Vivimos a una velocidad que no
está controlada por radar. Si nuestro cerebro pusiera cámaras y nos multara cada
vez que vamos a más de 120 por hora no ganaríamos para sanciones. Siempre vamos
con prisa. Comemos, casi, sin masticar, hablamos por el móvil mientras hacemos otra
cosa, contestamos el WhatsApp de forma inmediata y, cuando estamos en el
supermercado, contamos la cantidad de artículos que lleva cada cliente y el
número de personas para elegir la cola más rápida. Somos esclavos del todo hay
que hacerlo ahora mismo. Esperar que el semáforo se ponga en verde nos inquieta
y nos parece una pérdida de tiempo.
Así estamos. Mucho presumir de que somos
libres y la prisa nos está sometiendo a una tiranía y una irracionalidad que
nos convierte en títeres. Un tren se retrasa unas horas y ya hay quienes hablan
de que España es un caos y nada funciona.
Los impulsores de este relato, un
remedo de la peor ciencia ficción, saben que no es verdad, pero hay quien lo compra.
Hay quien está al acecho y lo presenta como una espiral incontrolable que nos
aboca a una catástrofe nacional. En cambio, si a usted le sale un forúnculo en
el ano, tiene que ir a todas partes con un flotador de playa para poder sentarse
y no le dan cita hasta el año que viene por estas fechas, no pasa nada. Lo suyo
no tiene importancia. Ahora, que alguien de Madrid quiera ir a la Feria de
Abril de Sevilla y el tren se retrase dos horas es como para montar en cólera,
invocar el caos y pedir que dimita el Ministro de transportes.
El despropósito es de una comicidad
que firmaría cualquier humorista del club de la comedia. Hay tal empeño en
convencernos de que, por culpa de este Gobierno, España es un caos, que no se
privan de recurrir a lo anecdótico y elevarlo a la categoría de tragedia. Sólo
la fe y el buen humor pueden salvarnos de semejante despropósito. La fe nos ayuda
a pensar que la gente no es tonta, y se da cuenta del engaño, y el humor nos
permite sobrellevar estos episodios tomándolos a broma.
No cabe otra. El cinismo está de
moda y la prisa se ha convertido en nuestro principal estilo de vida. Si los
juntamos y prescindimos de pensar con un mínimo de sensatez, ocurre lo que ha
ocurrido hace poco, que se menosprecia la inteligencia en favor de una apología
del caos que solo está en la cabeza del que asó la manteca.
Viene que ni pintado recordar
aquella famosa viñeta de El Roto que aparecía, en 1975, en la portada de la
revista Hermano Lobo. “Nosotros o el caos”, decía un señor importante desde una
tribuna. El caos, el caos, gritaba la gente.
Invocar el caos, ante el menor contratiempo,
pone en evidencia a quienes lo invocan. Están exigiendo vivir en un país y un
mundo idílico que no existe. Es imposible que alguien pueda acabar con las
injusticias, la adversidad y los problemas de la vida diaria. Que muera el
Papa, se produzca un apagón o los trenes se retrasen unas horas no alcanza para
alimentar la incertidumbre, sembrar el pánico y tratar de obtener una
rentabilidad política. Solo sirve para crear malestar y hacer daño. Algo de lo
que nadie debería sentirse orgulloso.