lunes, 16 de diciembre de 2024

Los malos están al llegar

Milio Mariño

Vivo sin vivir en mí… Sí, lo sé, igual que la santa de Ávila, pero sin el éxtasis místico que conlleva pasarlo divinamente. Con un cabreo de mil demonios porque, a estas alturas, a la edad de un dinosaurio, me desespero con eso de que los buenos, al final, son los que ganan. No es verdad. Después del buen hacer, el sufrimiento y las penurias, no prevalece la justicia. Tampoco es verdad que el Séptimo de Caballería venga a salvarnos cuando estamos en dificultades, como vemos en las películas.

La vida no es lo que nos habían contado. Tal vez ocultaron la verdad para no hacernos spoiler, pero quienes acaban ganando no son los buenos. De todas maneras, mi vieja afición por las causas perdidas me animaba a defender la bondad, aún a sabiendas de que el “buenismo” ya no se lleva. Ahora, lo que triunfa y está de moda es ir a contracorriente, sin ética ni principios.

Según los gurús mediáticos, ser bueno se había convertido en un lujo que esta sociedad no puede permitirse. Dicen que el “buenismo” es una actitud bobalicona y pueril que denota una gran debilidad mental. Y, apoyándose en esa falacia, los malos gozan de una popularidad excelente. Unos malos que si son ignorantes y estúpidos, mejor que mejor. Cuantas más tonterías y sandeces digan, cuanto más absurdo y simplista sea su discurso, más los aplauden. Las barbaridades son más apreciadas que el talento. El talento, al parecer, es un mito en deconstrucción.

Un horror, pero es lo que hay. Quienes aplauden la victoria de Trump y suspiran porque alguien parecido gobierne en nuestro país, tienen a su favor que los políticos como él no disimulan que son estúpidos. Sus votantes lo saben, pero consideran que la estupidez es un activo. Les apetece votar a los malos, un poco por ver qué pasa y otro poco por mandarlo todo a tomar por saco. Especialmente los jóvenes que han crecido disfrutando el Estado de Bienestar, pues una encuesta reciente señala que el 29,9%, entre 18 y 24 años, votará a la ultraderecha.

Tienen suerte de que se haya interrumpido lo que Darwin llamaba selección natural porque, de lo contrario, ya se hubieran extinguido. Pero no se extinguieron, cada vez abundan más en esta sociedad embrutecida y tontaina que adopta el negacionismo y los disparates como ideas brillantes. Son los que más ruido hacen. Así que, dadas las circunstancias, no creo que debamos convencerlos de que esas ideas y esos gobernantes nos llevarán al desastre. Lo que procede es animarlos para que los voten. Cuanto antes suceda, primero acabamos.

Me costó decidirme. El empujón definitivo fue que, una vez conocidos los primeros nombramientos de Trump, viendo que pone al frente de los cargos más importantes a gente que es para santiguarse, los hay que ya se han puesto a rezar y piden al propio sistema, eso que llaman Establishment, que actúe con sensatez y controle el daño impidiendo que cometan barbaridades. Será difícil. Al final, Trump no tiene la culpa de que estemos temblando ante lo que se avecina. La culpa es de los que jalean y festejan los disparates y luego se llevan las manos a la cabeza. Sabemos lo que vendrá, incluso a los más viejos nos suena, pero los malos están al llegar y se saltarán todas las reglas, excepto la regla de Murphy.


Milio Mariño / Artículo de Opinión


lunes, 9 de diciembre de 2024

La sidra y el bulo de la manzana

Milio Mariño

La semana pasada recibimos la noticia que confirma que el mundo es una familia asturiana. La sidra fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y el acontecimiento bien merece el esfuerzo de escanciar un “culin” a la salud de la Unesco que, además de darnos visibilidad y prestigio, también se apunta un tanto con esta decisión que tardó en llegar pero acabó llegando. Ahora solo falta que la jerarquía eclesiástica y algunos historiadores estén a la altura y  reconozcan y rectifiquen un error que nos afecta y mantienen desde hace siglos.

Recordarán que una de las escenas bíblicas más conocidas, que podemos ver en multitud de cuadros, son las Tentaciones del Paraíso, donde Eva aparece dándole una manzana a Adán y convirtiendo nuestra preciada fruta en la fruta del pecado. Pero, no solo eso, en la narración, traducida, del Génesis también se apunta que la manzana es la fruta que Dios ordena que no se coma.

Todo es mentira. Ni Eva le dio a Adán una manzana ni la serpiente le aconsejó que se la diera. Menos mal que aquí, en el paraíso asturiano, apenas hicimos caso de esa patraña y dispensamos a la manzana el trato que se merece. Si nos atuviéramos a la errónea traducción de la Biblia y las imágenes de algunos cuadros hubiéramos sido víctimas de un bulo histórico.

Los bulos, y las noticias falsas, aunque creamos que son de ahora, existen desde que el mundo es mundo y está poblado de seres humanos y bichos. Hay bulos que se remontan a la noche de los tiempos, se han mantenido durante siglos y ahí siguen sin que nadie, al parecer, tenga intención de corregirlos.

 La historia de Adán y Eva, la más antigua de la Biblia, nos la cuentan incluyendo un error que clama al cielo y va más allá de cualquier convicción. Lo que Eva le dio a Adán no fue una manzana, fue un higo y así aparece en la representación de esta escena por algunos pintores ilustrados, como es el caso de Miguel Ángel que la pinta en la Capilla Sixtina. La manzana jamás se consideró como el fruto prohibido, fue un error de traducción. Jerónimo de Estridón, que tradujo la Biblia del hebreo y el griego al latín, en el año 405, cometió ese error y la Iglesia lo sigue manteniendo de forma inexplicable.

En el original relato Bíblico no aparece la manzana. Y, tiene sentido. Después de muchos años de estudio, los arqueólogos sitúan el Jardín del Edén en un valle próximo a la actual Tabriz, en el norte de Irán, donde no había manzanos.

Actualmente, el manzano es uno de los frutales más extendidos por el mundo, pero entonces los árboles que había en aquella zona eran las palmeras, los olivos y las higueras. Otro dato importante es que si Adán y Eva, después de comer la fruta prohibida, percibieron que estaban desnudos y les dio mucha vergüenza, difícilmente podrían haber tapado sus vergüenzas con hojas de manzano. Es más lógico y verosímil que lo hicieran con hojas de higuera.

Nuestra manzana es una fruta deliciosa, una tentación, pero nunca fue la fruta prohibida ni la causa del pecado original. Así que ahora que la sidra es patrimonio de la humanidad, no parece que sea mucho pedir que corrijan el error y dejen de relacionar a la manzana con el pecado.


Milio Mariño / Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España


lunes, 2 de diciembre de 2024

Aldama debuta en el circo

Milio Mariño

Influido por las películas y las series de televisión americanas, esas que nos ponen al tanto de cómo funcionan los jueces y los fiscales en Estados Unidos, apostaría que el abogado de Víctor Aldama, José Antonio Choclán, que es de los buenos y los que cobran una minuta que casi parece un atraco, no aconsejó a su cliente que se explayara hasta el punto de contarle al juez, y a todos nosotros, que trabajó para la CIA, el FBI, el MI6 británico, el CNI y la UCE2 española.

Creo que debió inclinarse por la discreción y no por recomendar a su cliente que metiera en el ajo a los servicios secretos más importantes y más prestigiosos del mundo. Pero claro, hay personas que, cuando les pides que hablen, se entusiasman y no pueden evitar atribuirse hazañas que ya les gustaría haber protagonizado. Por eso que solo a un cantamañanas se le podía ocurrir intentar convencernos de que es James Bond cuando a quien, de verdad, se parece es a Maxwell Smart, protagonista de aquella famosa serie Superagente 86.

Aunque la reacción popular fue de asombro, es un clásico. Todos conocemos, o hemos conocido, algún cantamañanas que presume de lo que no es y de tener amigos muy importantes que pueden solucionarnos cualquier problema. Da lo mismo que sea una multa de tráfico, que un trámite en el Ayuntamiento o que el grifo del baño gotea hace tiempo. Siempre conocerá o será amigo de la persona adecuada. Un primo que es policía, el concejal de urbanismo o un fontanero barato y además de confianza.

A nivel estadístico, es casi imposible que no hayamos tropezado con alguien así o muy parecido. Un jeta, un vividor, un cantamañanas, llámenlo como quieran, que nos ofrece sus servicios con vehemencia y sin pedir nada a cambio. Solo por ser quien somos y porque le caemos simpático.

Este espécimen ha existido siempre. El golfo gracioso, el caradura con labia, que no era nadie pero andaba metido en todas las salsas, cumplía con un papel socialmente reconocido. Sabíamos de su existencia, lo que no sabíamos, y nos preguntábamos, era a qué se dedicaba y como hacía para vestir bien, conducir un buen coche y estar donde estaba la gente importante.

Insisto en lo dicho: los jetas y los caraduras siempre han existido. La diferencia, importante, es que antes eran inofensivos. Podían gorronearte un par de consumiciones, pero no hacían daño a nadie. Eran como una especie de influencer doméstico. Dejábamos que presumieran un poco y luego nos reíamos de sus hazañas y sus aventuras. Nadie los tomaba en serio ni imaginaba, entonces, que los de su especie llegarían a constituir un modelo de vida y de conducta moral fuertemente instalado en nuestra sociedad. Era impensable que los sinvergüenzas y los caraduras llegaran a triunfar y a extenderse como una plaga por los negocios, la política y, prácticamente, todas las instituciones.

La triste realidad es que encabezan los telediarios. No serían nadie si no fueran aupados al estrellato por el circo mediático, pero algunos medios y algunos políticos los necesitan para el espectáculo y no les importa presentar a ciertos delincuentes como auténticos héroes.

El último que ha debutado, en este gran circo sin lona, ha sido Aldama. Aldama comparte cartel, como lanzador de cuchillos, con el malabarista Peinado, el domador Rodríguez y la trapecista y su novio.


Milio Mariño