Aún permanece en el aire, aunque ya
lejano y como a retazos, el ruido de la polémica que se suscitó entorno al
error de Alberto Casero, el diputado del PP que se equivocó al votar y votó lo
que su partido no quería que votara. Ocurrió hace más de una semana, pero hay
quien se empeña en seguir dándole vueltas a una historia que tiene poco recorrido
y se explica por sí misma: El error humano existe. Son cosas que pasan y pueden
pasarle a cualquiera. Lo estrambótico, en este caso, es que el diputado reconoce
que ha cometido el error y luego acusa a la Presidenta del Congreso y al
sistema informático de ser los responsables de las consecuencias de su
equivocación.
Quienes sostienen este
despropósito se apoyan en un argumento que niega lo que es obvio: Todos nos
equivocamos. Pero, lejos de reconocerlo, montan un escándalo e insisten en el
empeño de “sostenella y no enmendalla”. Se empecinan en su postura y no se les
ocurre otra cosa que anunciar una demanda y plantear que sean los jueces quienes
decidan si es posible cometer un error y luego borrarlo de nuestra existencia como
si nunca lo hubiéramos cometido.
La pretensión es tan absurda que,
en buena lógica, sería imposible que prosperara, pero miedo me da que los
jueces entren en el asunto porque cabe la posibilidad de que hagan un pan como
unas tortas. No sería el primer disparate ni el último. Hace poco, un magistrado
del País Vasco, apeló al derecho de creación artística para justificar, en una
sentencia, que no se puede impedir el acceso de una persona no vacunada a un
karaoke.
¿Creación artística un karaoke? ¿Estamos
locos o qué? Pues qué se yo, lo mismo a lo loco se vive mejor, como cantaba
Celia Cruz en aquella canción. Y ya que estamos de canciones y de errores se me
ocurre la célebre y muy popular, de Serrat, “Se equivocó la paloma”.
El error de la paloma, aquello de
que por ir al norte fue al sur, tiene fácil solución. Cambia de rumbo y listo.
Lo malo es cuando la paloma se equivoca y te caga encima. Cierto que, a nivel
popular, se considera que la cagada de una paloma trae buena suerte, pero no
creo que nadie se alegre si lleva las manos a la frente y las retira llenas de
mierda.
Con los errores es lo que pasa,
que no hay vuelta de hoja, solo cabe aceptarlos. Aceptar el error es el único
camino para nuestra liberación. No lo digo yo, lo dicen, entre otros, Federico
Zukerfeld y Loreto Garín Guzmán, fundadores del Grupo Etcétera y animadores del
“errorismo”, una corriente filosófica que defiende que reconocer el error y perder
el temor a equivocarnos, a fallar o al fracaso, conduce a una superación de
nuestras limitaciones personales. "Si no estás preparado para equivocarte,
nunca llegarás a nada".
El “errorismo” se ha constituido
como una corriente crítica al éxito y la perfección. Hace hincapié en que aceptar
el error nos humaniza y desenmascara la crueldad. Justo lo contrario de lo que
están haciendo con el error de Alberto Casero. Que viene a ser como lo que hizo
aquel tendero que colocó un cartel en el escaparate de su tienda que decía así:
“Con mucho gusto le cambiamos cualquier artículo defectuoso por otro de igual
calidad”.
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