Soy de los que piensan que los Gobiernos, todos los Gobiernos, promueven, en secreto, las manifestaciones de estudiantes como una especie de master en el que los jóvenes reciben porrazos injustos que les sirven para aprender cómo se aplica la ley en la calle y formarse en esa asignatura, no reglada, que es el escepticismo.
A mí también me zurraron. Empezaron zurrándome los profesores de bachiller y luego, cuando era adolescente y me respetaban un poco, ya me zurraban los grises. Pero, con todo, me considero un privilegiado. Ya me gustaría saber qué porcentaje de la población tenía acceso, entonces, a los estudios de bachillerato. Seguramente solo unos pocos, unos elegidos que nos enfrentábamos a dos reválidas, nos levantábamos cuando el profesor entraba en clase, no se nos ocurría tutearlo, teníamos Religión todos los cursos, aprendíamos latín desde muy pronto y al finalizar aquellos estudios sabíamos, entre otras cosas, que Tegucigalpa era la capital de Honduras.
Desde entonces han pasado casi cincuenta años y, como es lógico, la sociedad ha cambiado mucho. Me refiero a la sociedad que había cuando este Gobierno llegó al poder, porque luego empezamos a retroceder y ahora estamos treinta años atrás. Lo cual explica que hayan sacado una nueva Ley de Educación que nos devuelve al Plan del 53, un Plan que duró hasta 1972 y fue por el que yo estudié.
Dice el Gobierno, y no le falta razón, que si es verdad que hemos vuelto treinta años atrás sería ilógico que hicieran una ley para el siglo XXI. No están dispuestos a cometer el mismo error que, en 1.990, cometieron los socialistas, que hicieron una Ley de Educación para aquellos tiempos y no tuvieron en cuenta de dónde veníamos ni dónde estábamos. El calendario ponía aquel año pero, los españoles, no estábamos en 1.990, estábamos mucho más atrasados. Ahí estuvo el error. Y, de ahí viene que estemos los últimos en los rankings internacionales de matemáticas, idiomas y comprensión lectora.
Cierto que habíamos empezando a descontar el retraso, pero llegó la crisis y nos devolvió a mis tiempos de bachillerato. Así es que estamos donde estábamos. En las aulas no se pega, pero, en los puestos de trabajo, el capitalismo pega duro y en la boca del estómago, que es donde, de verdad, hace daño. Otra cosa que ha retrocedido y, en este caso a los tiempos de Franco, son las manifestaciones. Ahora son todas a favor del Gobierno. Los manifestantes no cuentan, solo cuentan los que se quedan en casa y esos, antes, no contaban.
Total que hemos retrocedido nadie sabe hasta dónde. La única esperanza es que allá por el 2016 podamos volver a 1.990, año en el que se promulgó la LOGSE. Ojala, porque como sigamos retrocediendo ya veo a los chavales usando la Enciclopedia Álvarez y haciendo botellón con agua del grifo y moras machacadas, que era como lo hacíamos nosotros.
Todo viene, al parecer, de que habíamos concebido la educación como una posibilidad de ascenso social. Y, es cierto que puede servir para eso. Pero, también, para alterar el destino de cada uno. Los hijos, salvo excepciones, deberían ser lo que fueron sus padres. Que la clase media y, sobre todo, la baja, utilicen educación para progresar socialmente es lo que nos ha llevado al fracaso. Y eso es lo que, el PP, trata de corregir con la Nueva Ley.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
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