lunes, 23 de diciembre de 2019

En Navidad, desconecta para conectar

Milio Mariño


Uno, que ya tiene sus años, se siente antediluviano cuando intenta recordar aquellas nochebuenas en las que no había teléfono móvil, ni Facebook, Instagram o WhatsApp. No crean que fue hace tanto, pero parecen sacadas de la noche de los tiempos por lo mucho que han cambiado las cosas. También las familias, que antes eran más una piña y a ninguna se le ocurría pasar esa noche fuera de casa, en una casa rural, como al parecer se ha puesto de moda. La nochebuena se pasaba en casa, generalmente con los abuelos, hablando entre todos y compartiendo risas y confidencias. Pero llegó el teléfono móvil y, sin que apenas nos diéramos cuenta, consiguió que cambiáramos nuestras costumbres, incluso las más arraigadas.

La sensación puede ser que el móvil lleva una eternidad con nosotros, pero no es para tanto. Fue a principio de los noventa, cuando, para animar la nochebuena, los de “Martes y 13” cantaban aquello de “Maricón de España” o “Mi marido me pega” y nos partíamos de risa sin que nadie pensara que se mofaban de los homosexuales o hacían chistes de un problema tan grave como la violencia machista. En aquel tiempo, 1993, empezaba a comercializarse MoviLine, el primer servicio de telefonía móvil para quienes pudieran permitírselo porque un móvil costaba 120.000 pesetas de las de entonces y darse de alta otras 25.000, mientras que el salario mínimo era de 58.000 pesetas al mes.

Aquello fue el comienzo de lo que vendría luego, unas redes sociales que tardarían en llegar, pues Facebook llegó en 2004, Twitter en 2006 y WhatsApp en 2009. Que es como quien dice ayer, hace solo diez años, pero ahí están y han cambiado nuestras costumbres de una forma que si uno se para a pensarlo no puede por menos que sorprenderse. Aunque bueno, no sé si será sorpresa el resultado de una encuesta en la que se apunta que el año pasado solo dos de cada diez hogares españoles lograron pasar la cena de nochebuena sin ningún teléfono móvil sobre la mesa.

El dato da que pensar, pero lo curioso es que la mayoría de los que confesaron que en nochebuena habían puesto el móvil al lado del pan, entre los cubiertos y el plato, están en desacuerdo con esa forma de proceder. Un 77% de los encuestados confesó haber tenido la sensación de que, durante la cena, estaban más pendientes del teléfono que de lo que hablaban en familia. Por otra parte, un 44% admitió que, para ellos, era más importante recibir un mensaje que lo que se estaba tratando en la mesa en ese momento.

Podemos admitirlo como normal y no darle importancia, pero la encuesta refleja hasta qué punto estamos condicionados por el móvil. Cosa que entendió mejor que nadie una compañía sueca de muebles que el año pasado lanzó su campaña navideña invitándonos a reflexionar sobre este comportamiento que asumimos, casi, como normal y quizá deberíamos replantearnos. La campaña tenía como lema desconecta para conectar y su intención era convencernos de que apagáramos el móvil, o lo dejáramos fuera de nuestro alcance, cuando nos sentáramos a la mesa para cenar en nochebuena. Planteaba algo tan sencillo como que intentáramos hacer lo que hacíamos antes de que los móviles condicionaran nuestras vidas. Simplemente que charláramos con nuestra familia sin interrupciones y mirándonos a la cara como en una conversación normal.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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