lunes, 29 de septiembre de 2025

Aún quedan ingenuos

Milio Mariño

Si se trata de confesar los pecados, aquí tienen un ingenuo que seguirá siéndolo hasta que se muera. Son incontables las veces que me la dieron con queso y no escarmiento, vuelvo a picar como un necio. Insisto en engañarme a pesar de que me consta, como a todos, que el altruismo y la bondad escasean tanto como el niobio, que es un mineral muy escaso y muy codiciado.

 Es evidente que sigue habiendo constructores que sobornan y consiguen que recalifiquen sus terrenos, banqueros que estafan y el Estado los subvenciona con millones de euros, empresarios que explotan a sus trabajadores y pasan por ser ejemplares, políticos que cobran mordidas y dan lecciones de ética… En fin, toda una casuística variopinta de la que no se escapan jueces, policías y hasta alguna eminencia reverendísima, pues las monjas de la Asociación Lumen Dei se enfrentan, desde hace años, a lo que consideran un expolio irregular por parte del arzobispo de Oviedo: la venta por más de 12,7 millones de euros de edificios repartidos entre Asturias, Barcelona y Madrid y el destino de ese dinero cuyo paradero se desconoce.

Ejemplos hay a montones, pero ni esos ejemplos, ni siquiera la edad que, según dicen, nos hace desconfiados, me llevan a anteponer la malicia a la buena fe. Sé que la virtud está en el término medio, ni ser muy ingenuo ni desconfiar de todo, pero sigo reaccionando como si la esencia de nuestra especie no fuera la maldad.

Ahora entenderán por qué. En el periódico que estaba leyendo decían que un billete de avión no siempre cuesta lo mismo, que el precio puede variar en función del asiento, el día de la semana, la hora del vuelo o la época del año. Me parecía lógico y muy normal. Pero introducían una variable. ¿Qué pasa con quienes tienen que viajar por una urgencia como asistir al entierro de un familiar?

Ahí se me encendió la bombilla. Pensé: menos mal que todavía queda algo de humanidad. Sería injusto que una persona que viaja porque falleció un familiar tuviera que pagar la misma tarifa que quien se permite hacerlo un viernes de julio, víspera de vacaciones.

Lo digo con toda franqueza, me sentía orgulloso de lo que creía un detalle humanitario. Pero seguí leyendo y caí del caballo. La aerolínea estadounidense Delta Air Lines, si presentas un certificado de defunción y dices que te urge un billete porque se ha muerto tu madre, te cobra el doble. Establece los precios de forma personalizada mediante un programa de inteligencia artificial que procesa los datos de cada cliente. Es decir, cuanto más lo necesitas más caro te sale. Ir al entierro de tú madre te sale más caro que si viajas por vacaciones.

Estuve llamándome imbécil hasta que cansé. Luego di un repaso para ver si suele pasar que exploten la desesperación o la urgencia por un producto o servicio esencial y quedé asombrado. Si ven que lo necesitas pagas más y si insistes en que lo necesitas mucho pagas mucho más. Ocurre con todo: con las medicinas, las vacunas, la vivienda…

Al final, llegué a la conclusión de que no valía la pena mortificarme por aquel desliz. La primera característica de la maldad es que nunca la ves venir. Siempre se disfraza de algo bueno, por eso te pilla desprevenido y picas como un ingenuo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 22 de septiembre de 2025

Fumar en una terraza

Milio Mariño

Mientras disfrutaba, en una terraza, de un vino, un pincho y un cigarrillo recién encendido, pasaron, a escasos metros, un autobús articulado, un camión de reparto, una furgoneta vieja y una recua de vehículos motorizados. Ya imaginan, supongo, cómo quedó la terraza. Envuelta en una nube de humo que seguirá siendo legal y dejará en ridículo al humo del cigarrillo que estaba fumando. 

No faltarán los que digan que es la disculpa infantil del abuelo gamberro que quiere seguir fumando aunque lo prohíba la ley. Ni mucho menos. Soy consciente de que fumar es malo. También aprovecho para decir que respeto esa ley, no escrita, de que la libertad de uno acaba donde empieza la del otro. Y, por si no fuera bastante, creo que vivimos en el mejor de los mundos posibles y no pienso invocar la nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Dicho lo dicho, insisto en que prohibir que se fume en las terrazas me parece una tontería, otra más, de las muchas que padecemos quienes, al parecer, hemos dejado de ser ciudadanos para convertirnos en súbditos. Las autoridades, todas en general, han aumentado de forma exagerada su poder sobre nosotros y ya ni siquiera disimulan su pulsión censora y su afán por prohibir las cosas más peregrinas y absurdas, promulgando leyes que carecen de cualquier justificación.

No hay nada que siente mejor, a cualquier sociedad, que el sentido común. Las leyes o normativas absurdas siempre producen situaciones estúpidas. Situaciones que se repiten sin que los políticos rectifiquen y acepten que su misión es hacernos la vida más agradable y no inventar la pólvora cada mañana.

Las leyes deben interpretar la demanda de la sociedad y no al revés. Pero no hay manera. Cuando un tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto sigue. Con la falsa disculpa de avanzar en derechos, los políticos están recortando las libertades hasta dejarlas en nada. Somos rehenes de una panda de frikis que pretenden darnos lecciones y corregir nuestros excesos. Y, como lo mejor es predicar con el ejemplo, ahí van unos cuantos para que cada cual juzgue al respecto.

En Tenerife, está prohibido hacer castillos de arena en la playa sin permiso del Ayuntamiento. El Mallorca, se puede tener un máximo de cuatro gallinas sin autorización. Para tener cinco hay que solicitar el correspondiente permiso y disponer de un veterinario de referencia por si hay problemas.  Varios ayuntamientos tienen prohibido, a los niños, jugar al balón en los parques municipales. La multa puede ascender de 50 a 700 euros. En Villanueva de la Torre, Guadalajara, está prohibido dejar una fregona en el balcón o la terraza. La Ley de bienestar animal exige un cursillo obligatorio para tener perro. En Madrid, hay que pasar un examen para  cantar en la calle.

El catalogo es tan extenso que podría llenar cuatro folios, pero creo que lo expuesto es suficiente para dejar en evidencia a quienes, si pudieran, prohibirían las flatulencias de las vacas y multarían a los ganaderos como responsables subsidiarios.   

Afortunadamente, los seres humanos evolucionamos cuando aprendemos, reflexionamos y tomamos decisiones voluntarias, no cuando el Estado nos amenaza con una multa.

Los promotores de la ley dicen que los tiempos han cambiado. Cierto, pero eso no hace razonable que se prohíba fumar en las terrazas. Y, no lo es.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 15 de septiembre de 2025

Tener internet y no tener qué comer

Milio Mariño

A finales de agosto contaba un periódico que, allá por Gaza, una madre había prohibido a sus hijos que vieran, en internet, imágenes de hamburguesas y pollos asados porque solo servía para que se hicieran daño. La madre, como todas las madres, trataba de protegerlos y evitar que sufrieran. Les daba lo que podía: buenos consejos. No podía darles comida porque no la tenía.

No es un relato de ciencia ficción, es una historia real como tantas otras que ocurren en Gaza. Nos esforzamos por comprender el mundo y la realidad se encarga de hacerlo incomprensible. En Gaza, hasta hace poco, la gente moría por lo propio de una guerra: las bombas y las balas. Ahora muere por eso y, también, de hambre.

El progreso solemos evaluarlo por el desarrollo de la razón, de la ciencia y la tecnología, pero lo que más progresa son las armas, la crueldad y variedad de formas con las que se puede infringir dolor. Sin piedad, desoyendo los gritos de la inocencia.

De veras que lo intenté, pero sigo sin comprender como es que hay niños que tienen internet y no tienen qué comer. Las comunicaciones han avanzado de tal manera que los niños que no tienen qué comer pueden ver imágenes de suculentas hamburguesas y apetitosos pollos asados mientras nosotros, desde el otro lado, vemos cómo mueren de hambre. Ellos no pueden hacer nada y nosotros, al parecer, tampoco. Somos testigos de crímenes y atrocidades que nos resultan insoportables y lo más que hacemos es apartar la mirada.

Tampoco es nuevo. Lo mismo, o muy parecido, ya pasó otras veces y en otros sitios, así que dentro de unos años alguien se preguntará cómo fue posible que ocurriera. Como fue que nuestra generación presenció, sin hacer nada, que se cometiera un genocidio y ancianos, mujeres y niños fueran asesinados mientras hacían cola para conseguir un poco de agua y, si acaso, algo de comida.

La ONU acaba de confirmar que en los últimos dos meses más de mil palestinos fueron asesinados mientras buscaban comida. Unas víctimas a las que hay que sumar los 210 periodistas que también fueron asesinados mientras buscaban noticias.

Las atrocidades no paran de sucederse mientras los países de la muy civilizada Europa se limitan a mandar ayuda humanitaria como si lo que está ocurriendo en Gaza fuera causado por unas inundaciones, un terremoto o cualquier catástrofe natural. Asombra que asuman ser cómplices, ellos sabrán por qué.

Sin poder quitarme de la cabeza el horror de que, en Gaza, hay niños que mueren de hambre mientras ven imágenes de hamburguesas y pollos asados, seguí con el periódico que estaba leyendo y, dos páginas más adelante, encontré la noticia de que Homei Miyashita, un profesor japonés de la Universidad de Meiji, acaba de crear una aplicación para el móvil que permite lamer la pantalla. Un nuevo y curioso dispositivo con el que la gente podrá experimentar gustos y sabores que podrían asimilarse a la experiencia de algo parecido a comer en un restaurante.

 El progreso es imparable. Esperemos que estos nuevos teléfonos, que lames la pantalla y percibes el gusto de la comida que hayas seleccionado, tarden en comercializarse. Ojala que no acaben llegando a Gaza y caigan en manos de los niños. La maldad es insaciable, nunca tiene bastante.


Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 8 de septiembre de 2025

El, triste, Día de Asturias

Milio Mariño

Tanto si llueve como si hace sol, el Día de Asturias volverá a ser un día triste en el que la indiferencia ganará a la celebración. Este año, el lugar elegido es la Comarca de la Sidra, pero da igual dónde se celebre. La fecha, el programa de actos y los festejos parecen más propios de una romería de los años sesenta que de la festividad de una comunidad autónoma del siglo XXI.

A buen seguro que, en 1980, cuando Rafael Fernández, entonces presidente del  ente preautonómico, y Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, después de una comida en Trascorrales, acordaron que el día de Asturias fuera el 8 de septiembre no imaginaban que, 45 años después, se convertiría en lo que es: una fiesta que carece de relevancia social y no goza del fervor de los asturianos. Al contrario, ha terminado por convertirse en algo alejado y ajeno cuya repercusión pública consiste en el cruce de apuestas sobre la cantidad de improperios que el Arzobispo de Oviedo, desde el púlpito de Covadonga, dedicará a los gobiernos central y autonómico, en base a su reflexión personal, cuyos criterios morales no son, en absoluto, los de la sociedad que enjuicia y siempre acaba condenando.

La tristeza, por tanto, está justificada. El día de Asturias no debería ser un sermón con bronca en Covadonga y una romería, donde toque, con un programa de festejos que produce vergüenza ajena y al que solo le falta el partido de solteros contra casados para completar el despropósito.

Adrián Barbón, que es católico practicante y una persona muy educada y prudente, ya anunció que este año, como el pasado, no quiere molestar y no asistirá a la misa de Covadonga para evitar cualquier polémica. Es lo que debería haber hecho desde el principio por respeto al Estado aconfesional y a que es el Presidente de todos los asturianos.

La indiferencia y el desapego, para con el día de la Comunidad, adquieren una significación especial si tenemos en cuenta que Asturias tiene una identidad bien definida, una personalidad histórica reconocida desde hace siglos y se muestra políticamente activa cuando la ocasión lo requiere. Es más, todos los sondeos y las encuestas indican que, entre los españoles, los asturianos somos los que más queremos a nuestra tierra.

Algo debe fallar. Asturias destaca, en todos los sentidos, como una Comunidad  acogedora, multicultural y, ahora, también multirracial, que puede servir como ejemplo de respeto y concordia al resto de comunidades. Merece, por tanto, una celebración que lo sea de los valores que inspiran su historia, marcada por el peso de la rebeldía, la reivindicación social y la lucha por la libertad. Ninguna otra fecha como el 25 de mayo para conmemorar esos valores y esa conciencia cívica. Ese día, en 1.808, la Junta General de Asturias se declaró soberana frente al vacío de poder que se produjo por la huida del rey Carlos IV y la invasión napoleónica.

Cambiar la fecha no lo arreglaría todo, pero por algo se empieza.  Sería un prometedor comienzo que reforzaría nuestra entidad colectiva. El día de Asturias no debería estar ligado a ninguna religión determinada ni a una supuesta batalla, ahora utilizada por la ultraderecha para esgrimirla contra los inmigrantes, sino a nuestra historia como pueblo ejemplar que siempre luchó por la libertad.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 1 de septiembre de 2025

Chifladuras y realidades

Milio Mariño

Me gustan las chifladuras. Sé que tienen una connotación negativa porque se asocian con la insensatez y la falta de juicio, pero proporcionan historias preciosas. Son un pacto entre la razón y la locura. Por eso me gustan y reservo el verano para los libros más peculiares y extravagantes que voy comprando en los mercadillos. Uno, el que estoy leyendo, trata sobre las plantas y en él se dice que no es verdad que las plantas carezcan de movilidad. Para demostrarlo, ponen en boca de Darwin que las plantas se mueven, pero solo por interés, cuando les representa algún beneficio.

No me preocupé por averiguar si Darwin dijo tal cosa. De todas maneras, tiene su lógica. La creencia de que las plantas son seres inferiores carentes de sensibilidad, fue rebatida por el biólogo y filósofo austrohúngaro Raoul Francé, quien publicó ocho volúmenes sobre el tema, asegurando que sienten dolor y placer, son inteligentes y es posible que tengan alma. Podemos pensar que es una chifladura, pero también pensábamos que Dios nos había hecho a su imagen y semejanza y luego resultó que nos hizo a semejanza de los monos. Así que cuidado.

Uno de nuestros mayores defectos es presumir de qué lo sabemos todo y solo nos falta saber lo que hay en otros planetas. La verdad es que apenas sabemos lo que hay en la tierra. Aristóteles decía que las plantas tienen alma, un alma vegetativa exenta de sensibilidad. Opinión que permaneció invariable hasta el siglo XVII, cuando Carl Von Linneo, padre de la botánica moderna, afirmó que las plantas sólo se diferencian de los animales y los humanos en que carecen de movilidad. Luego, como apuntamos antes, Darwin y otros colegas lo corrigieron diciendo que las plantas se mueven y que si no lo advertimos es porque no tenemos paciencia y no nos tomamos el tiempo suficiente para observarlas.

Llevan razón. Siempre vamos con prisa y nos trae sin cuidado que las plantas se muevan o prefieran no moverse como nosotros el sofá. Tampoco nos preguntamos cómo es que cuando las raíces de una planta encuentran un obstáculo lo sortean, o cómo, si a una planta trepadora le ponemos un palo, se agarra a él y trepa. Dos acciones que demuestran que las plantas son capaces de percibir lo que las rodea y decidir lo que les conviene. ¿Acaso la planta puede ver el palo? ¿Siente que está a su lado por alguna razón misteriosa?...

Ya les digo, estaba fascinado con aquel libro. No era para menos. Me había permitido entrar en el mundo mágico de las plantas y saber que también fueron vistas de forma diferente por los celtas.

A la certeza de que las plantas nos cautivan con sus aromas, nos alimentan, proporcionan oxígeno para nuestra vida y tienen propiedades medicinales, había que añadir los atributos que apuntaban en el libro.

Estaba empezando a ver las plantas de otra manera. Pero, entonces, surgió la oleada de incendios y se esfumó la magia. Si las plantas son inteligentes y capaces de moverse, aunque sea por interés como decía Darwin, cómo es que no salieron corriendo cuando las amenazaba el fuego. Solo me queda una esperanza, que hicieran como dice una anciana de Ourense que hizo la virgen de su parroquia, que no hizo nada y dejó que la ermita se quemara para salvar al pueblo. 


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 25 de agosto de 2025

Otoño en Agosto

Milio Mariño

Por más que el calendario señale agosto y nuestro patrono San Agustín nos convoque a su semana grande de festejos, ha llegado el otoño. Lo hemos traído nosotros, aunque apelemos a la disculpa de que llegó por la vuelta del fútbol y la reunión de Trump y Putin en Alaska. También se apunta a los árboles, que algunos han guardado el verde en el armario y se visten de amarillo porque desean que vuelva el frio y caiga agua del cielo.

Excusas las que queramos, pero lo cierto es que mucha gente estaba harta del verano, el calor sofocante y esas alertas que eran avisos y ahora, a fuerza de considerarnos imbéciles, las han convertido en sentencias a vida o muerte. Juntándolo todo, es fácil llegar a la conclusión de que el verano no es lo que era y las vacaciones tampoco. Con ellas, y con el verano, suele pasar como con el sexo, que rara vez está a la altura de las expectativas que nos habíamos creado.

Esto de que, en agosto, la gente esté deseando que llegue el otoño no es un capricho, es consecuencia del cambio climático, algo que muchos todavía ponen en duda y supone una realidad que apabulla. Están sorprendidos, incluso, los que no tenían dudas y creían, de forma egoísta, que afectaría a las generaciones futuras. No lo parece. De momento, está afectando a los abuelos más que a los nietos. Desde finales de mayo, dependiendo de la metodología que se utilice, se habla de 1.180 y 4.128  muertos por efectos del calor. Casi todos personas mayores, es cierto, pero los jóvenes harían bien en tomar nota porque, se supone, aspiran a cumplir años y la previsión es que las cifras empeoren.

El consuelo de los escépticos es creer que la tierra va a su bola y el mundo a lo suyo. Es decir que el planeta sigue girando al margen de lo que ocurre en su superficie, sin que las acciones o decisiones humanas tengan un impacto directo en lo que muchos consideran exclusivo de la naturaleza. Aseguran que el clima no es cosa nuestra que, en eso, no tenemos arte ni parte.

 Afortunadamente, ahora sabemos más que hace unos años. Sabemos que muchos de los fenómenos meteorológicos extremos, que en unos casos inundan ciudades y en otros secan cultivos, asfixian ancianos, queman los montes y arrasan con todo, se producen por el cambio climático. Quienes se niegan a reconocerlo demuestran que su postura está más vinculada con las preferencias ideológicas que con la realidad. Se empeñan en “sostenello y no enmendallo” aunque, en su interior, sepan que están equivocados. El último recurso, para salvar la cara, es creer que las catástrofes podemos resolverlas comprando la solución. Pidiendo más bomberos, más medios aéreos y la intervención del ejército.

Hoy en día, el 98% de los científicos afirman que el cambio climático es una realidad, pero basta que un 2% lo niegue para que el 50% de la población se aferre a esa idea. Confían en que, sin hacer nada, todo acabará resolviéndose. A ver si llueve, decían algunas autoridades confesando su impotencia ante la magnitud de los incendios. Este año, igual adelantando el otoño mitigamos el problema, pero el truco es imposible que sea la solución. El cambio climático no se resuelve con trucos ni por arte de magia.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 18 de agosto de 2025

Ricos paisajes para pobres sin recursos

Milio Mariño

En esta próspera España, ahora mismo el país que más crece de Europa, hay mucha gente que no tiene dinero ni para tres días de vacaciones. La economía mejora, pero no para todos. Aquí solo disfrutan los ricos y los que somos ricos en ilusiones, cobramos la pensión y la paga extra de julio y pensamos que si ya vivimos en el paraíso sería absurdo que fuéramos a otro sitio y nos asáramos como pollos. Así que pasamos el verano en Asturias, disfrutando de lo nuestro con sentido del humor del bueno, que es el que alegra la vida, no como el de aquel al que preguntaron y dijo que el sentido del humor era una deposición de ánimo.

Disfrutar del paraíso, en verano, solo tiene el inconveniente de que estamos expuestos a padecer el frívolo exhibicionismo de quienes vienen de vacaciones y se creen superiores porque entienden que somos indígenas sin recursos que deberíamos estarles agradecidos por su visita y sus euros.

Ese es el problema, que estamos expuestos a que pueda aparecer alguien que piense que su lugar en la sociedad debería ser más alto y aproveche para elevarlo cuando se tropieza contigo. El viejo consejo de que conviene tener los pies en la tierra deja de tener vigencia en tiempo de vacaciones.  Con la brisa de nuestro clima es fácil que cualquiera se eleve y sobrevuele por encima del resto de los mortales. Sobre todo si es urbanita y no está acostumbrado a una intemperie que abarca la grandiosidad del mar y la belleza de unas olas que emergen y se desmoronan convertidas en un engarce de perlas grises y blancas.

Un sentimiento menos poético y más parecido a la estupidez, debió ser lo que impulsó a una señora, entrada en años, que se sentó justo al lado de la mesa donde yo estaba, en el chiringuito de la playa de Bahinas. Había llegado con una familia, supongo que orgullosa de su tierra, que le habría hablado de la belleza de aquel lugar  y decidieron llevarla para que lo conociera. La señora apenas se molestó en echar un vistazo, enseguida se procuró una asilla y, una vez que estuvo acomodada, dijo con una insufrible voz de soprano: La playita no está mal, tiene su encanto, pero sé nota que es un sitio de pobres.

Estuve en un tris de pedirle disculpas por no enriquecer el entorno y estropearle el disfrute. Allí sentado, sentí que me había convertido en notario de la pobreza. Al final, cuando me repuse del desconcierto, aguanté las ganas y no dije nada, pero no se imaginan la cantidad de veces que me he arrepentido. Y sigo arrepintiéndome de haber callado y no haber puesto en valor la riqueza de aquel entorno injustamente despreciado. Tenía que haberle dicho que la soberbia es el relincho de los ególatras engreídos.

La señora se marchó al poco rato, seguramente porque debía estar a disgusto en un ambiente que no era el suyo. Y allí quedé yo, intentando convencerme de que no soy gilipollas del todo y reflexionando sobre a quién pertenece la soberanía de los espacios naturales que son auténticas preciosidades. A veces reaccionamos de una manera tan incomprensible que hasta me entró la duda de si habrá zonas que los pobres acaparamos y no nos corresponde disfrutarlas en exclusiva.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España