lunes, 1 de septiembre de 2025

Chifladuras y realidades

Milio Mariño

Me gustan las chifladuras. Sé que tienen una connotación negativa porque se asocian con la insensatez y la falta de juicio, pero proporcionan historias preciosas. Son un pacto entre la razón y la locura. Por eso me gustan y reservo el verano para los libros más peculiares y extravagantes que voy comprando en los mercadillos. Uno, el que estoy leyendo, trata sobre las plantas y en él se dice que no es verdad que las plantas carezcan de movilidad. Para demostrarlo, ponen en boca de Darwin que las plantas se mueven, pero solo por interés, cuando les representa algún beneficio.

No me preocupé por averiguar si Darwin dijo tal cosa. De todas maneras, tiene su lógica. La creencia de que las plantas son seres inferiores carentes de sensibilidad, fue rebatida por el biólogo y filósofo austrohúngaro Raoul Francé, quien publicó ocho volúmenes sobre el tema, asegurando que sienten dolor y placer, son inteligentes y es posible que tengan alma. Podemos pensar que es una chifladura, pero también pensábamos que Dios nos había hecho a su imagen y semejanza y luego resultó que nos hizo a semejanza de los monos. Así que cuidado.

Uno de nuestros mayores defectos es presumir de qué lo sabemos todo y solo nos falta saber lo que hay en otros planetas. La verdad es que apenas sabemos lo que hay en la tierra. Aristóteles decía que las plantas tienen alma, un alma vegetativa exenta de sensibilidad. Opinión que permaneció invariable hasta el siglo XVII, cuando Carl Von Linneo, padre de la botánica moderna, afirmó que las plantas sólo se diferencian de los animales y los humanos en que carecen de movilidad. Luego, como apuntamos antes, Darwin y otros colegas lo corrigieron diciendo que las plantas se mueven y que si no lo advertimos es porque no tenemos paciencia y no nos tomamos el tiempo suficiente para observarlas.

Llevan razón. Siempre vamos con prisa y nos trae sin cuidado que las plantas se muevan o prefieran no moverse como nosotros el sofá. Tampoco nos preguntamos cómo es que cuando las raíces de una planta encuentran un obstáculo lo sortean, o cómo, si a una planta trepadora le ponemos un palo, se agarra a él y trepa. Dos acciones que demuestran que las plantas son capaces de percibir lo que las rodea y decidir lo que les conviene. ¿Acaso la planta puede ver el palo? ¿Siente que está a su lado por alguna razón misteriosa?...

Ya les digo, estaba fascinado con aquel libro. No era para menos. Me había permitido entrar en el mundo mágico de las plantas y saber que también fueron vistas de forma diferente por los celtas.

A la certeza de que las plantas nos cautivan con sus aromas, nos alimentan, proporcionan oxígeno para nuestra vida y tienen propiedades medicinales, había que añadir los atributos que apuntaban en el libro.

Estaba empezando a ver las plantas de otra manera. Pero, entonces, surgió la oleada de incendios y se esfumó la magia. Si las plantas son inteligentes y capaces de moverse, aunque sea por interés como decía Darwin, cómo es que no salieron corriendo cuando las amenazaba el fuego. Solo me queda una esperanza, que hicieran como dice una anciana de Ourense que hizo la virgen de su parroquia, que no hizo nada y dejó que la ermita se quemara para salvar al pueblo. 


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España