Hará como un par de semanas, leí que
la investigadora y científica francesa Anne L’Huillier había sido galardonada
con el Premio Nobel de Física por haber descubierto que las personas, por
dentro, estamos compuestas básicamente de espacio vacío.
El caso que acabé de leerlo y quedé
que ni fu ni fa. No sentí esa emoción que se siente ante algo novedoso o
inesperado. No me sorprendió lo más mínimo. Muchos, entre los que me cuento, que
no nos tenemos precisamente por atletas mentales, ya sospechábamos que somos
nada. Ahora bien, una cosa es sospecharlo y otra, como dicen en Oslo, que Anne
lo haya demostrado con una fórmula de esas que te dejan con la boca abierta y no
la cierras hasta que tragas un par de mosquitos. Así que supongo que merece el
premio.
De todas maneras, sin quitarle mérito, sigo
pensando que la mejor prueba de que somos nada es lo mucho que insisten para
que seamos algo. Desde muy pequeños ya están metiéndonos en la cabeza que tenemos
que sobresalir y hacernos visibles. Insisten de tal manera que la gente nunca
había peleado tanto por hacerse notar. La visibilidad se ha convertido en un
objetivo que se persigue al precio que sea. Lo curioso es que quienes, de
verdad, mandan en el mundo son invisibles, no los conoce nadie. De modo que
ahora que han demostrado que somos nada, no estaría mal que nos explicaran como
es que algunos no llegamos ni a eso. Somos menos que nada. Un déficit en sí
mismo, un lastre social del que se quejan quienes al alcanzado el éxito.
Anne L’Huillier algo debió intuir
porque dijo que el espacio vacío que somos no tiene una explicación concreta. Ella
misma y los que comparten con ella el premio han aclarado que ese vacío no está
tan vacío como pensaban, que a veces se llena de unas fluctuaciones que no
conocen ni saben de dónde afloran, lo cual les obliga a seguir investigando
para buscar nuevas teorías con las que poder explicarlo.
A saber qué saldrá de ahí. A
veces se empieza por el vuelo de una mariposa, por un bello atardecer o simplemente
por hacer la lista de la compra y no sabe uno dónde puede ir a parar. Lo mismo
insisten con la física cuántica y, dentro de unos años, descubren que ser menos
que nada es un chollo. No te asignan ningún papel; no necesitas quedar bien con
nadie; no tienes obligaciones, no corres el riesgo de equivocarte… Bastará que
aceptes ser gilipollas y lo tendrás todo resuelto. Para entonces, la inteligencia
artificial habrá rellenado el espacio vacío y los gilipollas serán una especie
protegida porque habrán entrado en vías de extinción.
Historias como la que intentan
colarnos, que por dentro somos un espacio vacío, demuestran que los
descubrimientos científicos y los avances tecnológicos van más allá de lo que
alcanzamos a comprender. Ni dando rienda suelta a nuestras mayores fantasías podíamos
imaginar que aceptaríamos lo que estamos aceptando como normal.
No señalo a nadie, hablo por mí, que
todo esto me sobrepasa y mejor estaba callado que escribiendo estas tonterías con
las que lo único que consigo es ponerme en evidencia. Pero no escarmiento. Ahora
ando a vueltas con eso de que si cuando cae un árbol en el bosque, y nadie está
allí para escucharlo, hará algún ruido.
Respeto por su disposición a compartir sus conocimientos e ideas con el mundo.
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