Milio Mariño
Cuando escribo esto aún falta un día para que se conozca cómo acabaron las elecciones pero, ya estoy preparado, no creo que vaya a necesitar la píldora del día después. El resultado, sea el que sea, no me cogerá por sorpresa, de modo que no hará falta que me tome ese coctel de hormonas que evita el embarazo. Intuyo que todo seguirá igual, que volveremos a la pesadumbre del eterno retorno y a ese acontecer cotidiano donde los mismos sucesos vuelven a repetirse hasta la desesperación. Y no solo los sucesos, también las ideas. Así que las promesas y los discursos pasarán al olvido y seguirá haciéndose lo que se hizo como si nada hubiera ocurrido. El proceso de descomposición social seguirá adelante y la pérdida de calidad de vida seguirá su camino, protegida por esa nueva ley de seguridad ciudadana que nos lleva hacia el autoritarismo, sin que, ya, ni se molesten en disimularlo.
El día después, los perdedores echarán la culpa a los abstencionistas, argumentando que con su actitud favorecieron que ganara otro, y los que ganen contabilizarán la abstención como un voto suyo por aquello de que quien no vota otorga y está de acuerdo con lo que salga.
El voto, solo, es una decisión temporal sobre una posibilidad futura. Está sometido a la coyuntura del momento y a la objetividad del elector. También los votos en blanco y las abstenciones. Por eso, tanto si hemos votado como si no, tenemos nuestra responsabilidad. No vale que nos hagamos los desentendidos si luego resulta que las elecciones no han servido para lo que decían, para que se corrija lo que votantes y abstencionistas, veíamos que estaba mal.
La exigencia de responsabilidad, a quienes gobiernan, conlleva una responsabilidad de los electores que incluye el castigo democrático a los políticos que han utilizado y utilizan la mentira como argumento constante. Votar al político mentiroso, al que suele hacer lo contrario de lo que dice, y después, decir lo contrario de lo que había dicho, supone refrendar esa conducta y la idea de que mentir no tiene castigo. Los políticos son auténticos depredadores, huelen la debilidad del electorado y, si ven que les vuelven a votar, no dudan en utilizarlo como coartada para reafirmarse en sus tropelías.
Dicho esto, es evidente que no soy de los que les da lo mismo gane quien gane. Creo que hay diferencias que permiten jerarquizar los niveles de rechazo que generan los diferentes partidos. Me consta que todos tienen en su debe basura a raudales, pero contando con eso se me ocurre un refrán mejicano que dice que hasta en los perros hay razas.
El problema es que, sea el resultado que sea, ningún partido lo tendrá en cuenta para cambiar su forma de hacer. El voto, en uno u otro sentido, la abstención o la papeleta en blanco no convertirán la desesperación de la gente en un plan de acción concreto para la renovación política del país. Los viejos políticos ya habrán vuelto, hoy mismo, a los vicios que ayer prometían enmendar. De modo que no es por aguarles la fiesta, pero lo que realmente pondría en jaque a un sistema corrupto e injusto como el que tenemos, no es la abstención o el voto a un partido distinto del PP o el PSOE, es la toma del espacio público por una nueva generación.
Cuando escribo esto aún falta un día para que se conozca cómo acabaron las elecciones pero, ya estoy preparado, no creo que vaya a necesitar la píldora del día después. El resultado, sea el que sea, no me cogerá por sorpresa, de modo que no hará falta que me tome ese coctel de hormonas que evita el embarazo. Intuyo que todo seguirá igual, que volveremos a la pesadumbre del eterno retorno y a ese acontecer cotidiano donde los mismos sucesos vuelven a repetirse hasta la desesperación. Y no solo los sucesos, también las ideas. Así que las promesas y los discursos pasarán al olvido y seguirá haciéndose lo que se hizo como si nada hubiera ocurrido. El proceso de descomposición social seguirá adelante y la pérdida de calidad de vida seguirá su camino, protegida por esa nueva ley de seguridad ciudadana que nos lleva hacia el autoritarismo, sin que, ya, ni se molesten en disimularlo.
El día después, los perdedores echarán la culpa a los abstencionistas, argumentando que con su actitud favorecieron que ganara otro, y los que ganen contabilizarán la abstención como un voto suyo por aquello de que quien no vota otorga y está de acuerdo con lo que salga.
El voto, solo, es una decisión temporal sobre una posibilidad futura. Está sometido a la coyuntura del momento y a la objetividad del elector. También los votos en blanco y las abstenciones. Por eso, tanto si hemos votado como si no, tenemos nuestra responsabilidad. No vale que nos hagamos los desentendidos si luego resulta que las elecciones no han servido para lo que decían, para que se corrija lo que votantes y abstencionistas, veíamos que estaba mal.
La exigencia de responsabilidad, a quienes gobiernan, conlleva una responsabilidad de los electores que incluye el castigo democrático a los políticos que han utilizado y utilizan la mentira como argumento constante. Votar al político mentiroso, al que suele hacer lo contrario de lo que dice, y después, decir lo contrario de lo que había dicho, supone refrendar esa conducta y la idea de que mentir no tiene castigo. Los políticos son auténticos depredadores, huelen la debilidad del electorado y, si ven que les vuelven a votar, no dudan en utilizarlo como coartada para reafirmarse en sus tropelías.
Dicho esto, es evidente que no soy de los que les da lo mismo gane quien gane. Creo que hay diferencias que permiten jerarquizar los niveles de rechazo que generan los diferentes partidos. Me consta que todos tienen en su debe basura a raudales, pero contando con eso se me ocurre un refrán mejicano que dice que hasta en los perros hay razas.
El problema es que, sea el resultado que sea, ningún partido lo tendrá en cuenta para cambiar su forma de hacer. El voto, en uno u otro sentido, la abstención o la papeleta en blanco no convertirán la desesperación de la gente en un plan de acción concreto para la renovación política del país. Los viejos políticos ya habrán vuelto, hoy mismo, a los vicios que ayer prometían enmendar. De modo que no es por aguarles la fiesta, pero lo que realmente pondría en jaque a un sistema corrupto e injusto como el que tenemos, no es la abstención o el voto a un partido distinto del PP o el PSOE, es la toma del espacio público por una nueva generación.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
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