Aquí, por casa, estamos de fiesta.
Celebramos el seis de enero porque en mi casa entran los Reyes Magos y no entra
Papá Noel. No entra porque no le dejamos entrar, ni aunque venga avalado por el
consenso internacional y prometa que los renos se quedarán fuera, con unos
pañales puestos para que no ensucien la calle. Ya está bien de importar
costumbres de otros países que no tienen nada que ver con nosotros ni con
nuestra cultura. Son muchos años y muchas veces de pasar por lo mismo como para
que a uno le engañen con mayor o menor disimulo. Así que ya digo, en mi casa entran
los Reyes Magos y no se hable más.
La decisión es tan rotunda que no
tendría por qué dar explicaciones, pero si tengo que darlas las doy. Y no me
refiero a que el motivo sea, solo, preservar una antigua tradición, hay más
cosas que algunos tomarán a broma, pero la broma sería no tenerlas en cuenta. Sería
pensar que eso de que quieran que triunfe Papá Noel y que los Reyes Magos vayan
perdiendo terreno, hasta desaparecer, ocurre por casualidad. De casualidad nada
de nada, se trata de una operación que responde a un objetivo económico.
Pueden acusarme, si quieren, de
recurrir al chiste fácil, pero, en el fondo, aplican el mismo criterio que
emplean para todo lo demás. Los Reyes Magos eran, por así decirlo, fijos de
plantilla hasta que los poderes económicos empezaron a subcontratar a ese
barbudo de rojo que viene la víspera de Navidad y acabará ahorrando, ya lo
verán, dos puestos de trabajo y una fiesta del calendario.
Tampoco es nuevo, es lo que
suelen hacer con nosotros. Empiezan contándonos que todo seguirá igual, pero la
idea es reducir gastos de modo que el trabajo de tres lo haga uno y además en
un día que ya era festivo. Total, que amortizan una fiesta, dos puestos fijos y
el engorro de los camellos, que son más costosos que un par de renos.
Tal vez suene a chiste, pero lo
que subyace es eso. Dicen: es por los niños. Para que puedan disfrutar de los
juguetes y los regalos en los primeros días de vacaciones y no al final. Y un
cuerno. Es para que las tiendas lo vendan todo en diciembre y el dos de enero
puedan empezar las rebajas con total comodidad. Es la puñetera globalización y
el interés comercial, lo que lleva a ese empeño de querer meternos a Papá Noel,
aunque sea con calzador.
Si quieren más pruebas solo
tienen que fijarse en que los Reyes Magos son parte de una empresa de toda la
vida, más de 2000 años, que desarrolla su actividad en el mercado español y
suramericano. Una empresa que nunca tuvo intención de implantarse en otros
países, pero en el mundo globalizado, tal como están los negocios, no ser
agresivo equivale a la muerte. Equivale a que aparezca alguien como ese gordo ambicioso,
inventado por Coca-Cola, a quien no le basta con lo que tiene, quiere coparlo
todo.
Pues bien, ya puede querer lo que
quiera y seguir intentándolo con mil campañas publicitarias que, en mi casa,
quienes seguirán trayendo los regalos son los Reyes Magos. Por lo que se dijo
antes, porque hoy no sería fiesta y porque, además, tampoco podríamos disfrutar
del Roscón de Reyes.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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