(Artículo de
Antonio Muñoz Molina, al que me agarro como a un clavo ardiendo después del vapuleo sufrido por mis comentarios sobre Albert Plá) )
A mí siempre me admiran estos que dicen de sí mismos que son
provocadores, y en muchos casos viven regaladamente del dinero de todos y
reciben palmadas oficiales, y pareciendo tan irreverentes saben siempre muy
bien a quién provocan, y acaban estupendamente colocados, en plazas
especialmente habilitadas de provocación. Es una tradición ya muy establecida:
una parte del arte moderno, del bueno y del malo, consiste en presuntas
provocaciones contratadas de inmediato para bienales públicas y pabellones
oficiales, costeadas con subsidios que a lo mejor se escatiman a las escuelas o
a las bibliotecas. Cuando voy a ARCO o a
un teatro de ópera y me encuentro en medio de un público tan dócilmente
dispuesto a sentirse provocado y a celebrarse a sí mismo por su propia audacia,
la verdad es que me da la risa. A estas alturas, hasta las señoras del PP con
abrigos de pieles van devotamente al Teatro Real a que las provoque Calixto
Bieito.
Y ahora propongo un pequeño experimento mental. Imaginemos
que un cantante catalán no afiliado al independentismo va a actuar en un teatro
municipal en Cataluña. Imaginemos que dicho cantante asegura en público que le
da asco ser catalán, con la tranquilidad laboral de que ese desplante le
asegurará contratos en sitios afines, en los que se verá como un mérito su
anticatalanismo agresivo, portadas en La Razón y entrevistas en Intereconomía.
Imaginemos qué posibilidades hay de que el teatro no rescinda su contrato.
Imaginemos cuántos defensores de la libertad de expresión de Albert Pla lo
serán también de la libertad de expresión de este cantante hipotético.
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Milio Mariño