Un día de la semana pasada se quejaron los de Hazte Oír y al siguiente los de la Asociación de la Prensa de Madrid. En los dos casos se aludía a la libertad de expresión. Y en los dos hay materia, de sobra, para hablar del tema, y del revuelo que se formó, sin que, a mí juicio, fuera para tanto. Lo digo en el sentido de acudir al Código Penal y pretender que los jueces impidan que alguien ejerza la libertad de expresarse. Y lo digo, también, en base a esa frase que atribuyen a Voltaire: "Aborrezco tus opiniones, pero aborrecería más que te impidieran expresarlas".
La tendencia, al parecer, no va por ahí. Ahora, lo que se lleva es exigir libertad para las ideas, pero solo para las que coincidan con las nuestras o las que consideremos, socialmente, admisibles. Las otras, las que nos irritan o nos incomodan, pedimos que las supriman. Que intervenga el juez y las silencie de un plumazo.
No hace tanto, las ideas y declaraciones públicas con las que no estábamos de acuerdo, las discutíamos y si había que combatirlas las combatíamos. Ahora no. Ahora nos ahorramos el esfuerzo de rebatirlas y pasamos a condenarlas directamente, que es mucho más cómodo. La prueba la tienen en ese autobús, con mensaje, que sacaron a la calle los ultra católicos de Hazte Oír. A mí, el mensaje, me parece estúpido, ridículo y ofensivo pero, por más que lo leo y lo vuelvo a leer, no encuentro nada que se asemeje a un delito. Y menos, aún, ningún motivo legal que justifique que pongan una mordaza a los autores.
Puedo pensar, y lo pienso, que es una pena que todavía haya gente con una mentalidad así sobre la identidad de género, pero si esa gente quiere pintar un autobús, con sus proclamas, está en su derecho. La democracia les ampara. Hace nada, tuvimos ocasión de oír lo que dijo ese cavernícola polaco que afirmó, en el Parlamento Europeo: “Las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son más débiles, más pequeñas y menos inteligentes”. Eso dijo, y la solución no creo que sea taparle la boca e impedir que hable.
Con el aborto sucede algo parecido. Hay quienes piensan que es un asesinato y quienes pensamos que es un derecho de las mujeres. ¿Qué hacemos, mandamos a la cárcel a quienes no piensen como nosotros?
En cualquier caso, si digo lo que es obvio, que tenemos que respetar todas las ideas, no estoy diciendo que tengamos que cruzarnos de brazos. Las ideas que consideremos dañinas y reprobables tenemos que rebatirlas. Tenemos que cargar contra ellas, lo cual no significa que, aunque nos asqueen, no debamos respetar el derecho de las personas a defenderlas en público. La solución, creo yo, no puede ser, nunca, recurrir a la mordaza. Y en esto enlazo con la triste y desafortunada ley, todavía vigente, que impuso el PP y bautizamos con ese nombre.
Nuestra sociedad debe ser lo bastante madura, y lo es, como para convivir con mensajes hirientes sin tener que forzar la intervención de un juez. Sobran las prohibiciones y las medidas paternalistas. Y no porque los de Hazte oír merezcan la menor consideración o condescendencia sino porque la libertad de expresión supone un ejercicio de responsabilidad del que haríamos dejación si recurrimos al feo y anti democrático: hazlos callar.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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