lunes, 11 de diciembre de 2023

La familia, solo, en Navidad

Milio Mariño

Me gusta mucho, me encanta, la vida en familia. Lo que no soporto es el seguidismo de cualquier idiotez mediática. Así que me da igual que digan que desentono o lo tomen por un desafío. He advertido, muy seriamente, a los míos que estas Navidades no pienso ponerme un pijama de renos, ni un jersey con dibujos de cristales de nieve, calcetines verdes y rojos, gorros con un pompón en lo alto o diademas de cuernos temblando. Será muy navideño, muy divertido y lo que ustedes quieran, pero que no cuenten conmigo. Solo faltaba... Y esa advertencia la hice extensible a mi gato, que como se les ocurra ponerle un lazo, o cualquier adorno, les monto un pollo que ni se imaginan.  

Sé lo que pasa. No hay nada tan coactivo como la Navidad. Llevamos ya más de un mes que estamos siendo acosados por imágenes de familias sonrientes que nos dicen como tenemos que vestirnos y qué tenemos que comprar. Familias que rebosan felicidad y supongo que también dinero porque lo mismo recomiendan un perfume caro que un coche de lujo. Es imposible escapar de su acoso. Quien no participe del entusiasmo derrochador de la Navidad sentirá vergüenza y se echará la culpa de que algo habrá hecho mal. Poco importa que mucha gente tenga dificultades para llegar a fin de mes o que los últimos datos demográficos señalen que un tercio de los habitantes de las grandes ciudades viven solos y al margen de sus familias.

Según el Instituto Nacional de Estadística, los hogares unipersonales son los que más han crecido, y seguirán creciendo, debido a que hay más divorcios que antes, la esperanza de vida ha aumentado y aumenta el número de personas que no tienen pensado vivir en pareja ni tener hijos. Una realidad que se ha impuesto y demuestra que el ritual de la gran familia, que nos enseñan en los anuncios, casi ha desaparecido. Las reuniones familiares son cada vez más forzadas. Aquella familia extensa, que algunos conocimos de niños, hoy es poco menos que una reliquia. Los abuelos están en las residencias geriátricas, los padres cada uno por su lado y los hijos malviviendo en pisos compartidos. La familia nuclear ya no se lleva. Han sido los impulsores del neo liberalismo, los mismos que nos enseñan familias sonrientes como símbolo de felicidad, quienes nos han convencido de que la familia tradicional no es compatible con lo que se exige para triunfar. Ahora, lo que se lleva es el individualismo competitivo sin ataduras de ningún tipo. Tener una familia implica la obligación de mantenerla, cuidarla y dedicarle tiempo. Responsabilidades que, por lo visto, impiden disfrutar de la vida y pasarlo bien. Por eso ya nadie quiere cuidar de los niños ni tampoco de los viejos.

No me apetece ser pesimista, pero los estudios sociológicos, prácticamente todos, apuntan que la tendencia actual es que en el futuro habrá más gente que viva sola, se ensancharán las diferencias sociales, aumentarán los egoístas que se muevan solo por interés y seremos más racistas que nunca.

El panorama no es muy alentador. De todas maneras, aunque las previsiones no sean muy buenas, de nosotros depende si nos cruzamos de brazos o nos revelamos y peleamos por un mundo más justo y mejor. Ya sé que lo de oponerme al pijama de renos no es mucho, pero por algo se empieza.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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