Como la sinceridad es ante todo,
no sabría decirles si me lo enseñaron o lo aprendí por mi cuenta, pero soy de
los que abren la puerta y dejan pasar primero. No hago distinciones. Cedo el
paso igual a hombres que a mujeres. Sé que es una costumbre anticuada y prácticamente
en desuso, pero me mueve un impulso que no controlo. Abro la puerta, esbozo
media sonrisa y digo por favor en tono de súplica, aún a riesgo de que me
llamen carca.
Estoy advertido, pero da lo mismo.
Sigo haciéndolo a pesar de que ya me avisaron de que cuidado con ser amable porque
hay quien puede molestarse y tomarlo por un gesto de superioridad inaceptable. O,
peor y más peligroso, por un gesto machista que deja en evidencia a quien lo
práctica.
Si alguien preguntara cómo hemos
llegado a esto, cómo un simple gesto puede condenarnos y hacer que nos sitúen
en el bando equivocado, apuesto que nos encogeríamos de hombros y no diríamos
ni palabra. Cierto que parece absurdo, pero es lo que hay. Y, quieras que no, afecta.
Supone enfrentarnos con un dilema que no deberíamos tener. ¿Qué hago? ¿Entro
primero y no doy pie para que me reprochen nada, o sigo haciendo lo que me
gusta y que sea lo que dios quiera?
No trato de hacer ninguna caricatura,
señalo hasta dónde han llegado las cosas en ese afán por afear las cualidades
del hombre y ensalzar las de la mujer. Ahora mismo los buenos modales, la
sensatez y la tolerancia están siendo sustituidos por la intransigencia y el
rencor. Los extremismos condicionan la convivencia y aguantamos callados lo que
resulta indignante para cualquier persona sensata.
Es evidente que se han pasado de la raya. La
prueba del nueve la tenemos en lo que acaba de ocurrir con ocasión del 8 de
marzo y la guerra de Ucrania. Se pidió paz para las armas, al tiempo que se
reavivaba esa otra guerra, afortunadamente incruenta, entre el feminismo y
quienes lo combaten con argumentos inaceptables. Solo hay que ver las opiniones
y los comentarios que surgieron en ambos lados.
Desde el feminismo se dijo que
Putin es el mejor ejemplo de la hipervirilidad y el machismo que caracteriza a
los hombres, se calificó el conflicto como una pelea de señoros contra señoros
y se completó el discurso con la acusación de que ver a una mujer con un rifle
de asalto entre las manos es el sueño húmedo de los hombres.
Del otro lado, no solo no se
quedaron atrás sino que cayeron, incluso, más bajo. En cuanto oyeron que Rusia
y Ucrania habían acordado crear corredores humanitarios para evacuar a las
mujeres y los niños, enseguida alzaron la voz para reprochar a las feministas
que no se posicionaran en contra de la discriminación. Les afearon que las
mujeres aceptaran de buen grado un trato privilegiado por razón de su sexo.
Las dos posturas me parecen
deleznables. No existen dos mundos opuestos, uno masculino y otro femenino. Los
valores éticos y morales no dependen de la condición de género. Y, la
amabilidad, los buenos modales y la educación tampoco.
Tengo entendido que lo de ceder el paso, antes
de franquear una puerta, es de la misma época que: las mujeres y los niños
primero. Suscribo los dos postulados. Tal vez sea más igualitario el sálvese
quien pueda, pero no me gusta.
Hay personas hombres y mujeres que para justificar su sueldo acuden a lo de,,,a donde dije digo...quise decir Diego. El caso es echar el agua para mi finca, aunque no sea la hora.
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