Cuando me enteré de que la NASA anunciaba el descubrimiento de siete nuevos planetas, en los que puede haber vida, pensé dos cosas: Que a la Iglesia se le había acabado el chollo y que Cyrano de Bergerac era más genial, todavía, de lo que me pareció cuando leí, por primera vez, su obra maestra “El otro mundo”.
Lo de la Iglesia, no vayan a pensar que se la tenía jurada y estaba esperando el momento, tiene su explicación. Hace poco el Papa Francisco se preguntaba, en público, si habría que evangelizar a los marcianos si un día se presentaran aquí. “Si mañana viniese una expedición de marcianos… marcianos, ¿eh?... Verdes, con la nariz y las orejas largas, como los pintan los niños… Y uno de ellos dijese: Quiero bautizarme. ¿Qué sucedería?”, dijo Francisco.
Más allá del humor y la retranca del Papa, que se lo toma con una filosofía digna de elogio, cabe preguntarse si el hallazgo de alienígenas inteligentes no socavaría los fundamentos de la religión cristiana. Yo creo que sí. Tengan en cuenta que el cristianismo se basa en una relación no ya privilegiada sino exclusiva de Dios con el hombre. Dios se hizo hombre y, ese hombre, figura a la diestra del Padre, como juez y rey universal. ¿Qué papel jugarían entonces otros seres inteligentes, si los hubiera? ¿Gozarían de la misma consideración divina que tenemos nosotros?
Se me antoja difícil que la iglesia pueda responder a esa pregunta de un modo racional. Por eso que, cuando leí lo de los nuevos planetas, me acordé de Cyrano de Bergerac y de su obra “El otro Mundo”. Una obra que, tras permanecer censurada por la Iglesia durante doscientos años, fue descubierta a principios del siglo pasado.
Cyrano, además de buen espadachín y reconocido libertino, fue un escritor, poeta, dramaturgo y filósofo francés, del siglo XVII, que describió la aparición de la vida en el Universo sin la intervención de dios alguno. No dio por sentado que nuestro mundo y todos los demás mundos sean el trabajo de un Creador Supremo. El suyo es un cosmos en el que hay tantos planetas como estrellas. Planetas habitados por seres racionales, en un universo pleno de inteligencia, que le sirve de escenario para reflexionar sobre la naturaleza y posición humana. El resultado de tales reflexiones elimina a Dios y adopta la razón como única guía, desmontando la excepcionalidad y preeminencia de nuestra especie y el papel que desempeña la religión.
Para Cyrano, el profeta Elías ya admite la existencia de otros mundos al hablar, en sus revelaciones bíblicas, de que el Jardín del Edén fue trasladado, por Dios, de la Tierra a la Luna cuando Adán y Eva fueron expulsados. Dato que le sirve a Cyrano para reinterpretar diversos episodios bíblicos como, por ejemplo, que la serpiente que tentó a Eva tenía forma de pene, y tal vez lo fuera.
No sé ustedes pero, ahora que la NASA acaba de considerar, posible, la existencia de otros mundos habitados, yo me apunto a esos otros mundos, de alienígenas inteligentísimos, a los que Cyrano dice haber viajado utilizando, como medio de propulsión, el rocío embotellado. No estaría mal que esos nuevos planetas estuvieran habitados, como decía el filósofo, por culturas más avanzadas y refinadas que la nuestra y sus habitantes se alimentaran de aromas, durmieran en colchones de flores y usaran la poesía como moneda.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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