lunes, 1 de abril de 2013

Buen provecho

Milio Mariño

Mientras esperaba por la primera luna llena de primavera, que fue la semana pasada y es el origen de los festejos de Semana Santa, me apunté a lo imprescindible que decía Delibes cuando queremos contar cualquier cosa: un paisaje, una persona y una pasión.

El paisaje es un conjunto de grises, cielo, mar y soportales, con Niemeyer e industria al fondo. La persona no es una, son miles. Y, la pasión son los lunes de Pascua y la comida en la calle. De modo que si el tiempo no lo impide volveré a sentir un plus de emoción que no pienso disimular por aquello de que van pasando los años y ahorrar emociones cada vez tiene menos sentido.

Nunca se me ocurrió preguntarle a la autora del invento, a Mariví Monteserin que fue quien inventó la comida en la calle, cómo le vino la idea de semejante festejo. No creo que fuera viendo una de esas películas, ambientadas en Nueva York, en las que la gente sale corriendo de las oficinas con una idea fija en la frente: comer lo que sea ya mismo.

Dicen los yanquis, lo leí el otro día, que lo de comer en la calle por necesidad y falta de tiempo pasó a la historia. Que ahora lo hacen por gusto, porque les encanta salir a la caza y captura de los puestos callejeros y las furgonetas de comida, en Nueva York hay más de 3.000, que venden perritos calientes, pinchos morunos, pizzas y cualquier cosa que coja entre dos servilletas y pueda comerse de pie.

Puedo admitir, aunque me cueste, que los americanos quizá sean amantes de la buena cocina pero, desde luego, no lo son de la buena mesa. Ya ven donde comen: apoyados en una esquina, dentro del coche, sentados en las escaleras o, si tienen suerte y lo pillan, en un banco del parque. Ni comparación con la dignidad, y el buen gusto, que supone comer en la calle con mesa y mantel.

No es ocioso aclararlo porque nada más comentar, con amigos de Madrid, que íbamos a comer en la calle, enseguida dijeron: Como los americanos.

Tuve que insistir y explicarles que lo nuestro nació siendo festejo y fue creciendo con aprobación o sin ella pues, al principio, eran más las críticas que vaticinaban un estrepitoso fracaso que las alabanzas y el deseo de que triunfara. El argumento de los detractores no lo recuerdo. Quizá vieran en ello una vulgaridad o tal vez estuvieran influidos por el antecedente de que a muchos nos habían enseñado que no es de buena educación comer en la calle. Las normas de urbanidad no lo admitían ni como acto lúdico, de ahí que los manuales de buena conducta llegaran a plantearse si procedía, o no, saludar y desear buen provecho a quienes tuvieran el mal gusto de comer en la calle.

El pasado siempre parece mentira. Hoy mueve a risa que la obligación de desear buen provecho se reservara para quienes comían en lugares cerrados. De todas formas para eso está el progreso, para luchar contra las normas estrictas y los principios inamovibles. Y, ahí lo tienen, la realidad es que hoy, ya sea en sitio cerrado o abierto, casi nadie dice buen provecho. Tal vez lo piensen y lo dejen dentro por pereza. Así es que, para que no se diga, yo lo digo y lo deseo con todas mis fuerzas.


Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España

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