En uno de esos estudios que
analizan nuestra calidad de vida, decían algo así como que mucha gente cena viendo
la televisión porque lo que tiene en el plato es tan insípido y anodino que utiliza
las noticias para añadirle sabor. No creo que lleguemos a tanto, pero sí que la
televisión distrae y, tal vez, prestamos menos atención a la comida. En
cualquier caso, estoy convencido de que siempre es peor lo que vemos en televisión
que lo que comemos. Si el reproche es que comemos comida basura, que les voy a
contar de lo que vemos mientras cenamos. Noticias precocinadas que, antes de
emitirse, pasaron por el tamiz de los que deciden quienes son los buenos y los
malos según el bando al que pertenezcan.
No debería, pero también soy de
los que cenan con la televisión encendida. Además, no pienso cambiar. Hace
tiempo que la comida y la televisión me alimentan, cada uno por su lado, con la
particularidad de que en un caso puedo elegir y en el otro no. Puedo cambiar de
canal, pero no me libro de ver las mismas noticias con distinta banda sonora. Así
que, al igual que la gran mayoría, llevo un mes cenando con el horror en
pantalla. Nos han pasado imágenes de israelíes ejecutados a sangre fría en sus
casas, cuerpos de mujeres muertas y escupidas por los de Hamás, niños
palestinos con la cabeza y la cara ensangrentadas por las bombas de Israel,
adultos asomando una mano o un pie entre
los escombros de sus casas…
La televisión está
retransmitiendo, en color, una especie de barbarie medieval corregida y
aumentada por la tecnología de última generación. Atrocidades de un lado y del
otro que llevan a cualquiera que tenga un mínimo de ética y sensibilidad a
sentir vergüenza del género humano. Y más vergüenza, si cabe, por la actitud de
los dirigentes políticos que intentan convencernos de que quienes privan a la
población de alimentos, agua y luz están
en su derecho de hacerlo. Que la atrocidad del ataque de Hamás legitima a Israel
para hacer lo que quiera con total impunidad.
La influencia de Israel en el
mundo, con sus poderosos lobbies, condiciona la postura de los gobiernos y los
políticos, que no hacen nada para frenar este desastre ni cumplen con la
obligación de exigir que se respeten los derechos humanos. Al contrario, cuando
los ciudadanos salen a la calle de forma multitudinaria, como ocurrió en Londres
y París, para exigirles que cumplan y respeten esos derechos, ordenan a los antidisturbios
que los dispersen a palos. Quieren que hagamos como ellos, que miremos para otro
lado y estemos de acuerdo en que el horror y la barbarie son aceptables si lo
practican los nuestros.
Mucho me temo que quienes cenamos
con la televisión encendida vamos a seguir viendo destrucción, muerte y sangre por
mucho tiempo sin entender que los que pueden evitarlo permitan que siga
ocurriendo y algunos incluso lo aplaudan. Es lo que hay, pero no pienso apagar
la tele aunque sé que es perjudicial cenar viendo el horror. Sobre todo para la
salud del cerebro. El estómago allá se las apaña. Nuestros jugos gástricos son
capaces de digerir lo que sea en cosa de un par de horas. El cerebro no. El
cerebro no hace caca ni tira pedos. Todo se lo queda dentro. Y ahí lo tengo.
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