En mi opinión, esa famosa frase de
que el trabajo es salud debió ser obra de algún caradura que no trabajó en su
vida. Alguien que, seguramente, era rico y no necesitaba trabajar doce horas al
día para cobrar un salario de miseria y sobrevivir a duras penas.
Opinar así del trabajo no supone ningún
problema, pero decirlo ya es otra cosa. Siempre que sale el tema y opino de esa
manera me miran como quien mira un paisaje y se encuentra con que en lo alto de
la colina, en lugar del toro de Osborne, aparece la cabra de la legión. Noto el
estupor en sus caras por más que esté demostrado que trabajar deteriora nuestra
salud. Por eso nos pagan. Si fuera tan saludable como ir al gimnasio tendríamos
que pagar nosotros.
Pero, poco importa que uno lleve
razón. Si la lleva y lo que dice atenta contra el sistema queda como Cagancho
en Almagro. Queda fatal. Da lo mismo que un experto como Jeffrey Pfeffer,
profesor de la Universidad de Stanford y autor de 15 libros, diga: "El
trabajo está matando a la gente y a nadie le importa”.
El profesor demuestra que el
sistema actual de trabajo hace que muchas personas enfermen y que, incluso, lleguen
a morir. Lo publica en un estudio en el que se recoge que quienes trabajan más enferman
y mueren antes que quienes no dan un palo al agua. Apunta que hay una
diferencia de 16 años en las expectativas de vida de, por ejemplo, un
trabajador manual, un peón, y el director de un Banco.
Critico las bondades que
atribuyen al trabajo porque debo ser de los pocos, sino el único, que condena
el despido de Albert Rivera. Imagino que ya estarán al tanto de que a Albert
Rivera lo despidieron hace unos días por, según dice la empresa, no hacer nada.
Lo cual viene siendo una aspiración muy humana desde tiempos inmemoriales. No
quiero decir que todos, pero la mayoría aspiramos a trabajar lo menos posible. Que
lo consigamos es otra cosa, pero el deseo es escapar de la maldición bíblica:
“Ganarás el pan con el sudor de tu frente”.
Por eso defiendo a Albert Rivera,
porque me parece legítimo que procure trabajar poco o nada. Eso por un lado y,
por otro, porque siempre he defendido a cualquier trabajador despedido. Defensa
que, en este caso, cuenta con argumentos más que de sobra ya que el bufete de
abogados no contrató a Albert Rivera por su trabajo sino por lo que representaba
su nombre. De modo que el despido me parece una gran injusticia.
Habrá quien diga que le está bien
empleado. Que siempre se mostró partidario del despido libre y ahora sufre en
sus carnes lo que deseaba para nosotros. Respeto todas las opiniones, pero yo
no soy de esos. A mí no me gustan las injusticias. Creo que son un mal en sí
mismo, afecten a quien afecten. Da lo mismo que el perjudicado sea un político
famoso que un trabajador anónimo.
Además, por sí no fuera bastante,
está el agravio comparativo. No creo, ni mucho menos, que a Felipe González en
Gas Natural, Aznar en Endesa, Josep Piqué en Vueling o Ángel Acebes en
Iberdrola, les exijan que trabajen a destajo. Hombre, por favor. Así que insisto:
el despido de Albert Rivera me parece una injusticia de libro.
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Milio Mariño