Quienes se rieron y tomaron a
broma aquello que dijo Vargas Llosa de que lo importante en unas elecciones es
votar bien porque los que votan mal acaban pagándolo caro, deberían
arrepentirse y copiar cien veces, como penitencia, el resultado de las
elecciones que hicieron posible que Vox y el PP compartan gobierno en Castilla
y León.
A estas alturas, cabe suponer que
se habrán dado cuenta de que eso de que el pueblo nunca se equivoca es falso. El pueblo es soberano, pero no significa que
sea sabio. En realidad, suele ser torpe, ingenuo y manipulable. Suele equivocarse
a menudo y acierta de vez en cuando. Está en su derecho. Ese, precisamente, es
el precio de la democracia. No vale, o no debería valer, que intentemos enmendar
sus errores echándole la culpa a los elegidos en vez de a los electores.
Pero volvemos a las andadas.
Insistimos en la mala costumbre de salvarle la cara a la gente y disculpar que
vote lo que, a veces, vota apelando a que tal vez no sabía el alcance de lo que votaba. Por un lado reconocemos
que el pueblo es soberano, que puede votar a quien quiera, y por otro, cuando
lo que ha votado nos parece un disparate, tratamos de disculparlo y quitarle la
responsabilidad que, sin duda, tiene.
No valen disculpas, el pueblo es responsable
de lo que vota. Así que lo lógico sería que cargara con las consecuencias. Es
decir, nada de cordones sanitarios ni paños calientes. Nada de enmendarle la
plana cuando vota a los neofascistas por más que insistan los partidos de
izquierdas y hasta los de derechas, incluido Pablo Casado y el presidente del
PP europeo Donald Tusk.
En las elecciones de Castilla y
León la gente votó de forma mayoritaria a la derecha y la ultraderecha, pues
ahí los tienen: con su pan se lo coman. Que sean la derecha y los ultras los
que gobiernen. Lo mismo que las sentencias judiciales deben ser acatadas aunque
no nos gusten, la voluntad popular expresada en las urnas también debe ser aceptada
sin cortapisas. Sin recurrir al famoso cordón sanitario que algunos invocan y no deja de ser un engañabobos porque
si el PP aparta a los ultras y no los deja entrar en el gobierno, pero consigue
su apoyo a cambio de hacer su política ya me dirán dónde está la eficacia de la
medida.
La idea de impedir que la
ultraderecha gobierne solo sirve para convertirlos en víctimas y favorecer su
estrategia. Hay que dejar que gobiernen y que la gente disfrute de su política.
Lo mismo así algunos caen del caballo y no vuelven a subirse. El regreso al
franquismo y la reivindicación de que esos valores encarnan la verdadera
identidad y esencia de España, conforman el principal argumento de quienes
consideran que la democracia, la tolerancia y la solidaridad son síntomas de
debilidad mental.
Pues muy bien, estaremos atentos
a ver en qué se traduce esa alianza de la derecha con la ultraderecha racista, homófona,
antifeminista y antieuropea. En principio cuentan con un respaldo electoral
importante, de modo que más vale gestionar el peligro que negarlo; más vale probar
nuevas estrategias que recetas antiguas. Poner el grito en el cielo, llamarlos
fascistas y exigir un cordón sanitario puede servir como desahogo, pero la
realidad es la que manda y contra ella no hay veto que valga.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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