Con este tiempo, para un fin de
semana de invierno, pienso que no puede haber mejor plan que quedarnos en casa
leyendo. El periódico por supuesto, pero también un buen libro que cuente una bonita
historia de la que podamos sentirnos protagonistas y vivir una gran aventura
sin movernos del sofá.
El viento y la música de la lluvia
crean el ambiente perfecto para que nos convirtamos -qué sé yo- en un detective
inglés de esos que, al principio, parecen tontos y luego acaban descubriendo al
asesino con un golpe de genialidad. Leer
nos permite protagonizar aventuras sin miedo al ridículo. Y no tiene nada de
placer pasivo, es una forma de vivir de otro modo; de ser el detective inglés que
decimos, un aventurero, un ladrón, un millonario o lo que proponga el libro que
estemos leyendo.
La lectura aporta muchas ventajas:
corrige el egocentrismo, invita a la reflexión, añade conocimientos y amplía
los horizontes, no solo los geográficos también los mentales. Pero, todas esas
ventajas no deben ser suficientes porque aquí, en España, leemos poco. Una
encuesta del Ministerio de Cultura, señala que el 35,2 % de los españoles confiesa
que no lee nada. Pero nada de nada. Esa fue la respuesta; así que mucho me temo
que no leerán los prospectos de las medicinas ni tampoco las condiciones
legales que figuran en los documentos y luego ponemos el grito en el cielo
cuando descubrimos que de haberlas leído no habríamos firmado ni de broma.
Que el 35,2% de los españoles confiese
que no lee nunca debería preocuparnos. No es de la misma opinión el Ministerio
de Cultura, que se muestra satisfecho porque dice que en los últimos diez años el
índice de lectura ha experimentado un crecimiento de 5,7 puntos porcentuales.
Nada nuevo; el que no se consuela es que no maneja las estadísticas. Lo que
dicen allá por Europa es que España, en número de lectores, está muy por debajo
de lo que correspondería por su situación económica y el nivel de vida de sus
habitantes. Aquí no solo se lee poco, los que leen tampoco baten el record. Mientras
en Francia y Canadá las personas que leen lo hacen en un promedio 17 libros al
año, aquí apenas llegamos a la mitad.
El optimismo del Ministerio de
Cultura contrasta con la realidad y con un horizonte bastante sombrío. La mala
costumbre de no leer la están heredando los jóvenes. En esa misma encuesta, el
55,3 % de los jóvenes manifiesta que no lee ni tiene pensado hacerlo.
Los datos de dónde leen los que
leen y cuál es el medio físico que utilizan no son buenos. El 78,3 % lo hace en
soporte digital, con un notable ascenso de la lectura a través del teléfono
móvil. Los lugares elegidos para leer son, sobre todo, el transporte público y
las salas de espera de los aeropuertos y los hospitales. En las casas se lee
poco. Los niños encuestados dijeron que rara vez veían leer a sus padres. Pero,
los padres no solo se defienden sino que, además, contraatacan. Alegan que,
cuando después de un día de trabajo llegan a casa, antes de ponerse a leer, prefieren
apagar el cerebro y desconectar de todo. Creen que se lo han ganado.
Pues nada. Que sigan apagando el
cerebro y dejen conectado el móvil. Así, por lo menos, podrán leer los mensajes.
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Milio Mariño