lunes, 12 de agosto de 2013
Sucedió en agosto
Junto a las viejas historias que conocemos hay otras que se contaron en voz baja y fueron, pronto, olvidadas para liberar conciencias y proteger reputaciones, pero esas historias, mal conocidas o ignoradas, están ahí lo mismo que las estatuas están donde están aunque no lo merezcan.
Esto que digo viene a cuento de una historia que sucedió en agosto de 1910, cuando Avilés era una pequeña villa, de 13.000 habitantes, que tenía ferrocarril, telégrafo y alumbrado eléctrico, y había consolidado el despegue económico iniciado a finales del XIX, época en la que se instalaron las empresas importantes y se construyó la dársena de San Juan de Nieva, por donde llegaba el comercio y el capital americano.
Por aquellas fechas ya se habían puesto de moda los terapéuticos baños de mar, de modo que los veraneantes ya venían a Salinas y los indianos aprovechaban el verano para volver a la villa y presumir de dinero.
Sitios donde presumir no había muchos. Estaba por construirse el Gran Hotel y Avilés tenía tres fondas: La Serrana, La Ferrocarrilana y La Iberia. También tenía cafés como el Colón y el Imperial, al que acudían señoritas y era refugio de bohemios y noctámbulos.
El Colón y el Imperial estaban, frente por frente, en la calle La Muralla. En la misma calle pero próxima a Las Meanas, que entonces era una especie de bosque al que acudían los homosexuales y las prostitutas, había una casa de citas regentada por Jesús Gutiérrez, un homosexual que ejercía de "madame" y controlaba la prostitución masculina.
El caso fue que el 31 de agosto de 1910, a las cinco de la mañana, un obrero que pasaba por Las Meanas encontró el cadáver de un hombre al que habían estrangulado. La víctima resultó ser Manuel García, natural de Soto del Barco pero indiano de procedencia pues hacía un par de semanas había vuelto de Cuba con una considerable fortuna.
La policía anotó en su informe que el cadáver llevaba encima unas gafas con montura de oro, unas coplas, una llave, de la Fonda La Ferrocarrilana, un cinturón, con hebilla de plata y las iniciales MG en oro, y una carta de crédito por valor de 35.000 pesetas, de las de entonces.
El tratamiento que la prensa local dio al suceso casi justificaba el asesinato. Decía que Manuel García era un hombre dominado por hábitos contrarios a la naturaleza humana, un degenerado que había sido visto esos días con un chico muy joven que tenía aspecto de marinero. La prensa daba a entender que la condición de homosexual llevaba consigo un final de tragedia y se interesaba poco, o nada, por el autor del crimen.
Algunos testigos afirmaron que la mañana antes de ser asesinado, Manuel García había amenazado, en el café Imperial, a un joven de familia adinerada y muy conocida en Avilés, exigiéndole cierta cantidad de dinero a cambio, probablemente, de silenciar su homosexualidad. Quizá ese joven se tomase la justicia por su mano y acabara con la vida del indiano, o quizá fuera el otro, el joven con aspecto de marinero, el autor del crimen. No lo sabremos nunca; el crimen no fue resuelto.
Más de un siglo después no sé si será razonable pensar que no detuvieron al asesino por falta de pruebas, pero quizá, y sobre todo, porque alguien conocido, y muy influyente en Avilés, andaba de por medio.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
lunes, 5 de agosto de 2013
San Balandrán fantástico
Milio Mariño
La fantasía vuelve a Avilés, decía un titular de este periódico, refriéndose a la segunda edición de Celsius 232, un festival literario que acaba de concluir con éxito, demostrando que seguimos teniendo la misma necesidad de lo fantástico que quienes vivieron en la Edad Media o nuestros abuelos. Lo único que las historias que se contaban entonces, para mí excelentes, han sido sustituidas por otras del tipo Star Wars, y cosas por el estilo, que no están entre las que prefiero.
Tiene su mérito que un festival de literatura fantástica haya llenado los hoteles de nuestra villa, pero esa literatura de género no trajo, ni mucho menos, la fantasía a Avilés. La fantasía ya estaba aquí. Por eso, coincidiendo con el Celsius, un par de amigos organizamos un viaje fantástico y fuimos a San Balandrán navegando.
Zarpamos de donde zarpaba la lancha de Velilla y estaba más emocionado que si hubiera embarcado en un crucero de lujo. Hacía cincuenta años que no navegaba por la ría de Avilés en lancha motora. Así es que volví al recuerdo de una playa que detrás tenía un pequeño bosque y, allá en la infancia, imaginaba más parecida a la de Crusoe, que a la invadida por aquellas familias que cruzaban la ría con lo estrictamente necesario para pasar un día de playa y no morir de hambre: tortilla, filetes, empanda y fruta. No llevaban bebida, la compraban en el bar a cambio de que les dejaran una mesa, que reservaban colocando encima las bolsas de la comida.
Lo que no sabía entonces, y se ahora, es que frente a la playa había una ciudad sumergida. La ciudad de Argentola, donde, según los antiguos vecinos de Nieva, está enterrado el primer obispo de Oviedo. Es más, decían aquellos vecinos que a dos pasos de la orilla podía verse el reflejo de un campanario cubierto de algas. Y ahí debe seguir, lo que ya no está es la isla. Una isla que las autoridades afirman haber volado con dinamita, en 1953, para facilitar el acceso al antiguo muelle de Ensidesa, cuando todo apunta a que no fue nunca una realidad geográfica sino una isla prodigio, que aparecía y desaparecía como una gigantesca ballena dormida. La isla a la que arribó el santo irlandés Balandrán y sus catorce monjes. Que, aunque gustaron, gozosos, de aquella isla maravillosa, no les fue concedido, por misterioso secreto, quedarse en ella y regresaron a Irlanda, donde murieron, en paz y contentos, después de referir tan extraordinaria aventura.
La ciudad de Argentola, sumergida bajo la ría, y la visita de San Balandrán al lugar que, desde entonces, lleva su nombre, quizá se tomen por fantasías o leyendas pero enlazan con la teoría del ingeniero y geólogo Federico Botella, quien, en una Memoria publicada en 1884, afirmaba qué desde Aveiro, en la costa de Portugal, hasta Avilés, en la de Asturias, hay un cordón de terrenos primitivos, sumergidos, que lícito será aceptar, si no la certidumbre, si una fuerte probabilidad de que hayan pertenecido a la Atlántida.
Pasamos el día en Zeluán y cuando volvíamos, con la mar en calma, el viento suave y el sol naranja acariciando la cúpula del Niemeyer, Avilés no parecía Avilés, parecía una ciudad fantástica. Una obra de arte que ampliaba su transformación estética con dos preciosos veleros, el Sagres y el Saltillo, y una escultura de picos que parecían los pétalos de un sortilegio.
La fantasía vuelve a Avilés, decía un titular de este periódico, refriéndose a la segunda edición de Celsius 232, un festival literario que acaba de concluir con éxito, demostrando que seguimos teniendo la misma necesidad de lo fantástico que quienes vivieron en la Edad Media o nuestros abuelos. Lo único que las historias que se contaban entonces, para mí excelentes, han sido sustituidas por otras del tipo Star Wars, y cosas por el estilo, que no están entre las que prefiero.
Tiene su mérito que un festival de literatura fantástica haya llenado los hoteles de nuestra villa, pero esa literatura de género no trajo, ni mucho menos, la fantasía a Avilés. La fantasía ya estaba aquí. Por eso, coincidiendo con el Celsius, un par de amigos organizamos un viaje fantástico y fuimos a San Balandrán navegando.
Zarpamos de donde zarpaba la lancha de Velilla y estaba más emocionado que si hubiera embarcado en un crucero de lujo. Hacía cincuenta años que no navegaba por la ría de Avilés en lancha motora. Así es que volví al recuerdo de una playa que detrás tenía un pequeño bosque y, allá en la infancia, imaginaba más parecida a la de Crusoe, que a la invadida por aquellas familias que cruzaban la ría con lo estrictamente necesario para pasar un día de playa y no morir de hambre: tortilla, filetes, empanda y fruta. No llevaban bebida, la compraban en el bar a cambio de que les dejaran una mesa, que reservaban colocando encima las bolsas de la comida.
Lo que no sabía entonces, y se ahora, es que frente a la playa había una ciudad sumergida. La ciudad de Argentola, donde, según los antiguos vecinos de Nieva, está enterrado el primer obispo de Oviedo. Es más, decían aquellos vecinos que a dos pasos de la orilla podía verse el reflejo de un campanario cubierto de algas. Y ahí debe seguir, lo que ya no está es la isla. Una isla que las autoridades afirman haber volado con dinamita, en 1953, para facilitar el acceso al antiguo muelle de Ensidesa, cuando todo apunta a que no fue nunca una realidad geográfica sino una isla prodigio, que aparecía y desaparecía como una gigantesca ballena dormida. La isla a la que arribó el santo irlandés Balandrán y sus catorce monjes. Que, aunque gustaron, gozosos, de aquella isla maravillosa, no les fue concedido, por misterioso secreto, quedarse en ella y regresaron a Irlanda, donde murieron, en paz y contentos, después de referir tan extraordinaria aventura.
La ciudad de Argentola, sumergida bajo la ría, y la visita de San Balandrán al lugar que, desde entonces, lleva su nombre, quizá se tomen por fantasías o leyendas pero enlazan con la teoría del ingeniero y geólogo Federico Botella, quien, en una Memoria publicada en 1884, afirmaba qué desde Aveiro, en la costa de Portugal, hasta Avilés, en la de Asturias, hay un cordón de terrenos primitivos, sumergidos, que lícito será aceptar, si no la certidumbre, si una fuerte probabilidad de que hayan pertenecido a la Atlántida.
Pasamos el día en Zeluán y cuando volvíamos, con la mar en calma, el viento suave y el sol naranja acariciando la cúpula del Niemeyer, Avilés no parecía Avilés, parecía una ciudad fantástica. Una obra de arte que ampliaba su transformación estética con dos preciosos veleros, el Sagres y el Saltillo, y una escultura de picos que parecían los pétalos de un sortilegio.
Milio Mariño/Artículo de Opinión/Diario La Nueva España.
lunes, 29 de julio de 2013
Cudillero pinta bien
Milio Mariño
Cudillero es como un dibujo preciso que se difumina en el aire y parece estremecerse cuando las casas se aprietan, para caber todas juntas, en esa especie de embudo que desemboca en la Ribera. Un paisaje con duende que sedujo a muchos pintores engatusándolos para siempre.
Casto Plasencia y Tomás García Sampedro, impulsores de La Colonia de Muros a finales del XIX, participaron de ese embrujo enamorándose de Cudillero, pueblo que según dejó escrito Ortega es un terrible nido hincado en la peña, apto sólo para que de él se lancen al mar sus hombres, como recios cormoranes; el cuello tendido, el ala silbando…
José Ortega y Gasset conoció Cudillero, en el verano de 1914, y quedó tan impresionado por su belleza que pidió a Evaristo Valle que le pintara un cuadro para llevarlo a Madrid y tenerlo como recuerdo. El cuadro, “Escena marinera”, resultó una de las obras más evocadoras del insigne pintor gijonés y gozó de un lugar de excepción en el despacho del filósofo madrileño.
Valle engrosa, por tanto, la larga relación de excelentes pintores que pintaron Cudillero. Como Sir Edgar Thomas Ainger, sexto barón de Wigram y afamado acuarelista inglés, que llegó a Cudillero, en 1901, montado en su bicicleta Raleigh, alojándose en la Fonda El Comercio, a la que no dudó en calificar como un cuchitril. Menos exigentes debieron ser José Robles y Tomás Campuzano, pintores, y también acuarelistas, y Eduardo Chicharro, pintor y poeta, que, aunque era muy joven, eligió Cudillero para pintar y encontrarse a sí mismo.
El valenciano Salvador Martínez Cubells, su hijo Enrique, el conquense Manuel Domínguez y Francisco Esteve Botey, un gran pintor catalán que reunió, en una exposición, un total de 37 obras ejecutadas en Cudillero, forman parte, por méritos propios, de esa extensa relación de pintores que eligieron el pueblo pixueto como inspiración y modelo. También Dionisio Fierros, natural de Ballota, y Jesús Díaz “Zuco”, un “niño de la guerra” que cursó sus estudios de Bellas Artes en Leningrado y Moscú.
Jesús Casaus, fue otro pintor enamorado de Cudillero. Un pintor que, en 1986, realizó el mural “El pescador” de la plaza de La Ribera, por encargo del ayuntamiento. Casaus falleció el 29 de octubre de 2002 en Barcelona y, según su expreso deseo, fue enterrado en Cudillero.
El paisaje, en la pintura, ya no tiene el protagonismo que tuvo pero Cudillero sigue insinuándose cual obra de arte que reclama una especial atención. Igual que aquel cuadro de Valle, “Escena marinera” que muchos años después de que falleciera Ortega, su hijo no dejó que lo restauraran.
El cuadro estaba recubierto por una pátina de suciedad pero la negativa tenía su explicación. El hijo de Ortega y Gasset, José Ortega Spottorno, fundador del diario El País, sabía lo que aquel cuadro representaba para su padre, de modo quería conservarlo como él lo había dejado, pues Ortega era un gran fumador y solía reunirse, en su despacho, con tertulianos que también fumaban lo suyo, como Pío Baroja y Unamuno.
Ortega supo expresar, en “Notas de andar y ver”, lo que muchos pintores expresaron a pinceladas: que Cudillero es un pueblo único y que uno de los mayores encantos que nos ofrece la vida es la mar. La mar y esos cuadros inabarcables que acotan la realidad con el pretexto de que podamos gozarla evocándonos el recuerdo de un paisaje que nos emociona pintado y viéndolo al natural.
Cudillero es como un dibujo preciso que se difumina en el aire y parece estremecerse cuando las casas se aprietan, para caber todas juntas, en esa especie de embudo que desemboca en la Ribera. Un paisaje con duende que sedujo a muchos pintores engatusándolos para siempre.
Casto Plasencia y Tomás García Sampedro, impulsores de La Colonia de Muros a finales del XIX, participaron de ese embrujo enamorándose de Cudillero, pueblo que según dejó escrito Ortega es un terrible nido hincado en la peña, apto sólo para que de él se lancen al mar sus hombres, como recios cormoranes; el cuello tendido, el ala silbando…
José Ortega y Gasset conoció Cudillero, en el verano de 1914, y quedó tan impresionado por su belleza que pidió a Evaristo Valle que le pintara un cuadro para llevarlo a Madrid y tenerlo como recuerdo. El cuadro, “Escena marinera”, resultó una de las obras más evocadoras del insigne pintor gijonés y gozó de un lugar de excepción en el despacho del filósofo madrileño.
Valle engrosa, por tanto, la larga relación de excelentes pintores que pintaron Cudillero. Como Sir Edgar Thomas Ainger, sexto barón de Wigram y afamado acuarelista inglés, que llegó a Cudillero, en 1901, montado en su bicicleta Raleigh, alojándose en la Fonda El Comercio, a la que no dudó en calificar como un cuchitril. Menos exigentes debieron ser José Robles y Tomás Campuzano, pintores, y también acuarelistas, y Eduardo Chicharro, pintor y poeta, que, aunque era muy joven, eligió Cudillero para pintar y encontrarse a sí mismo.
El valenciano Salvador Martínez Cubells, su hijo Enrique, el conquense Manuel Domínguez y Francisco Esteve Botey, un gran pintor catalán que reunió, en una exposición, un total de 37 obras ejecutadas en Cudillero, forman parte, por méritos propios, de esa extensa relación de pintores que eligieron el pueblo pixueto como inspiración y modelo. También Dionisio Fierros, natural de Ballota, y Jesús Díaz “Zuco”, un “niño de la guerra” que cursó sus estudios de Bellas Artes en Leningrado y Moscú.
Jesús Casaus, fue otro pintor enamorado de Cudillero. Un pintor que, en 1986, realizó el mural “El pescador” de la plaza de La Ribera, por encargo del ayuntamiento. Casaus falleció el 29 de octubre de 2002 en Barcelona y, según su expreso deseo, fue enterrado en Cudillero.
El paisaje, en la pintura, ya no tiene el protagonismo que tuvo pero Cudillero sigue insinuándose cual obra de arte que reclama una especial atención. Igual que aquel cuadro de Valle, “Escena marinera” que muchos años después de que falleciera Ortega, su hijo no dejó que lo restauraran.
El cuadro estaba recubierto por una pátina de suciedad pero la negativa tenía su explicación. El hijo de Ortega y Gasset, José Ortega Spottorno, fundador del diario El País, sabía lo que aquel cuadro representaba para su padre, de modo quería conservarlo como él lo había dejado, pues Ortega era un gran fumador y solía reunirse, en su despacho, con tertulianos que también fumaban lo suyo, como Pío Baroja y Unamuno.
Ortega supo expresar, en “Notas de andar y ver”, lo que muchos pintores expresaron a pinceladas: que Cudillero es un pueblo único y que uno de los mayores encantos que nos ofrece la vida es la mar. La mar y esos cuadros inabarcables que acotan la realidad con el pretexto de que podamos gozarla evocándonos el recuerdo de un paisaje que nos emociona pintado y viéndolo al natural.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
martes, 23 de julio de 2013
Discos dedicaos: Sursum Corda
Milio Mariño
Diz Rajoy que va comparecer nel Congresu, a pitición propia, pa falar de Bárcenas, de la crisis, y del Sursum Corda, qu'amás d’una espresión en llatín ye una canción de Rosendo que fala del “Eterno Barrabás, incitando a la vista gorda”
Eso fadra Rajoy, dedicanos una canción como aquellos discos que se dedicaben pola radio y dalgunos, de la mio edá, alcordaréis de cuando yéramos neños.
Pa Esperanza y José Luis, nel día del so santu, del so padrín Marianin.
El discu, de xuru rayáu, sedrá lo que tamos fartos d’oyer. El Partíu Popular tien una única contabilidá, naide cobró sobresueldos nin dineru negru. Hai que dexar que la xusticia siga’l so cursu. Tou lo que se diz ye falsu, salvo dalguna cosa. Lo qu'importa ye qu'España salga de la crisis…
Córtome un güevu (total pa lo que me sirve) si Mariano nun diz eso. Depués habrá espatexos y aplausos y, a la fin, lo que nos tienen avezaos: muncho ruíu y a poques nueces.
A estes altures namás confío nuna cosa. En que, como dicía'l filósofu francés Daniel Bensaïd, “La revolución llega cuando menos se la espera. La puntualidá nun ye'l so fuerte”. Asina que: ¡Sursum Corda!. ( Pa los que nun estudiasteis llatín, Arriba Corazones)
Diz Rajoy que va comparecer nel Congresu, a pitición propia, pa falar de Bárcenas, de la crisis, y del Sursum Corda, qu'amás d’una espresión en llatín ye una canción de Rosendo que fala del “Eterno Barrabás, incitando a la vista gorda”
Eso fadra Rajoy, dedicanos una canción como aquellos discos que se dedicaben pola radio y dalgunos, de la mio edá, alcordaréis de cuando yéramos neños.
Pa Esperanza y José Luis, nel día del so santu, del so padrín Marianin.
El discu, de xuru rayáu, sedrá lo que tamos fartos d’oyer. El Partíu Popular tien una única contabilidá, naide cobró sobresueldos nin dineru negru. Hai que dexar que la xusticia siga’l so cursu. Tou lo que se diz ye falsu, salvo dalguna cosa. Lo qu'importa ye qu'España salga de la crisis…
Córtome un güevu (total pa lo que me sirve) si Mariano nun diz eso. Depués habrá espatexos y aplausos y, a la fin, lo que nos tienen avezaos: muncho ruíu y a poques nueces.
A estes altures namás confío nuna cosa. En que, como dicía'l filósofu francés Daniel Bensaïd, “La revolución llega cuando menos se la espera. La puntualidá nun ye'l so fuerte”. Asina que: ¡Sursum Corda!. ( Pa los que nun estudiasteis llatín, Arriba Corazones)
lunes, 22 de julio de 2013
Dando jabón a Pravia
Milio Mariño
Mientras desayunaba sin prisa, adormilado por una niebla que se volvía cada vez más espesa, recordé que en alguna parte había leído que solo el desayuno entra dentro de lo previsto, todo lo que viene después depende del destino.
No está mal traído. La vida, se mire por donde se mire, está tocada por lo azaroso, que es el disfraz del destino. Aquella mañana pensaba pasarla leyendo pero, de repente, sin saber por qué, me entraron unas ganas locas de escapar de allí como fuera. Total que, queriendo o sin querer, media hora más tarde estaba en Pravia buscando aventuras. Donde, por cierto, lucía un sol espléndido que invitaba a pasear sin rumbo, como lo haríamos por el famoso laberinto de Silo, aquel rey que hizo de Pravia la capital del reino asturiano.
Siempre que voy a Pravia me cuesta imaginar cómo sería cuando Silo y Adosinda establecieron allí su corte. O cuando aparecieron aquellos seis cuervos que graznaban por encima del caballero Arango y este, tomándolos por buen augurio, atravesó el río y venció a los árabes.
Los seis cuervos de su escudo, Silo y Adosinda, la vida efímera de la fábrica de azúcar y la afortunada equivocación de un vasco, aportan un plus de azar y misterio que aderezado con otros sucesos, como el que propició la famosa frase, “Y la música en Pravia”, invitan a plantearse qué es la realidad y cuáles son sus límites en el caso de que los tenga.
“Los músicos que quieran marcharse, que lo hagan. Pero los instrumentos, aquí se quedan, que son del pueblo.” Dijo Santiago López, cuando el alcalde ordenó a la banda municipal que fuera a Siero para amenizar un desfile.
De Pravia podríamos contar muchas cosas. Hoy quiero contarles una que tiene ver con lo que les decía al principio, con el azar y el destino.
Salvador Echeandía Gal, el vasco al que me refería antes, era propietario de una fábrica de perfumes en la madrileña calle de Ferraz y, como buen vasco, le gustaba comer bien, de modo que se hizo cliente y amigo de Agustín Lhardy Garrigues, pintor paisajista y cocinero propietario del restaurante Lhardy de Madrid.
Siempre que Salvador iba por el restaurante, Lhardy se deshacía en elogios hablando de la colonia de Pintores de Muros del Nalón, donde había estado, y de la extraordinaria belleza de la ría de San Esteban de Pravia.
Para promocionar sus productos, Salvador tuvo que viajar a Oviedo y, ya que estaba en Asturias, quiso aprovechar el viaje y conocer la maravilla de la que tanto hablaba su amigo.
Dicen que preguntando se llega a Roma, pero Salvador preguntó por Pravia y no llegó a San Esteban, llegó a Riberas, que también es de Pravia, aunque no está a la orilla del mar sino del Nalón.
Aquella equivocación resultaría trascendental pues el camino que llevaba a Pravia discurría rodeado de prados, donde los campesinos recogían la hierba, que habían puesto a secar, y aquel aroma, de la hierba recién cortada secándose al sol, cautivó de tal manera a Echeandía Gal que nada más llegar a Madrid puso a su hermano Eusebio a investigar cómo convertir el aroma que traía en mente en un producto que pudieran comercializar.
Tardaron dos años. Salvador estuvo en Pravia en el verano de 1903, y en 1905, con la ayuda de su hermano, consiguió recrear aquel “instante asturiano” en un jabón de tocador, Heno de Pravia, que enseguida se hizo famoso y marcó todo un hito.
Mientras desayunaba sin prisa, adormilado por una niebla que se volvía cada vez más espesa, recordé que en alguna parte había leído que solo el desayuno entra dentro de lo previsto, todo lo que viene después depende del destino.
No está mal traído. La vida, se mire por donde se mire, está tocada por lo azaroso, que es el disfraz del destino. Aquella mañana pensaba pasarla leyendo pero, de repente, sin saber por qué, me entraron unas ganas locas de escapar de allí como fuera. Total que, queriendo o sin querer, media hora más tarde estaba en Pravia buscando aventuras. Donde, por cierto, lucía un sol espléndido que invitaba a pasear sin rumbo, como lo haríamos por el famoso laberinto de Silo, aquel rey que hizo de Pravia la capital del reino asturiano.
Siempre que voy a Pravia me cuesta imaginar cómo sería cuando Silo y Adosinda establecieron allí su corte. O cuando aparecieron aquellos seis cuervos que graznaban por encima del caballero Arango y este, tomándolos por buen augurio, atravesó el río y venció a los árabes.
Los seis cuervos de su escudo, Silo y Adosinda, la vida efímera de la fábrica de azúcar y la afortunada equivocación de un vasco, aportan un plus de azar y misterio que aderezado con otros sucesos, como el que propició la famosa frase, “Y la música en Pravia”, invitan a plantearse qué es la realidad y cuáles son sus límites en el caso de que los tenga.
“Los músicos que quieran marcharse, que lo hagan. Pero los instrumentos, aquí se quedan, que son del pueblo.” Dijo Santiago López, cuando el alcalde ordenó a la banda municipal que fuera a Siero para amenizar un desfile.
De Pravia podríamos contar muchas cosas. Hoy quiero contarles una que tiene ver con lo que les decía al principio, con el azar y el destino.
Salvador Echeandía Gal, el vasco al que me refería antes, era propietario de una fábrica de perfumes en la madrileña calle de Ferraz y, como buen vasco, le gustaba comer bien, de modo que se hizo cliente y amigo de Agustín Lhardy Garrigues, pintor paisajista y cocinero propietario del restaurante Lhardy de Madrid.
Siempre que Salvador iba por el restaurante, Lhardy se deshacía en elogios hablando de la colonia de Pintores de Muros del Nalón, donde había estado, y de la extraordinaria belleza de la ría de San Esteban de Pravia.
Para promocionar sus productos, Salvador tuvo que viajar a Oviedo y, ya que estaba en Asturias, quiso aprovechar el viaje y conocer la maravilla de la que tanto hablaba su amigo.
Dicen que preguntando se llega a Roma, pero Salvador preguntó por Pravia y no llegó a San Esteban, llegó a Riberas, que también es de Pravia, aunque no está a la orilla del mar sino del Nalón.
Aquella equivocación resultaría trascendental pues el camino que llevaba a Pravia discurría rodeado de prados, donde los campesinos recogían la hierba, que habían puesto a secar, y aquel aroma, de la hierba recién cortada secándose al sol, cautivó de tal manera a Echeandía Gal que nada más llegar a Madrid puso a su hermano Eusebio a investigar cómo convertir el aroma que traía en mente en un producto que pudieran comercializar.
Tardaron dos años. Salvador estuvo en Pravia en el verano de 1903, y en 1905, con la ayuda de su hermano, consiguió recrear aquel “instante asturiano” en un jabón de tocador, Heno de Pravia, que enseguida se hizo famoso y marcó todo un hito.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
sábado, 20 de julio de 2013
Coses del branu, l'americanu que fala en suecu
Milio Mariño
Funcionamos como un centauru cuyes dos partes, n'apariencia antagóniques, constitúin la unidá d'unu mesmu y funcionen en base a una negociación constante que suel acabar n'alcuerdu. Un alcuerdu al que llegamos por consensu. Esto ye, independientemente de que'l de fuera, o'l d'adientro, tengan el 49 o'l 51 per cientu.
Pero asocede, dacuando, que la metá d'unu mesmu remóntase y nun hai forma de convencela. Qué ye lo que, imaxino, tuvo d'asocede-y a esi americanu que foi atopáu inconsciente nel cuartu d'un motel del sur de California, con 5 tarxetes d'identificación, 2 teléfonos, un pocu de ropa, semeyes vieyes, 5 raquetes de tenis y falando en suecu. Ensin saber, siquier, nin una palabra d'inglés.
A les autoridaes americanes ye lo que más-yos sospriende, que'l señor, en cuestión, sía americanu de tola vida y, de sópitu, non solo fáigase'l suecu, sinón que fale perfectamente esi idioma y nun tenga nin paxolera idea d'inglés.
Nun ye por lleva-yos la contraria pero a mi paezme normal. Conozo a muncha xente que fala castellán a pesar de qu'el 98 per cientu de les sos neurones diz-y que tendría que facelo n'asturianu. De cuenta que naide debería asustase si, agora que tamos en branu, l’home, la muyer, un fíu o cualquier pariente, espierta del pigazu falando n’asturianu y cagándose en cuantu hai.
Funcionamos como un centauru cuyes dos partes, n'apariencia antagóniques, constitúin la unidá d'unu mesmu y funcionen en base a una negociación constante que suel acabar n'alcuerdu. Un alcuerdu al que llegamos por consensu. Esto ye, independientemente de que'l de fuera, o'l d'adientro, tengan el 49 o'l 51 per cientu.
Pero asocede, dacuando, que la metá d'unu mesmu remóntase y nun hai forma de convencela. Qué ye lo que, imaxino, tuvo d'asocede-y a esi americanu que foi atopáu inconsciente nel cuartu d'un motel del sur de California, con 5 tarxetes d'identificación, 2 teléfonos, un pocu de ropa, semeyes vieyes, 5 raquetes de tenis y falando en suecu. Ensin saber, siquier, nin una palabra d'inglés.
A les autoridaes americanes ye lo que más-yos sospriende, que'l señor, en cuestión, sía americanu de tola vida y, de sópitu, non solo fáigase'l suecu, sinón que fale perfectamente esi idioma y nun tenga nin paxolera idea d'inglés.
Nun ye por lleva-yos la contraria pero a mi paezme normal. Conozo a muncha xente que fala castellán a pesar de qu'el 98 per cientu de les sos neurones diz-y que tendría que facelo n'asturianu. De cuenta que naide debería asustase si, agora que tamos en branu, l’home, la muyer, un fíu o cualquier pariente, espierta del pigazu falando n’asturianu y cagándose en cuantu hai.
viernes, 19 de julio de 2013
Ser xuez y del PP como ser xofer y panaderu
Milio Mariño
Los xueces nun puen pertenecer a partíos nin sindicatos, pero los miembros del Tribunal Constitucional sí. Ye lo que diz el Presidente del nomáu Tribunal, que xustifica la so militancia, nel PP, diciendo que nun perxudica la independencia del Tribunal, nin la suya propia.
Si entramos nun alderique xurídicu, seguru que cualquier Maxistráu atopa rellabicos a los que garrase pa xustificar la so pertenencia a un partíu políticu, a la direutiva del Real Madrid o a la Peña’l Ñabu si fixera falta. Pero nun se trata de ser un ferre y xustificar lo inxustificable. Tratase de cuálos deberíen ser, nun Estáu democráticu, los espacios que deberíen permanecer ayenos a la intrusión partidista; los espacios que nun tienen que ser "ocupaos" polos partíos.
Eso que se diz de la separación de poderes ye un cuentu xino. L'executivu y el llexislativu son unu mesmo. El xudicial depende del executivu, y el que llamamos cuartu poder, la prensa, va tiempu que ye una rodiella al serviciu de cualquier interés qu'unu puea imaxinar, menos al de los ciudadanos.
Resumiendo, la división de poderes ta mui clara: los que manden y los mandaos.
Los xueces nun puen pertenecer a partíos nin sindicatos, pero los miembros del Tribunal Constitucional sí. Ye lo que diz el Presidente del nomáu Tribunal, que xustifica la so militancia, nel PP, diciendo que nun perxudica la independencia del Tribunal, nin la suya propia.
Si entramos nun alderique xurídicu, seguru que cualquier Maxistráu atopa rellabicos a los que garrase pa xustificar la so pertenencia a un partíu políticu, a la direutiva del Real Madrid o a la Peña’l Ñabu si fixera falta. Pero nun se trata de ser un ferre y xustificar lo inxustificable. Tratase de cuálos deberíen ser, nun Estáu democráticu, los espacios que deberíen permanecer ayenos a la intrusión partidista; los espacios que nun tienen que ser "ocupaos" polos partíos.
Eso que se diz de la separación de poderes ye un cuentu xino. L'executivu y el llexislativu son unu mesmo. El xudicial depende del executivu, y el que llamamos cuartu poder, la prensa, va tiempu que ye una rodiella al serviciu de cualquier interés qu'unu puea imaxinar, menos al de los ciudadanos.
Resumiendo, la división de poderes ta mui clara: los que manden y los mandaos.
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