Milio Mariño
La lluvia, el frio y el viento invitan a quedarse en casa y hojear viejos libros que siempre deparan sorpresas. Sorpresas y coincidencias pues la semana pasada di con uno, La Hora de todos y la Fortuna con seso, en el que Francisco de Quevedo dice que siempre es más fácil matar al tirano que sufrirlo.
La reflexión, además de acertada, no pudo ser más oportuna. Sobre todo porque aquel día, y ahí la coincidencia, anunciaron la destitución de Viktor Yanukovich.
A pesar del tiempo, casi cuatrocientos años, Quevedo habla en su libro de una variación sobre el tema del mundo al revés, en el que la Fortuna recobra el juicio y da a cada persona lo que realmente merece, provocando tan gran trastorno que el padre de los dioses debe devolverlo todo a su primitivo desorden. Pero Quevedo no solo habla de eso, también se refiere al afán desmedido de los tiranos por poseerlo todo. Un afán que, si ya se daba entonces, aún pervive pues hemos vuelto a ver imágenes del despilfarro sin que por ello deje de sorprendernos la tozudez que tienen los tiranos por acaparar lo estrambótico y lo terriblemente hortera. Ahí está la fortuna del depuesto Yanukovich, que ha vuelto a las andadas de otros colegas suyos, aficionados a los grifos de oro, los zoológicos privados, los coches de lujo, el mármol, los muebles de maderas nobles y todo lo que se nos ocurra que pueden acaparar quienes parecen afectados por el síndrome de un Diógenes acaudalado y de un mal gusto que causa sonrojo.
Quizá, los psicólogos, deberían explicar por qué sé repite esa especie de banalidad obtusa, ese afán acumulador que tienen los ricos muy ricos, los tiranos, los estafadores y los narcos.
Seguro que alguien recordará cuando, allá por 1986, Imelda Marcos abandonó Filipinas, hacia el exilio, y los que entraron en su casa encontraron 2000 pares de zapatos, además de ingentes cantidades de joyas, bolsos y vestidos. Gadafi también iba por ahí con su look particular y una corte de criados, jaimas y caballos, digna de las Mil y una Noches. No les digo nada Idi Amín, que se hizo nombrar Rey de Escocia y, de vez en cuando, aparecía vestido como Jacobo IV.
La nómina de tiranos, estafadores y ricos muy ricos, que acaparan tesoros y horteradas, es tan larga que incluye casos tan peculiares como ese reyezuelo de Marbella, Juan Antonio Roca, que tenía más de diez cuadros de Picasso y Joan Miró, avión y helicóptero privado, una colección de 43 carruajes históricos, ganadería de reses bravas, cuadra de 100 caballos de pura raza española, tres palacios, cuatro fincas, hoteles y varios osos y elefantes disecados.
El exhibicionismo económico parece no tener límites. Cada poco aparecen tiranos y estafadores, adictos al poder y a la ostentación económica, cuyas vidas transcurren entre yates, jets privados, apartamentos de lujo, mujeres hermosas, champán, caviar y todo lo que el mercado es capaz de ofrecer no para proporcionarles placer sino para que se sientan objeto de la envidia que, entienden, genera que veamos todo lo que poseen. Esa debe ser, a mi juicio, la única explicación. Lo que no saben es que, lejos de provocar envidia, lo que provocan es una profunda tristeza. Tristeza e indignación, pues es indignante que hundan en la miseria a miles de personas para obtener beneficios millonarios y gastarlos en chorradas.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
La lluvia, el frio y el viento invitan a quedarse en casa y hojear viejos libros que siempre deparan sorpresas. Sorpresas y coincidencias pues la semana pasada di con uno, La Hora de todos y la Fortuna con seso, en el que Francisco de Quevedo dice que siempre es más fácil matar al tirano que sufrirlo.
La reflexión, además de acertada, no pudo ser más oportuna. Sobre todo porque aquel día, y ahí la coincidencia, anunciaron la destitución de Viktor Yanukovich.
A pesar del tiempo, casi cuatrocientos años, Quevedo habla en su libro de una variación sobre el tema del mundo al revés, en el que la Fortuna recobra el juicio y da a cada persona lo que realmente merece, provocando tan gran trastorno que el padre de los dioses debe devolverlo todo a su primitivo desorden. Pero Quevedo no solo habla de eso, también se refiere al afán desmedido de los tiranos por poseerlo todo. Un afán que, si ya se daba entonces, aún pervive pues hemos vuelto a ver imágenes del despilfarro sin que por ello deje de sorprendernos la tozudez que tienen los tiranos por acaparar lo estrambótico y lo terriblemente hortera. Ahí está la fortuna del depuesto Yanukovich, que ha vuelto a las andadas de otros colegas suyos, aficionados a los grifos de oro, los zoológicos privados, los coches de lujo, el mármol, los muebles de maderas nobles y todo lo que se nos ocurra que pueden acaparar quienes parecen afectados por el síndrome de un Diógenes acaudalado y de un mal gusto que causa sonrojo.
Quizá, los psicólogos, deberían explicar por qué sé repite esa especie de banalidad obtusa, ese afán acumulador que tienen los ricos muy ricos, los tiranos, los estafadores y los narcos.
Seguro que alguien recordará cuando, allá por 1986, Imelda Marcos abandonó Filipinas, hacia el exilio, y los que entraron en su casa encontraron 2000 pares de zapatos, además de ingentes cantidades de joyas, bolsos y vestidos. Gadafi también iba por ahí con su look particular y una corte de criados, jaimas y caballos, digna de las Mil y una Noches. No les digo nada Idi Amín, que se hizo nombrar Rey de Escocia y, de vez en cuando, aparecía vestido como Jacobo IV.
La nómina de tiranos, estafadores y ricos muy ricos, que acaparan tesoros y horteradas, es tan larga que incluye casos tan peculiares como ese reyezuelo de Marbella, Juan Antonio Roca, que tenía más de diez cuadros de Picasso y Joan Miró, avión y helicóptero privado, una colección de 43 carruajes históricos, ganadería de reses bravas, cuadra de 100 caballos de pura raza española, tres palacios, cuatro fincas, hoteles y varios osos y elefantes disecados.
El exhibicionismo económico parece no tener límites. Cada poco aparecen tiranos y estafadores, adictos al poder y a la ostentación económica, cuyas vidas transcurren entre yates, jets privados, apartamentos de lujo, mujeres hermosas, champán, caviar y todo lo que el mercado es capaz de ofrecer no para proporcionarles placer sino para que se sientan objeto de la envidia que, entienden, genera que veamos todo lo que poseen. Esa debe ser, a mi juicio, la única explicación. Lo que no saben es que, lejos de provocar envidia, lo que provocan es una profunda tristeza. Tristeza e indignación, pues es indignante que hundan en la miseria a miles de personas para obtener beneficios millonarios y gastarlos en chorradas.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Milio Mariño