Milio Mariño
Cada cual puede pensar lo que quiera pero a mí me encanta que los rusos hayan recuperado esa imagen de malos malísimos que tuvieron en otros tiempos. Una imagen que echaba en falta, pues pienso que no les pegaba la etiqueta de nuevos ricos gastando el dinero por las tiendas y los bingos de la Costa Brava. Nunca me lo creí del todo, no me parecía creíble que los rusos fueran, todos, horteras pero como insistían en presentarlos así, hubo gente que cambió de idea y pasó de los rusos con cuernos y rabo a los rusos kitsch y los mafiosos. Mafiosos de pacotilla porque la investigación que montó la Fiscalía Anticorrupción para averiguar cómo es que Andreí Petrov daba dinero a espuertas, a los equipos de hockey y de fútbol de Lloret de Mar, la llamó Operación Clotilde.
Con ese nombre ya me dirán qué miedo daban los rusos, por muy mafiosos que fueran. Así que menos mal que llegó lo de Crimea. Ahora la cosa cambia. Ahora volvemos a recuperar al ruso malo por excelencia. Al ruso gordo, generalmente calvo, de mirada que infunde miedo y aspecto como de que no tiene escrúpulos.
Lo de Crimea llegó justo a tiempo para apuntalar lo que algunos ya estaban diciendo. Que los radicales habían vuelto y habían empezado a ocupar las calles de nuestros pueblos proclamando alto y claro sus intenciones: que volvían para acabar con el sistema capitalista y reconstruir la economía, en base al antiguo modelo soviético de dictadura del proletariado. La advertencia reparaba en un detalle significativo que no conviene pasar por alto. Decían que se trataba de gente entrenada para la acción directa, la confrontación y la desobediencia civil. Ponían varios ejemplos, citaban a los que se manifiestan por las Preferentes, los de Gamonal, los Yayoflautas, los defensores del aborto y otros grupos por el estilo, haciendo hincapié en que la mayoría son abuelitos amables que tienen más de sesenta años, pero señalando que, en sus tiempos mozos, casi todos fueron radicales peligrosos y firmes defensores de la URSS.
No deberían quejarse, que los rusos vuelvan a ser malos es bueno para muchas cosas. En especial para darle sentido a Occidente, que había probado a justificar sus desmanes, tomando como enemigo a otros malos, como Bin Laden o Saddan Husein, que no tenían la entidad ni el glamour de los rusos. También será bueno para el Tea Party, Ángela Merkel, Obama y la industria de Hollywood. Volverán las películas sobre la peligrosa amenaza rusa.
Lo que, quizá, no sea tan bueno es para nosotros, para España. Si Margallo no anda fino, se me antoja que podemos tener un problema, pues España es el destino mejor valorado por los turistas rusos, con una nota de 9,4 sobre 10, según revela una encuesta realizada por la Diputación de Barcelona y el grupo Serhs. Según esa encuesta, España será, para los rusos, el primer destino extranjero de vacaciones en los próximos años. Se conoce que han olvidado, por completo, lo del gol de Marcelino, en 1964, de modo que no convendría que nos significáramos mucho apoyando sanciones ni señalándolos como malos malísimos porque a lo peor cambian de idea y se van a otra parte con sus rublos. Con los rusos hay que hacer como con la cúpula del Partido Comunista chino, guiñar un ojo y sonreír sin despegar los labios.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
Cada cual puede pensar lo que quiera pero a mí me encanta que los rusos hayan recuperado esa imagen de malos malísimos que tuvieron en otros tiempos. Una imagen que echaba en falta, pues pienso que no les pegaba la etiqueta de nuevos ricos gastando el dinero por las tiendas y los bingos de la Costa Brava. Nunca me lo creí del todo, no me parecía creíble que los rusos fueran, todos, horteras pero como insistían en presentarlos así, hubo gente que cambió de idea y pasó de los rusos con cuernos y rabo a los rusos kitsch y los mafiosos. Mafiosos de pacotilla porque la investigación que montó la Fiscalía Anticorrupción para averiguar cómo es que Andreí Petrov daba dinero a espuertas, a los equipos de hockey y de fútbol de Lloret de Mar, la llamó Operación Clotilde.
Con ese nombre ya me dirán qué miedo daban los rusos, por muy mafiosos que fueran. Así que menos mal que llegó lo de Crimea. Ahora la cosa cambia. Ahora volvemos a recuperar al ruso malo por excelencia. Al ruso gordo, generalmente calvo, de mirada que infunde miedo y aspecto como de que no tiene escrúpulos.
Lo de Crimea llegó justo a tiempo para apuntalar lo que algunos ya estaban diciendo. Que los radicales habían vuelto y habían empezado a ocupar las calles de nuestros pueblos proclamando alto y claro sus intenciones: que volvían para acabar con el sistema capitalista y reconstruir la economía, en base al antiguo modelo soviético de dictadura del proletariado. La advertencia reparaba en un detalle significativo que no conviene pasar por alto. Decían que se trataba de gente entrenada para la acción directa, la confrontación y la desobediencia civil. Ponían varios ejemplos, citaban a los que se manifiestan por las Preferentes, los de Gamonal, los Yayoflautas, los defensores del aborto y otros grupos por el estilo, haciendo hincapié en que la mayoría son abuelitos amables que tienen más de sesenta años, pero señalando que, en sus tiempos mozos, casi todos fueron radicales peligrosos y firmes defensores de la URSS.
No deberían quejarse, que los rusos vuelvan a ser malos es bueno para muchas cosas. En especial para darle sentido a Occidente, que había probado a justificar sus desmanes, tomando como enemigo a otros malos, como Bin Laden o Saddan Husein, que no tenían la entidad ni el glamour de los rusos. También será bueno para el Tea Party, Ángela Merkel, Obama y la industria de Hollywood. Volverán las películas sobre la peligrosa amenaza rusa.
Lo que, quizá, no sea tan bueno es para nosotros, para España. Si Margallo no anda fino, se me antoja que podemos tener un problema, pues España es el destino mejor valorado por los turistas rusos, con una nota de 9,4 sobre 10, según revela una encuesta realizada por la Diputación de Barcelona y el grupo Serhs. Según esa encuesta, España será, para los rusos, el primer destino extranjero de vacaciones en los próximos años. Se conoce que han olvidado, por completo, lo del gol de Marcelino, en 1964, de modo que no convendría que nos significáramos mucho apoyando sanciones ni señalándolos como malos malísimos porque a lo peor cambian de idea y se van a otra parte con sus rublos. Con los rusos hay que hacer como con la cúpula del Partido Comunista chino, guiñar un ojo y sonreír sin despegar los labios.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
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