Milio Mariño
No sé si estarán al tanto de que en los países Bajos, parte de Alemania, Suiza, Austria y la Republica Checa, celebran, como aquí los Reyes Magos, la llegada de San Nicolás. Una especie de Papa Noel que procede de España y llega a las costas de Holanda en un barco de vapor para luego, nada más desembarcar, montarse en un caballo blanco y repartir regalos.
Contado así, que es como sucede, tal vez adviertan ciertas similitudes entre el santo Nicolás y un personaje, ahora muy popular, que coincide en cuanto a su nombre, sus andanzas, montado en un caballo blanco que algunos llaman García-Legaz, y sus regalos, previa solicitud de personas que, como niños, hubieran pedido lo que no pueden conseguir por el cauce normal.
Si advirtieron algún paralelismo, entre el santo y este demonio, ya pueden ir olvidándose y atribuirlo al fruto de su imaginación, pues ninguna persona relevante admite haber tenido trato alguno con Nicolás. No encontrarán a nadie que reconozca la debilidad de haber pedido ayuda a un personaje, poco menos que de ficción, que para hacer creíble su poder conseguidor, ha revelado que hasta el propio Rey le había pedido que intercediera para librar a su hija de ir a prisión.
Sea cierto, o no, la sospecha ha calado tan hondo que, todo lo relativo a nuestro Nicolás, está sirviendo para denunciar hasta donde llega la corrupción, la estupidez de algunas personas, su falta de ética y la forma de hacer política. Y no solo eso sino que todos los que han recurrido a Nicolás, para pedirle lo que fuera, están siendo acusados de tontos por haberse dejado engañar como niños.
Me parece injusto. La sensatez es exigible para ciertas cosas pero hay necesidades sin las cuales la vida se haría insoportable. Quiero decir que no solo de sensatez vive el hombre, también necesita un poco de ilusión, fantasía o como quieran llamarlo porque, al fin y al cabo, hablamos de engaño. De engañarnos, incluso, a nosotros mismos. Así es que, tal vez por eso, siento una especial debilidad por quienes son fácilmente “engañables”. Por los ilusos que, como suele decirse, creen en los Reyes Magos y se dejan engañar como niños.
Desde un principio, desde que estalló el escándalo, he pensado que la clave radica en eso: en lo tontos que somos, a veces, y en lo mucho que necesitamos de la ilusión y la magia para que nos ayuden a resolver ciertos problemas. De modo que si aceptamos esa debilidad todo lo demás viene rodado. Empieza a tener sentido lo que parecía inexplicable. Lo tiene porque no pretenderán, imagino, que un empresario pida a los Reyes Magos, a Papa Noel o a Nicolás un tren eléctrico, o que la vicepresidenta del Gobierno haga otro tanto y pida el centro de maquillaje de la Señorita Pepis. Pedirán que solucionen sus problemas. Que, en un caso, será que autoricen una terraza para la que no tenían permiso, y en el otro, por qué no, que intercedan para que se resuelva el problema de Cataluña.
Visto así, con espíritu navideño, las peticiones al pequeño Nicolás, léase los Reyes Magos, no deberían ser motivo de escándalo. Escándalo sería que consiguieran lo que dice Nicolás que le pidieron. Más que nada por qué, quienes se lo pidieron, no fueron buenos ni se portaron como suelen portarse los niños que lo consiguen todo.
No sé si estarán al tanto de que en los países Bajos, parte de Alemania, Suiza, Austria y la Republica Checa, celebran, como aquí los Reyes Magos, la llegada de San Nicolás. Una especie de Papa Noel que procede de España y llega a las costas de Holanda en un barco de vapor para luego, nada más desembarcar, montarse en un caballo blanco y repartir regalos.
Contado así, que es como sucede, tal vez adviertan ciertas similitudes entre el santo Nicolás y un personaje, ahora muy popular, que coincide en cuanto a su nombre, sus andanzas, montado en un caballo blanco que algunos llaman García-Legaz, y sus regalos, previa solicitud de personas que, como niños, hubieran pedido lo que no pueden conseguir por el cauce normal.
Si advirtieron algún paralelismo, entre el santo y este demonio, ya pueden ir olvidándose y atribuirlo al fruto de su imaginación, pues ninguna persona relevante admite haber tenido trato alguno con Nicolás. No encontrarán a nadie que reconozca la debilidad de haber pedido ayuda a un personaje, poco menos que de ficción, que para hacer creíble su poder conseguidor, ha revelado que hasta el propio Rey le había pedido que intercediera para librar a su hija de ir a prisión.
Sea cierto, o no, la sospecha ha calado tan hondo que, todo lo relativo a nuestro Nicolás, está sirviendo para denunciar hasta donde llega la corrupción, la estupidez de algunas personas, su falta de ética y la forma de hacer política. Y no solo eso sino que todos los que han recurrido a Nicolás, para pedirle lo que fuera, están siendo acusados de tontos por haberse dejado engañar como niños.
Me parece injusto. La sensatez es exigible para ciertas cosas pero hay necesidades sin las cuales la vida se haría insoportable. Quiero decir que no solo de sensatez vive el hombre, también necesita un poco de ilusión, fantasía o como quieran llamarlo porque, al fin y al cabo, hablamos de engaño. De engañarnos, incluso, a nosotros mismos. Así es que, tal vez por eso, siento una especial debilidad por quienes son fácilmente “engañables”. Por los ilusos que, como suele decirse, creen en los Reyes Magos y se dejan engañar como niños.
Desde un principio, desde que estalló el escándalo, he pensado que la clave radica en eso: en lo tontos que somos, a veces, y en lo mucho que necesitamos de la ilusión y la magia para que nos ayuden a resolver ciertos problemas. De modo que si aceptamos esa debilidad todo lo demás viene rodado. Empieza a tener sentido lo que parecía inexplicable. Lo tiene porque no pretenderán, imagino, que un empresario pida a los Reyes Magos, a Papa Noel o a Nicolás un tren eléctrico, o que la vicepresidenta del Gobierno haga otro tanto y pida el centro de maquillaje de la Señorita Pepis. Pedirán que solucionen sus problemas. Que, en un caso, será que autoricen una terraza para la que no tenían permiso, y en el otro, por qué no, que intercedan para que se resuelva el problema de Cataluña.
Visto así, con espíritu navideño, las peticiones al pequeño Nicolás, léase los Reyes Magos, no deberían ser motivo de escándalo. Escándalo sería que consiguieran lo que dice Nicolás que le pidieron. Más que nada por qué, quienes se lo pidieron, no fueron buenos ni se portaron como suelen portarse los niños que lo consiguen todo.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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