lunes, 15 de abril de 2013

Una margarita de hierro

Milio Mariño

Hay personajes que a fuerza de verlos, todos los días y a todas horas, tenemos la sensación de conocerlos, de haberlos tratado personalmente y de compartir con ellos alegrías y tristezas. Poco importa que los veamos en una pantalla o vivan en mundos lejanos y ajenos al nuestro, la distancia es una dimensión subjetiva que no supone impedimento para que los consideremos nuestros amigos. Unos amigos, eso sí, especiales porque los vemos hacerse mayores y nos sorprende que por ellos también pasen los años y padezcan averías irreparables, como sucede al resto de los mortales.

Lo que quería contarles es que cuando alguno de esos personajes desparece, tenga la edad que tenga, siempre nos causa sorpresa. Es como si nos enfrentáramos al final de una película o de una novela, por muy largas que sean. Un final que la semana pasada, el guionista supremo, el escritor infinito o quien fuera, dictó para Bigas Luna, Sara Montiel, José Luis Sampedro y Margaret Thatcher.

Pues bien, ahora que ha caído el telón sobre estos personajes, alguno de ellos amigo en los términos que ya comentamos, uno coteja las opiniones y no tiene por menos que sentirse como el caballo suelto del opinódromo.

Estoy de acuerdo con aquel que dijo, no recuerdo quien, que toda opinión es un proyecto de error. Y voy más allá, tal vez un error seguro de los que opinamos y, aunque quisiéramos, nunca podríamos sentar cátedra. Dicho esto, se han publicado opiniones sobre Margaret Thatcher, que si fuera verdad la mitad de lo que dicen merecería que la propusieran, oficialmente, como la Santa Patrona de la economía y las libertades mundiales.

Vaya por delante que a la famosa Dama de Hierro, que falleció hace unos días, víctima de un derrame cerebral, en una habitación del Hotel Ritz de Londres, uno no la tenía en el círculo de amistades de sus personajes inaccesibles. Lo cual sirve de orientación pero no creo que invalide el diagnostico de que los opinadores que se tienen por dueños de la verdad, han pretendido vendernos a una superpersona que solo existe en su imaginación.

Por lo visto gracias a Juan Pablo II, Margaret Thatcher y Ronald Reagan disfrutamos, hoy, de una sociedad más libre, más justa y más igualitaria. No quiero imaginar, no se me alcanza, qué hubiera sido de nosotros si en vez de haber tenido la suerte de que nos gobernaran los buenos, estos dos santos varones y la santa Dama de Hierro, nos llegan a tocar los malos. Aunque claro, como todo es opinable, quien sabe si en ese caso el Papa Francisco, no hubiera dicho, de los malos, lo que dijo de Margaret Thatcher: que su aprecio a los valores cristianos fue lo que sostuvo su empeño en el servicio público y la promoción de las libertades.

Apelo a esa consideración, dulce, de los malos porque no acabo de comprender que el Santo Padre dijera que confiaba el alma de Thatcher a la misericordia de Dios. A simple vista parece una contradicción pues misericordia, según el DRAE, es la disposición a compadecerse de los trabajos y las miserias ajenas, que impulsa, al juzgador, a ser benévolo en el juicio y en el castigo. Cosa que no haría falta si Margarita hubiera sido una flor y no un cardo borriquero, que algunos vistieron de hierro desconociendo que es el metal menos noble de todos.


Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ La Nueva España

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