Es evidente que fuimos unos ingenuos
cuando creímos que el final del franquismo político traería consigo la
desaparición del franquismo sociológico. Yo el primero. Hay que ver con qué
candidez me dejé engatusar por quienes, entonces, prometían que los usos y
costumbres de la dictadura desaparecerían con la democracia. Creía, de veras, que
los comportamientos de aquella época, en la que unos eran la élite y otros solo
éramos súbditos, pasarían a la historia. Pero, cuarenta años después, aún queda
mucha gente que entiende qué por razón de su origen familiar, posición social, dinero,
ideología o vaya usted a saber, está por encima de los demás. Lo vemos, con más
claridad si cabe, ahora que la derecha de toda la vida se ha envalentonado y los
cachorros del franquismo andan crecidos. Unos y otros, están poniendo de
manifiesto su actitud de desprecio hacia quienes consideran que estamos un par
de peldaños por debajo de ellos.
Este rebrote clasista, y lo que ocurre
en Estados Unidos, hizo que me preguntara si aquí, en España, también somos
racistas. Solemos decir que no y hasta presumimos de tener un comportamiento
ejemplar, pero las evidencias no apuntan en ese sentido. Empezando por un
informe de Naciones Unidas en el que se explica que, en España, las personas
negras son 42 veces más propensas a ser paradas por la Policía. Un dato que, por
sí mismo, no dice mucho, pero a ese dato habría que añadir cual es el trato que,
en realidad, dispensamos a los negros, los magrebíes, los gitanos y los que
vienen de hispano américa. Tampoco conviene olvidar a los pobres porque, aunque
sean de piel blanca, también sufren lo suyo.
Lo del color de la piel es
relativo y depende de cómo se mire. No hay mejor ejemplo que ver la
consideración que les merecemos a los de la Europa del norte. Lo digo porque si
uno es español o portugués y va a ciertos países como Alemania, Suecia, Noruega
o Austria, resulta que allí no es blanco del todo. Es blanco del sur, un blanco
inferior, más moreno y cercano al África. Y eso, a la gente del norte de Europa
la pone en guardia hasta el punto de que desconfían y ya no nos miran igual.
En Europa son muy particulares. Pero,
volviendo a España y a la pregunta de sí somos racistas, aquí el racismo tal
vez no tenga tanto que ver con el color de la piel, que también, como con la
condición social. Lo cual no quita gravedad al asunto porque la discriminación
clasista, es decir el racismo de clase, también es dañino e igualmente
deplorable. Estoy convencido de que los árabes de la jet de Marbella no se
sienten discriminados. No son considerados gentuza, que es como una buena parte
de la derecha califica a quienes defienden lo que ellos llaman la mentira
igualitaria del progresismo.
No deja de ser curioso que una de
las consecuencias de las protestas antirracistas fuera que retiraran la
película “Lo que el viento se llevó” porque, al parecer, justifica y alienta el
racismo. Me parece una tontería. Claro que a lo mejor no fue por eso. A lo
mejor es que el viento no se llevó lo que tenía que llevarse: el desprecio y la
prepotencia de quienes se consideran superiores al resto. Que todavía los hay,
y bastantes.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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