Uno, que ya tiene sus años, se
siente antediluviano cuando intenta recordar aquellas nochebuenas en las que no
había teléfono móvil, ni Facebook, Instagram o WhatsApp. No crean que fue hace
tanto, pero parecen sacadas de la noche de los tiempos por lo mucho que han
cambiado las cosas. También las familias, que antes eran más una piña y a
ninguna se le ocurría pasar esa noche fuera de casa, en una casa rural, como al
parecer se ha puesto de moda. La nochebuena se pasaba en casa, generalmente con
los abuelos, hablando entre todos y compartiendo risas y confidencias. Pero
llegó el teléfono móvil y, sin que apenas nos diéramos cuenta, consiguió que
cambiáramos nuestras costumbres, incluso las más arraigadas.
La sensación puede ser que el
móvil lleva una eternidad con nosotros, pero no es para tanto. Fue a principio
de los noventa, cuando, para animar la nochebuena, los de “Martes y 13” cantaban
aquello de “Maricón de España” o “Mi marido me pega” y nos partíamos de risa
sin que nadie pensara que se mofaban de los homosexuales o hacían chistes de un
problema tan grave como la violencia machista. En aquel tiempo, 1993, empezaba
a comercializarse MoviLine, el primer servicio de telefonía móvil para quienes
pudieran permitírselo porque un móvil costaba 120.000 pesetas de las de
entonces y darse de alta otras 25.000, mientras que el salario mínimo era de
58.000 pesetas al mes.
Aquello fue el comienzo de lo que
vendría luego, unas redes sociales que tardarían en llegar, pues Facebook llegó en 2004, Twitter en 2006 y WhatsApp en 2009. Que es como quien dice ayer, hace
solo diez años, pero ahí están y han cambiado nuestras costumbres de una forma
que si uno se para a pensarlo no puede por menos que sorprenderse. Aunque
bueno, no sé si será sorpresa el resultado de una encuesta en la que se apunta
que el año pasado solo dos de cada diez hogares españoles lograron pasar la
cena de nochebuena sin ningún teléfono móvil sobre la mesa.
El dato da que pensar, pero lo
curioso es que la mayoría de los que confesaron que en nochebuena habían puesto
el móvil al lado del pan, entre los cubiertos y el plato, están en desacuerdo
con esa forma de proceder. Un 77% de los encuestados confesó haber tenido la
sensación de que, durante la cena, estaban más pendientes del teléfono que de lo
que hablaban en familia. Por otra parte, un 44% admitió que, para ellos, era más
importante recibir un mensaje que lo que se estaba tratando en la mesa en ese
momento.
Podemos admitirlo como normal y no
darle importancia, pero la encuesta refleja hasta qué punto estamos
condicionados por el móvil. Cosa que entendió mejor que nadie una compañía
sueca de muebles que el año pasado lanzó su campaña navideña invitándonos a
reflexionar sobre este comportamiento que asumimos, casi, como normal y quizá
deberíamos replantearnos. La campaña tenía como lema desconecta para conectar y
su intención era convencernos de que apagáramos el móvil, o lo dejáramos fuera
de nuestro alcance, cuando nos sentáramos a la mesa para cenar en nochebuena. Planteaba
algo tan sencillo como que intentáramos hacer lo que hacíamos antes de que los
móviles condicionaran nuestras vidas. Simplemente que charláramos con nuestra
familia sin interrupciones y mirándonos a la cara como en una conversación
normal.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España