lunes, 6 de noviembre de 2023

Digerir el horror

Milio Mariño

En uno de esos estudios que analizan nuestra calidad de vida, decían algo así como que mucha gente cena viendo la televisión porque lo que tiene en el plato es tan insípido y anodino que utiliza las noticias para añadirle sabor. No creo que lleguemos a tanto, pero sí que la televisión distrae y, tal vez, prestamos menos atención a la comida. En cualquier caso, estoy convencido de que siempre es peor lo que vemos en televisión que lo que comemos. Si el reproche es que comemos comida basura, que les voy a contar de lo que vemos mientras cenamos. Noticias precocinadas que, antes de emitirse, pasaron por el tamiz de los que deciden quienes son los buenos y los malos según el bando al que pertenezcan.

No debería, pero también soy de los que cenan con la televisión encendida. Además, no pienso cambiar. Hace tiempo que la comida y la televisión me alimentan, cada uno por su lado, con la particularidad de que en un caso puedo elegir y en el otro no. Puedo cambiar de canal, pero no me libro de ver las mismas noticias con distinta banda sonora. Así que, al igual que la gran mayoría, llevo un mes cenando con el horror en pantalla. Nos han pasado imágenes de israelíes ejecutados a sangre fría en sus casas, cuerpos de mujeres muertas y escupidas por los de Hamás, niños palestinos con la cabeza y la cara ensangrentadas por las bombas de Israel, adultos  asomando una mano o un pie entre los escombros de sus casas…

La televisión está retransmitiendo, en color, una especie de barbarie medieval corregida y aumentada por la tecnología de última generación. Atrocidades de un lado y del otro que llevan a cualquiera que tenga un mínimo de ética y sensibilidad a sentir vergüenza del género humano. Y más vergüenza, si cabe, por la actitud de los dirigentes políticos que intentan convencernos de que quienes privan a la población  de alimentos, agua y luz están en su derecho de hacerlo. Que la atrocidad del ataque de Hamás legitima a Israel para hacer lo que quiera con total impunidad.

La influencia de Israel en el mundo, con sus poderosos lobbies, condiciona la postura de los gobiernos y los políticos, que no hacen nada para frenar este desastre ni cumplen con la obligación de exigir que se respeten los derechos humanos. Al contrario, cuando los ciudadanos salen a la calle de forma multitudinaria, como ocurrió en Londres y París, para exigirles que cumplan y respeten esos derechos, ordenan a los antidisturbios que los dispersen a palos. Quieren que hagamos como ellos, que miremos para otro lado y estemos de acuerdo en que el horror y la barbarie son aceptables si lo practican los nuestros.

Mucho me temo que quienes cenamos con la televisión encendida vamos a seguir viendo destrucción, muerte y sangre por mucho tiempo sin entender que los que pueden evitarlo permitan que siga ocurriendo y algunos incluso lo aplaudan. Es lo que hay, pero no pienso apagar la tele aunque sé que es perjudicial cenar viendo el horror. Sobre todo para la salud del cerebro. El estómago allá se las apaña. Nuestros jugos gástricos son capaces de digerir lo que sea en cosa de un par de horas. El cerebro no. El cerebro no hace caca ni tira pedos. Todo se lo queda dentro. Y ahí lo tengo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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