Si se trata de confesar los
pecados, aquí tienen un ingenuo que seguirá siéndolo hasta que se muera. Son
incontables las veces que me la dieron con queso y no escarmiento, vuelvo a
picar como un necio. Insisto en engañarme a pesar de que me consta, como a todos,
que el altruismo y la bondad escasean tanto como el niobio, que es un mineral muy
escaso y muy codiciado.
Es evidente que sigue habiendo constructores
que sobornan y consiguen que recalifiquen sus terrenos, banqueros que estafan y
el Estado los subvenciona con millones de euros, empresarios que explotan a sus
trabajadores y pasan por ser ejemplares, políticos que cobran mordidas y dan lecciones
de ética… En fin, toda una casuística variopinta de la que no se escapan
jueces, policías y hasta alguna eminencia reverendísima, pues las monjas de la
Asociación Lumen Dei se enfrentan, desde hace años, a lo que consideran un expolio
irregular por parte del arzobispo de Oviedo: la venta por más de 12,7 millones
de euros de edificios repartidos entre Asturias, Barcelona y Madrid y el
destino de ese dinero cuyo paradero se desconoce.
Ejemplos hay a montones, pero
ni esos ejemplos, ni siquiera la edad que, según dicen, nos hace desconfiados,
me llevan a anteponer la malicia a la buena fe. Sé que la virtud está en el
término medio, ni ser muy ingenuo ni desconfiar de todo, pero sigo reaccionando
como si la esencia de nuestra especie no fuera la maldad.
Ahora entenderán por qué. En
el periódico que estaba leyendo decían que un billete de avión no siempre
cuesta lo mismo, que el precio puede variar en función del asiento, el día de
la semana, la hora del vuelo o la época del año. Me parecía lógico y muy
normal. Pero introducían una variable. ¿Qué pasa con quienes tienen que viajar
por una urgencia como asistir al entierro de un familiar?
Ahí se me encendió la
bombilla. Pensé: menos mal que todavía queda algo de humanidad. Sería injusto
que una persona que viaja porque falleció un familiar tuviera que pagar la
misma tarifa que quien se permite hacerlo un viernes de julio, víspera de
vacaciones.
Lo digo con toda franqueza, me
sentía orgulloso de lo que creía un detalle humanitario. Pero seguí leyendo y
caí del caballo. La aerolínea estadounidense Delta Air Lines, si presentas un
certificado de defunción y dices que te urge un billete porque se ha muerto tu
madre, te cobra el doble. Establece los precios de forma personalizada mediante
un programa de inteligencia artificial que procesa los datos de cada cliente. Es
decir, cuanto más lo necesitas más caro te sale. Ir al entierro de tú madre te
sale más caro que si viajas por vacaciones.
Estuve llamándome imbécil
hasta que cansé. Luego di un repaso para ver si suele pasar que exploten la
desesperación o la urgencia por un producto o servicio esencial y quedé
asombrado. Si ven que lo necesitas pagas más y si insistes en que lo necesitas
mucho pagas mucho más. Ocurre con todo: con las medicinas, las vacunas, la
vivienda…
Al final, llegué a la
conclusión de que no valía la pena mortificarme por aquel desliz. La primera
característica de la maldad es que nunca la ves venir. Siempre se disfraza de
algo bueno, por eso te pilla desprevenido y picas como un ingenuo.