Por muy demócrata que uno sea, por más que acate la justicia, huya de la venganza e invoque los Derechos Humanos, no puede evitar que se le parta el alma cuando alguien que ha cometido 24 asesinatos sale a muerto por año y abandona la cárcel silbando.
La primera reacción es esa, es quejarnos con amargura y decir que no hay derecho. Luego viene lo de quedarse a solas y pensar que, a fuerza de viejo, uno ya ha pasado por esto. Ha tragado sapos y culebras, tapándose la nariz con los dedos, cuando la Ley de Amnistía de 1.977, todavía vigente y hace poco invocada, que no solo no recortaba condenas, sino que amnistiaba a criminales que no cumplieron ni un día de cárcel y ni siquiera fueron juzgados.
Hay que olvidar, pasar página y seguir adelante, dijeron entonces los que ahora dan voces. Los que discrepan con Gorka Landáburu, mutilado por un paquete bomba en 2001, Roberto Manrique, presidente de las “Víctimas de Catalunya” y Bárbara Durkhop, viuda del senador socialista Enrique Casas, asesinado por ETA en 1984, que más allá del dolor apuestan por el futuro. Una apuesta que me recuerda la serena dignidad de las víctimas del franquismo y refuerza la evidencia de que, en España, todavía hay víctimas de primera, de segunda e inclasificables, que son las olvidadas.
Hoy casi nadie se acuerda de los asesinos, los asesinatos, las torturas y las vejaciones de hace sesenta o setenta años. Dicen, desde el poder, que lo mejor es no remover el pasado. Que el pasado, pasado está. Que los que fueron enterrados en las cunetas prefieren seguir allí, antes de que los lleven a ningún otro sitio.
Lo dice este Gobierno, del PP, lo mismo que dice que no tiene nada que ver con la excarcelación de los presos etarras, que eso es cosa de Estrasburgo y de la Audiencia Nacional. Que si ellos sentencian que hay que excarcelar se excarcela.
Fue lo que dijeron, en público, poniendo cara de palo pero, en privado, nada más conocer la sentencia, gritaron: ¡Gol en Mendizorroza! Menudo peso nos han quitado de encima. Si gestionamos bien la Sentencia y conseguimos que ETA entregue las armas, significaría empatar el partido. Los socialistas consiguieron que la banda dejara de matar y nosotros conseguiremos que se rinda.
A los familiares de las víctimas se les consuela. ¡Qué importa que tengamos que soportar algunos reproches si al final todo va a ser olvidado! ¿Quién se va a acordar, dentro de treinta años, de que ahora están fastidiados? Se acordarán de que hemos conseguido una hazaña.
Así es la historia. Debería ser más amable y más justa pero no siempre lo es. Y no solo eso sino que, para tu asombro, aparecerá alguien que acabará preguntándote qué papel vas a escoger: si el de víctima o el de triunfador. El de la autocompasión y el dolor o el de la superación.
Antes de elegir un camino u otro convendría que no olvidáramos que cuando los etarras salgan a la calle no estarán solos. Se encontrarán con Emilio Hellín, el General Galindo, González Pacheco y un buen número de torturadores y asesinos que también están en libertad. Las víctimas, en este caso, llegaron hasta Argentina para que la juez Servini, siguiendo el criterio de Justicia Universal, pidiera su extradición. Y la juez la pidió, pero Rajoy dijo no.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
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