Milio Mariño
Sabrán, seguramente, que thriller es una palabra inglesa que significa suspense. Y si no lo saben les sonará a un género cinematográfico que en literatura se corresponde con lo que llaman novela negra y cuya característica principal es que un detective, o un policía, investiga algún asesinato, robo, chantaje, soborno, o todo a la vez, en un ambiente convulso, donde la ley y las normas éticas brillan por su ausencia.
Vaya por delante que, a mí, el thriller y la novela negra me gustan. Es más, siempre me pregunté por qué, hasta hace poco, tenían la consideración de género menor. Ahora no. Ahora han conseguido, por fin, el reconocimiento y el prestigio que merecían. Circunstancia que debió influir para que, hace dos años, Jordi Puyol aceptara presentar, en Barcelona, la novela de Carles Quilez, “Cerdos y Gallinas”. Una novela, negra, que se adentra en las cloacas de la sociedad catalana y trata de las fechorías de un buen número de políticos, empresarios, jueces y trepas sin adscripción.
Carles Quilez, fue jefe de investigación de la Ser y, después, Director de la Oficina Antifraude de Cataluña. Pero, por encima de todo, fue, y es, periodista. De ahí que, como muchos periodistas, tuviera que escribir una novela para contar lo que no pudo contar en un periódico.
La fórmula es sencilla. Basta poner: Los personajes y acontecimientos que aparecen en esta novela pertenecen a la ficción; ninguna persona o partido político habrá de sentirse aludido. Todos los protagonistas que aparecen en ella, incluidos usted y yo, son producto de la imaginación del autor.
Dicho esto ya podemos decir cualquier cosa. Por eso, apelando a que nada de lo que aquí se diga habrá de ser tomado por cierto, sino por imaginación del autor, se me ocurre una historia que, bien escrita, podría dar para un thriller.
La historia, en síntesis, trata de las andanzas de Jorge y Arturo, dos capos de un clan mafioso que operaba con cierta impunidad en su territorio hasta que el lugarteniente, Arturo, decidió salirse del tiesto y desafiar al jefe supremo.
Como pasa, siempre, en estos casos, cuando los de arriba tuvieron constancia de las intenciones de Arturo, empezaron las advertencias. Los emisarios llevaron el recado y, en última instancia, hubo una entrevista entre el capo que quería hacerse independiente y el jefe de todo. No dio resultado. El capo siguió en sus trece pese a las advertencias de que no iban a consentir que se saliera con la suya. Que harían lo que hiciera falta para desmontar la operación y, si era preciso, se cargarían a los que estaban en ella: al capo viejo y al propio Arturo.
Las cosas se pusieron tan feas que Jorge, el capo ya jubilado, sabedor de que Al Capone había sido condenado por evasión de impuestos, intervino y dijo que su fortuna procedía de una herencia, no declarada, que guardaba desde hacía años. Pero la maquinaria ya estaba en marcha. El jefe supremo había dado orden de que desempolvaran los archivos, en los que figuraban los sobornos, los robos y las estafas del capo y familia, hasta ese momento, guardados en el sótano de palacio, y los había filtrado a la prensa provocando un escándalo.
El final no voy a revelarlo. Puede ser que se carguen al capo viejo y al joven. O puede ser que, ambos, acepten volver al redil y aquí no ha pasado nada.
Sabrán, seguramente, que thriller es una palabra inglesa que significa suspense. Y si no lo saben les sonará a un género cinematográfico que en literatura se corresponde con lo que llaman novela negra y cuya característica principal es que un detective, o un policía, investiga algún asesinato, robo, chantaje, soborno, o todo a la vez, en un ambiente convulso, donde la ley y las normas éticas brillan por su ausencia.
Vaya por delante que, a mí, el thriller y la novela negra me gustan. Es más, siempre me pregunté por qué, hasta hace poco, tenían la consideración de género menor. Ahora no. Ahora han conseguido, por fin, el reconocimiento y el prestigio que merecían. Circunstancia que debió influir para que, hace dos años, Jordi Puyol aceptara presentar, en Barcelona, la novela de Carles Quilez, “Cerdos y Gallinas”. Una novela, negra, que se adentra en las cloacas de la sociedad catalana y trata de las fechorías de un buen número de políticos, empresarios, jueces y trepas sin adscripción.
Carles Quilez, fue jefe de investigación de la Ser y, después, Director de la Oficina Antifraude de Cataluña. Pero, por encima de todo, fue, y es, periodista. De ahí que, como muchos periodistas, tuviera que escribir una novela para contar lo que no pudo contar en un periódico.
La fórmula es sencilla. Basta poner: Los personajes y acontecimientos que aparecen en esta novela pertenecen a la ficción; ninguna persona o partido político habrá de sentirse aludido. Todos los protagonistas que aparecen en ella, incluidos usted y yo, son producto de la imaginación del autor.
Dicho esto ya podemos decir cualquier cosa. Por eso, apelando a que nada de lo que aquí se diga habrá de ser tomado por cierto, sino por imaginación del autor, se me ocurre una historia que, bien escrita, podría dar para un thriller.
La historia, en síntesis, trata de las andanzas de Jorge y Arturo, dos capos de un clan mafioso que operaba con cierta impunidad en su territorio hasta que el lugarteniente, Arturo, decidió salirse del tiesto y desafiar al jefe supremo.
Como pasa, siempre, en estos casos, cuando los de arriba tuvieron constancia de las intenciones de Arturo, empezaron las advertencias. Los emisarios llevaron el recado y, en última instancia, hubo una entrevista entre el capo que quería hacerse independiente y el jefe de todo. No dio resultado. El capo siguió en sus trece pese a las advertencias de que no iban a consentir que se saliera con la suya. Que harían lo que hiciera falta para desmontar la operación y, si era preciso, se cargarían a los que estaban en ella: al capo viejo y al propio Arturo.
Las cosas se pusieron tan feas que Jorge, el capo ya jubilado, sabedor de que Al Capone había sido condenado por evasión de impuestos, intervino y dijo que su fortuna procedía de una herencia, no declarada, que guardaba desde hacía años. Pero la maquinaria ya estaba en marcha. El jefe supremo había dado orden de que desempolvaran los archivos, en los que figuraban los sobornos, los robos y las estafas del capo y familia, hasta ese momento, guardados en el sótano de palacio, y los había filtrado a la prensa provocando un escándalo.
El final no voy a revelarlo. Puede ser que se carguen al capo viejo y al joven. O puede ser que, ambos, acepten volver al redil y aquí no ha pasado nada.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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Milio Mariño