Entre los muchos consejos que recibimos
a diario para cuando se acabe este sin vivir y volvamos a lo que llaman nueva
normalidad, hay uno que me fastidia y me pone de mal humor. Es esa historia de que
tenemos que reinventarnos. Algo que repiten con machacona insistencia a pesar de
que ya no lo recetan ni los psicólogos tramposos, pues una cosa es que intentemos
adaptarnos a las circunstancias y otra muy distinta que, para ello, tengamos
que traicionarnos. Que es, en definitiva, lo que están pidiendo. Piden que dejemos
de ser quien somos y nos convirtamos en otro cualquiera menos nosotros.
Ante una petición así solo se me
ocurre una cosa: Que se reinvente su padre que yo estoy inventado, hace ya
muchos años, y no me apetece volver a inventarme. No me apetece y tampoco creo
que pudiera. Pero, da lo mismo, ni en sueños me pasa por la cabeza intentar esa
posibilidad. Primero porque considero que es una estupidez y segundo porque
intuyo por dónde van los tiros y cuáles pueden ser los motivos.
Piden que nos reinventemos para que
podamos aceptar, sin problemas, esa nueva normalidad que anuncian. Para que la
aceptemos sin rechistar y no nos opongamos ni intentemos cuestionar nada,
aunque nos perjudique. Por eso lo llaman nueva normalidad porque saben que será
anormal. Será peor que la normalidad que teníamos, que ya era injusta y nos
permitía vivir a duras penas.
La idea no es inocente, supone
que, en vez de cambiar las cosas, quienes tengamos que cambiar seamos nosotros.
Un cambio que traerá consigo, imagino, que dejemos a un lado la actitud
crítica, si es que la teníamos, y aceptemos que vamos a vivir peor. Ese será el
reinvento para afrontar la nueva normalidad. No importa que viviéramos mal, lo
que importa es que, sin saberlo, habíamos llegado a la cumbre y ahí no podíamos
quedarnos. Por eso lo llaman desescalada, porque es una cuesta abajo hasta el
fondo del precipicio.
Tal vez les parezca que, con respecto a lo que
nos espera, soy pesimista o demasiado escéptico, pero el escepticismo debería
ser un arnés de seguridad ante esa idea voluntarista, tantas veces repetida, de
que la nueva normalidad traerá consigo que todo sea diferente y salgamos de
esta más fuertes.
Ojalá fuera así. Lo malo que todo apunta a que
viviremos peor, habrá más paro y la desigualdad social será mayor. De modo que
no creo que vayamos a salir más fuertes ni tampoco mejores ni más unidos, que
es lo que también se dice, tomando como ejemplo a los miles de personas que
aplaudieron desde los balcones. Es cierto que mucha gente aplaudió, pero luego
vinieron las broncas en el Congreso, las banderas con crespón negro y las
caceroladas de los que apuestan por volver a una España de rojos y azules y no
del futuro. Vinieron los insultos y los dos bandos irreconciliables como
anticipo de una nueva normalidad que se parece más a la de tiempos pasados que
a la que esperábamos. Así que ni más fuertes ni más unidos. Más pobres y más
divididos. Lamentando que la única convivencia posible sea la de media España enfrentada
a la otra.
Si ya era absurdo eso de
reinventarnos, menos aún para esto. Para esto es mejor que sigamos siendo
nosotros, con los ojos bien abiertos, por si quieren darnos el cambiazo.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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