Milio Mariño
Por mucho que pase el tiempo parece que no podemos librarnos de que España siga dividida, en dos, para casi todo. Para lo político, lo futbolístico y hasta lo judicial, pues quienes alaban lo que hace la juez Alaya suelen ser críticos si eso mismo lo hace el juez Ruz. Debe ser que seguimos con aquel mal nuestro llamado de “las dos Españas”: la del “aquí nace media España, murió de la otra media”, que dijera Larra; la de la Generación del 98: “entre una España que muere y otra que bosteza”; o la de Antonio Machado: “españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.
Hablo de las dos Españas, también en lo judicial, porque la semana pasada supimos de una fianza, de 29,5 millones de euros, impuesta por la juez Alaya a la que fuera ministra Magdalena Álvarez, y volvimos a la dualidad de partidarios y detractores. La fianza fue alabada por el PP y criticada por el PSOE. Lo cual suele suceder así, o al revés, dependiendo de quién sea el perjudicado.
La juez Alaya se ha convertido en una heroína para unos y en una inquisidora para quienes consideran que la fianza, de 29,5 millones, es una nueva salida de pata de banco que añadir a la muy discutible instrucción del caso de los EREs y a las llamativas coincidencias de decisiones judiciales con momentos políticos clave para Andalucía, como fue el encarcelamiento de Guerrero el día que comenzaba la campaña electoral de las autonómicas de 2012.
Ni que decir tiene que los reproches de unos son presentados como virtudes por quienes jalean a la juez andaluza y la animan a seguir dando caña. Algo parecido sucede, en el otro lado, cuando se trata de Gürtel o de Valencia. Así es que estamos en lo que dijimos, en esa visión partidista de la justicia a la que suelen sumarse los medios, afines a unos u otros, de modo acaba calando en los ciudadanos hasta el punto de que cuando oyen el nombre de una jueza o un juez, ya se declaran partidarios o detractores, antes incluso de conocer lo que ha hecho.
En la situación en que estamos, lo primero que miran algunos es a quién afecta el caso para decidir si se ponen en contra o a favor. No necesitan conocer de qué va, les basta con saber si es de los suyos o de los otros. Vaya en su descargo que, al fin y al cabo, todo está montado para que suceda así. Los Partidos Políticos eligen a los magistrados y los magistrados, como es lógico, han de ser leales con quien los elige, de modo que imparten justicia en base a una mayoría que viene a ser un clon de la que haya en el parlamento, ya sea nacional o autonómico. El ejemplo más cercano se dio estos días pasados cuando Ignacio González propuso como juez, del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, al abogado que le defiende y lleva sus casos.
Quiere decirse que la sospecha de que los ojos de la justicia no están vendados, como simboliza esa figura femenina para mostrar su imparcialidad, parece bastante fundada. La justicia, al menos la nuestra, ciega del todo no es, en unos casos es bizca y en otros tiene un ojo a la virulé.
Por mucho que pase el tiempo parece que no podemos librarnos de que España siga dividida, en dos, para casi todo. Para lo político, lo futbolístico y hasta lo judicial, pues quienes alaban lo que hace la juez Alaya suelen ser críticos si eso mismo lo hace el juez Ruz. Debe ser que seguimos con aquel mal nuestro llamado de “las dos Españas”: la del “aquí nace media España, murió de la otra media”, que dijera Larra; la de la Generación del 98: “entre una España que muere y otra que bosteza”; o la de Antonio Machado: “españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.
Hablo de las dos Españas, también en lo judicial, porque la semana pasada supimos de una fianza, de 29,5 millones de euros, impuesta por la juez Alaya a la que fuera ministra Magdalena Álvarez, y volvimos a la dualidad de partidarios y detractores. La fianza fue alabada por el PP y criticada por el PSOE. Lo cual suele suceder así, o al revés, dependiendo de quién sea el perjudicado.
La juez Alaya se ha convertido en una heroína para unos y en una inquisidora para quienes consideran que la fianza, de 29,5 millones, es una nueva salida de pata de banco que añadir a la muy discutible instrucción del caso de los EREs y a las llamativas coincidencias de decisiones judiciales con momentos políticos clave para Andalucía, como fue el encarcelamiento de Guerrero el día que comenzaba la campaña electoral de las autonómicas de 2012.
Ni que decir tiene que los reproches de unos son presentados como virtudes por quienes jalean a la juez andaluza y la animan a seguir dando caña. Algo parecido sucede, en el otro lado, cuando se trata de Gürtel o de Valencia. Así es que estamos en lo que dijimos, en esa visión partidista de la justicia a la que suelen sumarse los medios, afines a unos u otros, de modo acaba calando en los ciudadanos hasta el punto de que cuando oyen el nombre de una jueza o un juez, ya se declaran partidarios o detractores, antes incluso de conocer lo que ha hecho.
En la situación en que estamos, lo primero que miran algunos es a quién afecta el caso para decidir si se ponen en contra o a favor. No necesitan conocer de qué va, les basta con saber si es de los suyos o de los otros. Vaya en su descargo que, al fin y al cabo, todo está montado para que suceda así. Los Partidos Políticos eligen a los magistrados y los magistrados, como es lógico, han de ser leales con quien los elige, de modo que imparten justicia en base a una mayoría que viene a ser un clon de la que haya en el parlamento, ya sea nacional o autonómico. El ejemplo más cercano se dio estos días pasados cuando Ignacio González propuso como juez, del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, al abogado que le defiende y lleva sus casos.
Quiere decirse que la sospecha de que los ojos de la justicia no están vendados, como simboliza esa figura femenina para mostrar su imparcialidad, parece bastante fundada. La justicia, al menos la nuestra, ciega del todo no es, en unos casos es bizca y en otros tiene un ojo a la virulé.
Milio
Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
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Milio Mariño