diga lo que diga no será importante,
así que cuando me pongo a escribir lo hago con la tranquilidad de que no me
temblarán las palabras, hable de lo que hable.
Insisto porque hubo quien entendió que en mi artículo
de la semana pasada pretendía sentar cátedra, y convencer, sobre el papel que
le corresponde a Podemos. Dios me libre de tamaña desfachatez. Era solo una opinión.
Una opinión que partía de un planteamiento muy simple: Aunque nuestros ojos
estén puestos en el horizonte, la vida se explica mirando al pasado. Es por eso
que nuestros sueños y nuestras vidas pocas veces coinciden. Siempre quedamos
lejos de lo que hubiéramos deseado. Siempre acabamos dando ortigas antes de
llegar a “La Tierra Prometida”. De modo que la frustración, o el fracaso, habrá
de medirse por la distancia, mayor o menor, a esa tierra de promisión.
Me refiero, claro está, a lo personal, pero también vale
para la política. Apostar por el todo o nada servirá para mantenernos libres de
culpa, pero no sirve para gobernar. Ya sé que hay gente que sigue creyendo en milagros.
Gente que promete las mil maravillas, las deja ahí, y culpa a los demás de que
no sé consigan. Eso sale gratis. Lo costoso, lo duro y difícil, es ejercer la
responsabilidad de llevar a la práctica mejoras reales. Y cuesta más, todavía, hacerlo
teniendo en cuenta nuestra pertenencia y dependencia de un sistema que nos obliga
a cumplir con ciertas obligaciones. Prescindir de ese compromiso supondría la
ruptura con los países de nuestro entorno que, por cierto, constituyen
sociedades más avanzadas que la nuestra y no han llegado a esa situación con gobiernos
maravillosos, sino por la denostada alternancia de gobiernos conservadores y
socialdemócratas. Por ese procedimiento, tan poco válido para algunos, los
principales países de Europa están mejor que nosotros en educación, justicia, salud, estado de derecho y desarrollo democrático.
Tienen más y mejor empleo, mejores salarios y mejor calidad de vida.
Dicho esto, estoy de
acuerdo en que el tamaño del cambio es directamente proporcional a la voluntad
política. Tiene que haber voluntad, real, de cambiar para que se modifique el
estado actual de las cosas. Y, en ese sentido, tal vez el acuerdo entre el PSOE
y Ciudadanos se quede corto y se acerque más a un Recambio que al Cambio
propiamente dicho.
Visto así, cabe pensar que elegir el Recambio
es tanto como apostar por la mediocridad. Aunque bueno, Tierno Galván, que no
era precisamente un mediocre, justificaba esa apuesta de esta manera: "Quienes creemos que debemos luchar por
el bien de todos, hemos aceptado y aceptamos la presencia de la mediocridad
como un escalón democrático, hasta que una mayor igualdad de bienestar produzca
una mayor desigualdad de espíritu".
Suscribo lo dicho por el profesor
Tierno. Y, para que no se diga que me aprovecho de las citas brillantes, lo
amplío con la respuesta de un entrenador de fútbol al que dieron a elegir entre
dos jugadores. Traducido a lo que comentamos la respuesta sería: para jugar una
final Pablo Iglesias, para jugar todos los domingos, Pedro Sánchez.
Milio Mariño