Dándole vueltas al viejo refrán de
que no hay mal que por bien no venga, caí en la cuenta de que el mal del Covid19
puede traernos el bien de un verano mejor de lo que pensábamos. Un verano como
los de antes: bueno, sencillo y barato. Nada de cruceros por el Mediterráneo ni
viajes en avión a las Seychelles; coche propio, desplazamientos cortos y playas
con cita previa. Un turismo de cuarentena que, si el tiempo no lo impide, no
tiene por qué ser aburrido ni tampoco inseguro.
El turismo doméstico será bueno
para Asturias y quizá no tanto para el resto de España, pues en 2019 fueron 84
millones los turistas que vinieron y aportaron el 12% del PIB y el 13% del
empleo. Una cifra brutal que no volverá a repetirse porque, aunque consigamos
dominar la pandemia, necesitaremos seguir tomando precauciones para impedir un
rebrote del virus y eso obliga a establecer controles y rechazar la entrada de
turistas que vengan de aquellos países donde siga habiendo nuevos contagios. Así
que miedo me da lo que reclaman los hosteleros y, al parecer, acaba de asumir
el Gobierno. Esa premisa de que por el turismo lo que haga falta.
Lo que haga falta hasta cierto punto. Está
bien que se aborde un plan de choque que intente paliar los efectos nocivos de
una crisis que afecta de manera muy importante a dicho sector, pero cabe
esperar que se imponga el sentido común. Que no abramos las puertas de par en
par y luego tengamos que lamentarlo. Sería un grave error porque, para
reactivar el turismo, la seguridad supone un nuevo valor al alza. Ya no basta
con vender playas, sol, naturaleza, monumentos, gastronomía y festejos, hay que
vender seguridad para los que vengan. Destinos seguros que generen confianza.
La tentación de sucumbir a las
presiones de los hosteleros viene de que dependemos del turismo de una forma
exagerada. Tal vez no sea el momento porque ahora lo que importa es salir de
esta crisis cuanto antes y lo mejor posible, pero llevamos años a vueltas con
la idea de que habría que diseñar una nueva economía que no dependiera tanto de
la llegada de extranjeros. De los extranjeros
y la masificación. Una apuesta por el turismo barato que en muchos sitios se ha
salido de madre, hasta el punto de que la gente no aguanta más y empieza a
odiar a los turistas, en general. Cabe suponer que sería mejor aceptado el
turismo llamado “de calidad”, aunque para ser rigurosos deberíamos decir millonario,
pues no importa tanto la calidad de las personas como su dinero y,
necesariamente, uno no va unido a lo otro.
En cualquier caso, el turismo doméstico
es la esperanza para este verano. En Asturias, sobre todo. En otros sitios, en
las islas y en el Mediterráneo, deberán olvidarse de la llegada masiva de turistas
extranjeros. Las restricciones por el Covid19 impedirán que vengan millones de
personas. Pero no solo eso, al virus y los inconvenientes citados, hay que
añadir que, según el cardenal Cañizares y el exministro Fernández Diaz, el
demonio ha decidido instalarse en España y anda por aquí haciendo de las suyas.
Un inconveniente añadido del que los asturianos es previsible que también nos
libremos. Acostumbrado al calor del infierno, lo normal es que el demonio elija
un clima más cálido que el nuestro.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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ResponderEliminarHola Milio. Nun tengo otru mou de llegar a tí. Préstame munchu los tos artículos. Nun habría manera de que pudiéramos publicar dalgún d'ellos nuna revistuca que publicamos en bable en Villaviciosa, 'Friúz'. Si nos das una dirección de corréu mandámostela. Gracies. Lluis Portal (lluisportall@gmail.com)
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