La guerra ha dejado de ser algo
que ocurrió en un pasado remoto, hace ya muchos años, para convertirse en el
problema de nuestros días. En un temor, hasta ahora, desconocido por los más
jóvenes, vivido por los más viejos, de los que ya quedan pocos, y presente en
la infancia de los que crecimos oyendo hablar en voz baja de las atrocidades
que contaban nuestros padres y nuestros abuelos. Relatos de crueldad, hambre y
miseria que contrastaban con las películas que veíamos de niños y trataban de
unas guerras que siempre eran en legítima defensa, unos ejércitos que se portaban
de forma humanitaria y unos soldados, hijos de familias humildes, que ascendían
a sargentos y se jubilaban de generales, respirando muy malamente por el peso
de las medallas.
La historia y la realidad siempre
han sido manipuladas, no es un invento de ahora. Lo de ahora es que la
manipulación se utiliza a diario para embaucarnos y hacernos creer que es
verdad lo que no es. Un empeño que, en este momento, tiene como objetivo
convencernos de que estamos en peligro y hay de nosotros si nos quedamos solos
y no asumimos el enorme gasto militar que proponen para que podamos vivir
tranquilos.
En esas estamos. Esta primavera florecen las armas
abonadas con el argumento de que lo más importante ya no es seguir mejorando la
sanidad, la educación, los servicios sociales y la lucha contra el cambio
climático. Ahora, lo importante, lo primero y principal, es conseguir que el
ejército aumente su capacidad de matar. Un objetivo que habíamos descuidado
hasta el punto de que utilizábamos a los soldados para que ayudaran en los
incendios, las inundaciones y las catástrofes de todo tipo.
Si pudiera colarme en uno de esos
grandes edificios desde los que se dirige el mundo, acercarme a la puerta de un
despacho importante y mirar por el ojo de la cerradura, seguramente vería a un
pez gordo con los pies encima de la mesa, riéndose a carcajadas y presumiendo
de lo fácil que es engañarnos y meternos el miedo en el cuerpo.
Es tan fácil que ya lo han
conseguido. No se habla de otra cosa. El delirio militarista es portada en las
televisiones y los periódicos. También que Úrsula Von der Leyen, la presidenta,
ha lanzado la propuesta de movilizar 800.000 millones de euros para financiar
el rearme de la Unión Europea. Y, para que no queden dudas, ha explicado cómo
puede hacerse.
Las inversiones en armamento no
computarán para el techo de gasto ni como deuda pública de los Estados; se
eliminará el Impuesto de Valor Añadido (IVA) y los impuestos especiales en las
transacciones de armas en el mercado intracomunitario y el Banco Central
Europeo emitirá eurobonos con la finalidad de que los Estados miembros puedan
realizar compras conjuntas de armas.
Todo facilidades. Así que no
valen escusas. Ningún país podrá escaquearse y quedar al margen de la vorágine
belicista. Volvemos a la guerra absurda que contaba, como nadie, aquel gran filósofo
que era Gila y con el que tanto nos reímos. Ahora acabaremos llorando porque,
después de la crisis financiera de 2008, se avecina otra que también pagaremos
nosotros. Y, como siempre, será por nuestro bien. Si queremos seguir viviendo
tranquilos tenemos que pagar para que nos defiendan. No sabemos de quién, pero
seguramente será de los mismos que nos vendan las armas.
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Milio Mariño