lunes, 14 de enero de 2019

El futuro regresa al pasado

Milio Mariño


Suele decirse que los comienzos de año son propicios para un tiempo nuevo, tanto en lo individual como en lo colectivo. Un tiempo que apunta a que los nietos añoran lo vivido por sus abuelos. Esa parece ser la tendencia, en política, a tenor de las elecciones andaluzas y de lo que pronostican para las autonómicas y municipales que se celebrarán en mayo. Los votos, acabamos de verlo, han propiciado esa triple alianza, PP, Vox, Ciudadanos, que nos devuelve al pasado. Pero no a un pasado cualquiera, a nuestro pasado, al pasado de los abuelos. A la España franquista, machista y retrograda que creíamos superada y ha vuelto invocada por un partido que acaba de salir del armario y presume de lo que nadie debería presumir nunca. De estar en contra de la igualdad de género y de muchos de los avances sociales que con tanto esfuerzo fuimos consiguiendo en estos últimos años.

No será para tanto, dirán algunos. Pues no sé, pero a las pruebas me remito. Acabar con el estado autonómico, crear una consejería de Familia con un plan para el aumento de la natalidad, segregar la escuela por sexos, una ley de protección de la tauromaquia, otra ley de Protección de la Cultura Popular que incluya potenciar la Semana Santa, la caza y el flamenco, derogar la ley de igualdad de género. Y, algo parecido a fomentar el ejemplo de “La vieja del visillo”. Eso de que el vecino denuncie al emigrante para expulsarlo.

Por lo visto, ya no sirve aquella hipótesis según la cual eran las clases medias moderadas las que decidían el resultado electoral. La moderación ha pasado a mejor vida. Tampoco parece que tenga atractivo lo de proponer una sociedad justa, igualitaria, democrática y tolerante. Ahora lo que se lleva es alentar el rencor individual para acrecentarlo y que el elector clame venganza. Es fomentar el resentimiento. Fabricar un enemigo, inexistente, al que se atribuyen todos los males y poner en bandeja la posibilidad de vengarse votando a quien prometa ejecutar la venganza. A quien se presente como la mejor opción para darles un puñetazo en el estómago a los que nos han fallado y no han colmado nuestras expectativas.

No cabe duda de que alguien tiene que ser responsable de nuestros males: de que estemos en el paro o trabajando por un sueldo de miseria, de que comprar una vivienda sea imposible y alquilarla se haya puesto por las nubes y de lo difícil que es, para los jóvenes, llevar una vida digna.

 Venían diciéndonos que la culpa es del capitalismo ultraliberal y los gobiernos que lo amparan y no toman medidas, pero hay quien dice que no. Que la culpa es de los inmigrantes, los homosexuales, el feminismo, el separatismo catalán y el escaso apoyo a los toros, el flamenco y las clases de religión.

Podrá parecer que pensar así es absurdo, pero ese discurso ha calado y se ha traducido en votos. Y más que se anuncian porque, a través del populismo, el fascismo está de regreso. Ha vuelto, aunque muchos teman decirlo y utilicen mil eufemismos para esquivar la palabra por miedo a lo que significa. No se atreven a decir fascismo porque implica reconocer que volvemos a un pasado que nos asusta. Pero como decía Philip K. Dick, la realidad, aunque no la queramos ver, es aquello que sigue ahí.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 7 de enero de 2019

Regalos que son otra cosa

Milio Mariño


Los lunes suelen tener mala fama, pero vamos por el tercer lunes que es medio fiesta o fiesta entera. Nochebuena, nochevieja y ahora este lunes de Reyes que lo ponen festivo y viene al pelo por aquello de que empiezan las rebajas y habrá mucha gente que aproveche para cambiar los regalos. Una moda que ha ido ganando terreno y nos ha metido en el lío de que todo el mundo haga lo mismo. Me refiero a que los regalos ya no se hacen para que los disfrute quien los recibe, se hacen para que pueda cambiarlos por otra cosa.

En eso estamos. Ahora, lo primero que dice, quien te hace un regalo, es que puedes cambiarlo o que, incluso, te devuelven el dinero. Algo que se presenta como una ventaja y pienso que es una faena para quien regala, pues ha hecho un esfuerzo por acercarse a tus gustos y estar presente en tu vida a través del recuerdo que supone un regalo. Pero la gente va a lo práctico, no le importa sacrificar el regalo.

Ayer, en muchos hogares, supongo que se oiría esto: Si que me gusta, me encanta. No sabes el tiempo que llevaba pensando en comprarme algo así. La respuesta es de libro, figura en el manual de cumplidos, solo que, pasados unos minutos, después del entusiasmo inicial, la cara dibuja un gesto y ya pueden adivinar la pregunta: ¿Has dicho que puedo cambiarlo?

Todos regalamos y esperamos que nos regalen. Que nos regalen cosas, no que hagan lo que muchos hacen con sus hijos y sus nietos. Yo al mío le doy 100 euros y que compre lo quiera, no me rompo la cabeza. Pues no se la rompa pero que sepa que el chico, o la chica, no malgastará el dinero en algo que sabe que acabarán comprándole sus padres y lo que debería ser un regalo será para el botellón o una juerga con los amigos.

Otro problema, que habrá surgido estos días, es lo mucho que sufren algunos cuando tienen que hacer un regalo. Hay casos en que supone, casi, una tortura. Y qué le regalamos a Fulano, si tiene de todo, si no hay cosa que no tenga, preguntaba, angustiada, una señora a su amiga.

Estuve por sugerirles que probaran con un libro, pero como las señoras tenían, más o menos, mi edad y el Fulano sería de una edad parecida, lo mismo estaban pensando en regalarle un patinete eléctrico, de esos que son un peligro, y me pareció de mal gusto quitarles la ilusión. Los regalos son un asunto muy delicado, sobre todo para los que venimos de una época en la que nunca había sorpresas, siempre nos regalaban ropa interior y unos calcetines de rombos.

Ahora es distinto, los regalos son otra cosa. Lo digo por experiencia. ¿Una chaqueta de punto? Pero si ya tengo una, protesté de forma amable, dando a entender, a mis hijos, que no hacía falta que gastaran un dineral. Lo sabemos, pero esa que tienes está anticuada y muy gastada por los codos. Además, si no te gusta, puedes cambiarla.

Cualquiera les decía que la nueva es horrorosa. Soy de los de antes, de los que no cambian los regalos porque entienden que es una faena. Así que me quedaré con ella y les haré sufrir. La pondré los domingos, que es cuando vienen a comer.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 31 de diciembre de 2018

El Rey no es de izquierdas

Milio Mariño


Los discursos del Rey, en Nochebuena, suelen ser aburridos como un domingo por la tarde en un pueblo de Castilla. Pero, bueno… Al menos, sirven para que pasemos unos días discutiendo sobre lo que dijo, lo que no dijo y lo que, entendemos, quiso decir. Que nunca es nada nuevo. Los reyes no se salen del guion, todos hacen el mismo discurso. Si quieren pruebas solo tienen que echar un vistazo al mensaje de navidad de la reina de Inglaterra, Isabel II, quien, al igual que Felipe VI, apeló a la concordia y el diálogo como ejes de su discurso. La diferencia estriba en cómo se entendió ese mensaje, que es el mismo, en un país y en otro.

Aquí, hay quien piensa que Felipe VI le echó un cable a Pedro Sánchez. Eso dicen quienes interpretan que no apoyar la confrontación, que proponen Casado y Rivera, y apostar por el diálogo supone un posicionamiento en favor de la izquierda.
Tampoco debe extrañarnos. Cuando la oposición se hace a pedradas suelen pasar estas cosas. Una llamada al diálogo se interpreta como una traición no sé yo si a los Principios Fundamentales del Movimiento. Supongo que serán esos principios los que algunos consideran traicionados porque lo sensato, en una democracia, es lo que han propuesto Pedro Sánchez y Felipe VI. Cuya coincidencia, en pedir diálogo, ha dejado con el culo al aire a Casado y Ribera. A ver, ahora, qué hacen para tapárselo. Tendrán que disimular y esconderse detrás de un seto porque, aunque no les falten ganas, no los veo cargando contra La Zarzuela y diciendo que el Rey apoya a la izquierda.

De todas maneras, pueden estar tranquilos. El Rey, ya se lo digo yo, no es de izquierdas. Según Pilar Eyre, autora de varios libros sobre la familia real, el hijo es más de derechas que el padre. Una apreciación en la que también coincide Pilar Urbano, quien asegura que, en cuanto a ideología política, el Rey no es de nada, pero si tiene que ser de algo, Juan Carlos I tira más a la izquierda. Siempre se llevó mejor con Felipe González y Zapatero que con Fraga, Aznar y Rajoy. Pero el hijo es distinto.

El hijo no se parece al padre. Dentro del hermetismo que suele rodear la Casa Real, quienes están en su entorno no dudan en afirmar que Juan Carlos simpatizaba con la izquierda y Felipe es más de derechas. Lo único que, si hablamos de matrimonios, los papeles, al parecer, han cambiado. A la reina Sofia le atribuyen unos planteamientos que estarían próximos a la extrema derecha mientras que a Letizia la sitúan, claramente, en la izquierda.
Decir que Letizia simpatiza con la izquierda no creo que sea ningún secreto. Incluso se ha publicado que le une una gran amistad con Eduardo Madina, a quien prefería como líder del PSOE, a pesar de que a Pedro Sánchez lo conoce desde los tiempos del instituto. Los dos estudiaron juntos, en el mismo curso, en el Ramiro de Maeztu. Y, a lo mejor, eso explica que la sorprendieran varias veces, en un aparte, charlando animadamente con el líder socialista.

En cualquier caso, pierdan cuidado, el rey no es de izquierdas. Tampoco es de izquierdas abogar por la reconciliación, la concordia y el diálogo. Es de sentido común. Un sentido del que muchos andan escasos.


Milio Mariño/ Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 24 de diciembre de 2018

La felicidad como derecho

Milio Mariño


Lo dice el villancico y coincide que es verdad. Hoy es Nochebuena y mañana Navidad. Días en los que la alegría se convierte en un deber moral. Un deber que nos obliga a desterrar cualquier atisbo de mal humor y sustituirlo por el entusiasmo de la felicidad. De modo que eso intentaremos hacer este lunes que, como todos los demás, nos asomamos a las páginas del periódico para ofrecerles un comentario sobre cualquier tema de actualidad. Aunque, claro, sería imperdonable que, precisamente, hoy abordáramos un asunto que estuviera relacionado con las tragedias y las desdichas que forman parte de la vida. Hoy no toca eso. Hoy es un día para estar alegres y disfrutar.

La cuestión es que estar alegres no resulta fácil y ser felices menos aún. Sobre todo, si tenemos en cuenta que vivimos en un país en el que ni la religión ni el poder están por la labor. Ahora quizá cueste entenderlo, pero los que ya tenemos una edad tuvimos una infancia y una juventud en la que no parábamos de oír que a esta vida se viene a sufrir. Nuestros mayores lo repetían con machacona insistencia, convencidos de que era así. La vida era entendida, entonces, como una especie de purgatorio. Todo estaba planteado de forma que creyéramos, y aceptáramos, que teníamos que pagar un tributo por aquello que pudiera darnos satisfacción y ya no digamos por la felicidad.

Con el tiempo, la influencia y el peso de la religión fueron a menos, pero la creencia, en el fondo, se mantuvo. Vivimos en una sociedad en la que todo está tasado, y tiene un precio, de modo que es normal que pensemos que nuestras emociones y sentimientos también lo tienen y nadie puede ser feliz, así porque sí. Es decir que, si queremos ser felices, algo tendremos que pagar porque gratis no hay nada.

Bajo esa lógica, la conclusión a la que, siempre, acabamos llegando es que la felicidad por sí sola no puede darse. Que, de alguna forma, debemos pagar para asegurarnos el disfrute de los momentos felices. Una creencia tan arraigada que llegamos, incluso, a pensar que sería irresponsable andar por la vida deseando ser felices, sin antes pagar por ello.

No estoy de acuerdo. Creo que la felicidad no deberíamos entenderla como un premio sino como un derecho. Un derecho que nos pertenece y habría que situarlo a la misma altura que la libertad y la vida. Aunque no sirva de mucho, así lo recoge la ONU, en las resoluciones 65/309 del 2011 y 66/281 del 2012, en las que apunta la relevancia de la felicidad como aspiración universal del ser humano y señala la importancia de su inclusión en las políticas de los gobiernos. Es más, hay algunos países como Japón, Corea del Sur y Brasil que incluyen la felicidad como un derecho constitucional. 

Menudos ejemplos, dirán ustedes. Pues sí, esos países no son precisamente un modelo de bienestar, pero es que aquí parece que ese derecho sé les olvidó a los padres de la actual Constitución y todo apunta a que también se les va a olvidar a quienes pretenden reformarla. Así es que hoy, que precisamente es Nochebuena, reivindicamos el derecho a ser felices sin pagar nada a cambio. La felicidad no tiene precio. Y, en todo caso, en caso de que lo tenga, que la tarifa la ponga uno mismo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 17 de diciembre de 2018

Aquí se vive bien

Milio Mariño


El lunes pasado hacía un sol estupendo y era día de mercado, así que di una vuelta por Avilés, me senté en una terraza, observé a la gente mientras llegaba el café y dije para mí: Aquí se vive bien. Me salió sin pensarlo. Debí recordar mis andanzas por los distintos países de Europa y no precisamente de vacaciones sino por trabajo, que es como mejor se conoce la vida de diario. De modo que la comparación fue inmediata y de ahí surgió la respuesta. Surgió, que se vive bien, siendo consciente de que los datos pueden sugerir lo contrario, pues todavía tenemos un alto porcentaje de paro, la media de las pensiones es baja, los trabajos, en su mayoría, precarios y un sueldo de mil euros, casi, se considera un buen sueldo. Pero, contando con eso, la impresión que uno tiene, y la que tienen los de otros países cuando nos visitan, es que, aquí, se vive bien y la gente está contenta. Desde luego, mucho más contenta que en Francia, Alemania o Inglaterra.

Habrá quien lo achaque a nuestro carácter, al clima o a que dedicamos más tiempo a la vida social. No faltarán tampoco los que atribuyan a la familia un papel importante. La poca exigencia dentro de ésta, en donde, por ejemplo, los jóvenes pueden vivir en casa de los padres hasta, casi, cumplir los cuarenta, sin que parezca una rareza, seguro que tiene su peso. También lo tendrá, sin duda, que nuestro sistema de salud es de los mejores del mundo, que el índice de delincuencia es de los más bajos y que los horarios comerciales no son nada rígidos y cualquiera puede comer o cenar, o comprar lo que quiera, a la hora que le apetezca.


Imagino que será un poco de todo: de nuestro carácter, el clima, la familia, la tradición, la cobertura social… No lo sé. Pero creo que la impresión, cuando uno va por la calle, es que se vive bien. Que el estado de ánimo, en general, es bueno y que somos más de ser optimistas y seguir adelante que de recordar otros tiempos y añorar el pasado.


Vale que el futuro no está claro, pero tampoco está tan negro como para que mucha gente reniegue de la moderación y abrace los extremismos. Por eso que, a pesar del resultado de las elecciones andaluzas, no creo que la extrema derecha acabe triunfando. Y la extrema izquierda tampoco. El comunismo y el fascismo son residuos de un pasado que no creo que vuelva. Son dos viejos fantasmas que han sido sustituidos por el populismo, de uno y otro signo, pero ni con esas creo que tengan futuro. No creo que la xenofobia, el ninguneo de la violencia de género y el odio al diferente acaben calando por mucho que algunos traten de remover los bajos instintos de los más desfavorecidos. Motivos para preocuparse hay, pero como dice un amigo mío: Ahora, la gente se insulta por Twitter, no es como en aquellos tiempos cuando se desafiaban y salían a pegarse en la calle.


No se me oculta que habrá quien apunte que eso de que aquí se vive bien será por algunos. Esos viven mejor. Yo me refiero en general. Me refiero a que la gente no está para revoluciones de extrema derecha ni de extrema izquierda. Está para disfrutar de la vida.



Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de diciembre de 2018

Se acabó el tres en uno

Milio Mariño

Veo, con estupor, que mucha gente se pregunta de dónde ha salido Vox. Pues muy sencillo: Vox ha salido del PP. Y no lo digo por su líder, que también, sino porque el PP era algo así como el famoso tres en uno. Una parte de centro derecha, otra de la derecha de toda la vida y el resto los ultras.

Quienes piensen que la extrema derecha, en España, era Fuerza Nueva y que su influencia se acabó con el único diputado, Blas Piñar, que resultó elegido en las elecciones de 1979, se equivocan. La extrema derecha desempeñó un papel importante en la transición a la democracia y en el proceso de consolidación del régimen actual. Siempre tuvo peso y presencia en el Congreso. No creo que fuera ningún secreto que estaba camuflada dentro de lo que podríamos llamar la derecha civilizada. Es decir, el PP. Un partido que, con mayor o menor fortuna, intentó disimular que contaba entre sus filas con los nostálgicos del franquismo. Vale que hizo esfuerzos por parecerse a sus homólogos europeos, pero se negó a condenar la dictadura por miedo a enojar a los ultras. Unos ultras que, al final, salieron por peteneras. Si porque, en Andalucía, no es que haya surgido una nueva extrema derecha sino que una parte del PP acabó por echarse al monte y ganó la visibilidad que antes no tenía.

En mi opinión, esa fue la clave. Vox tal vez se parezca a lo de Francia, Italia y Alemania, en cuanto al auge de la ultra derecha, pero tiene más de neofranquismo que de cualquier otra cosa. Y, para entenderlo, pienso que debemos volver la mirada a nuestro pasado reciente. Hay que volver a la Transición y recordar que el objetivo, entonces, no fue combatir el fascismo sino olvidar el pasado y reconducir a los franquistas hacia la democracia. La prueba es que no hubo ruptura. Hubo un punto y seguido que se hizo con pies de plomo por miedo al ruido de sables y a no enojar a los fachas.

Con esa idea vivimos y fuimos tirando estos cuarenta años. Confiados en que primero AP, y luego el PP, habían conseguido domesticar a la derecha más ultra. Pero los ultras seguían ahí y el PP no pudo aguantar el tirón de las pulsiones internas. Así que empezó a fracturarse. Empezó por Ciudadanos, que se llevó a los más moderados, los que podrían homologarse con el centro derecha europeo. La fuga por ese flanco supuso que los más conservadores tuvieran más peso. Un peso que la dirección del PP decidió ignorar. Rajoy, con mayoría absoluta, no abolió el aborto, ni el matrimonio gay o la Ley de Memoria Histórica. Y Montoro, lejos de bajar los impuestos, decidió subirlos para no dañar en exceso el Estado de Bienestar.

El descontento, del ala dura del PP, fue importante. A Rajoy y a Montoro los acusaron, incluso, de socialdemócratas. Luego vino lo de Cataluña y agravó la cosa. Muchos, en el PP, consideraron que Rajoy era un blando. Un Maricomplejines, como dieron el llamarlo. Total que apareció Casado, dio un giro a la derecha para contentar a los ultras, y se hizo con el partido. Pero era demasiado tarde. El tres en uno había saltado por los aires. El PP de Aznar se había convertido en el PP de Casado, y en Vox y Ciudadanos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 3 de diciembre de 2018

Hubo acuerdo y habrá Presupuesto

Milio Mariño

Costó tres años pero, al final, PSOE y Podemos se pusieron de acuerdo y Asturias tendrá Presupuesto para el año que viene. El vigente, este de 2018, supuso la prórroga del que los socialistas habían pactado, en 2017, con el PP. Así que la primera impresión puede ser que los que dicen ser la izquierda de verdad han tomado las riendas y el cambio será total. Pero el cambio, ya lo verán, apenas se notará.

El Presupuesto cambia muy poco. Son cuatro retoques por mucho que “Cherines”, la portavoz del PP, diga que es para echarse a temblar. Debe ser que no ha leído el acuerdo porque cuesta entender que se oponga a una rebaja del 25% de las tasas universitarias, a más plazas de médicos para hacer frente a las listas de espera y a 493 millones en materia de cohesión social. Puede ser, también, que no vea urgente, y en eso estoy con ella, la vuelta a las 35 horas semanales para los funcionarios. Pero yo le diría que no se preocupe, que los funcionarios tienen tanta afición al trabajo que en 35 horas son capaces de hacer lo que ahora hacen en 40 y aun les sobrará tiempo para bajar al bar y tomarse un par de cafés.

Que “Cherines” se eche a temblar habrá que tomarlo, entonces, porque es, de natural, friolera y ya estamos en diciembre. Y lo Enrique López, portavoz de Podemos, diciendo que su apoyo a los Presupuestos supondrá una clara mejora en la vida de miles de asturianos, pues bueno… Está claro que los dos exageran. Los números no los avalan, dicen que el nuevo Presupuesto cambia muy poco. Las cuentas están ahí y apenas se diferencian de la prórroga de este año y del pacto del PSOE con el PP. Recogen un crecimiento de, solo, el 0,8 por ciento, hasta los 4.524 millones de euros. Y es que de dónde no hay no se puede sacar. No se puede subir más los impuestos ni tampoco bajarlos. Subirlos sería ahogarnos y bajarlos matarnos de sed. Supondría recortar los servicios y meterle una dentellada a nuestro precario estado de bienestar. De modo que si se quiere conservar lo esencial apenas queda margen de maniobra. Lo que hay no da para un cambio radical, da igual quien lo pida. Ya puede pedirlo el PSOE, el PP, Podemos o el Partido Nacionalista de San Juan de Beleño. El 68% del Presupuesto, una cifra que alcanza los 2.734,24 euros por habitante, se destina a poder ofrecer servicios al poco más de un millón de personas que viven en el Principado. Y la educación, por ejemplo, se lleva otro 18%. Así es que vayan sumando y verán lo que también ven los partidos políticos por mucho que digan, cada uno por su lado, que si dependiera de ellos harían milagros.

Lo positivo que tiene el acuerdo es que supone un antes y un después que puede allanar el camino de cara a futuros pactos en un parlamento que contará, seguramente, con varias formaciones políticas y una mayoría de izquierdas que hasta ahora no había conseguido pactar. Eso sí es positivo y puede ser un buen síntoma de cara a una futura estabilidad política, pero por lo que vaya a suponer el Presupuesto de 2019, en la vida de los asturianos, ya pueden quedar tranquilos que apenas lo notarán.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España