Sólo con cerrar los ojos y pensar
un poco advertimos que, en esta vida, todo lo que es bonito exige que nos
despeinemos. Correr por la playa, subir a una montaña, hacer el amor, montar en
bicicleta… Todo lo bueno despeina. Y también hacer justicia porque, aunque la
gente crea que se hace justicia con la gorra, es un trabajo que nadie puede
hacer sin despeinarse.
Dicho esto, si les digo que lo
escribí pensando en el juez Peinado tal vez lo tomen a broma o piensen que
recurro al chiste fácil para hacerme el gracioso. En absoluto, les aseguro que
diría lo mismo si el juez se apellidara Palomo. La intención era situar al
personaje en su contexto, analizar las dificultades a las que se enfrenta y
opinar, si acaso, sobre la decisión de tomar declaración a Pedro Sánchez y
grabarla en vídeo. Algo que parece una extravagancia, otra más, en una
instrucción llena de decisiones inexplicables.
La insistencia del juez por
encontrar alguna irregularidad en las actividades de la esposa del Presidente,
Begoña Gómez, nos lleva a pensar que estamos ante un juez justiciero, pues se asemeja al superhéroe que,
como Superman o Batman, encarna un imaginario ideal de Justicia muy particular,
cosa que suele ser definitoria de los superhéroes ya que normalmente actúan por
su cuenta y no son muy escrupulosos a la hora de respetar las normas.
Salvando las distancias, y
algunos siglos, casi se podría decir que el juez Peinado se da un aire a Don
Quijote, que también era justiciero. Y, en cierta manera, un superhéroe pues
sus ideales lo hacían ir contra supuestos villanos y su ímpetu lo empujaba a
precipitarse hasta el punto de que acababa haciendo el ridículo por adaptar el
mundo a su imaginación y tomar los molinos como gigantes, las ventas como castillos
y las ovejas como enemigos.
Para mí, esa es la clave. No creo
que el juez Peinado sea un prevaricador ni que haga lo que hace con intención
de perjudicar a Pedro Sánchez. Actúa con una seriedad encomiable y si va
imputando a todos los que encuentra a su paso es porque se trata de un
idealista que sale al mundo, lanza en ristre, con la noble misión de poner
orden y devolver el gobierno a quien cree que le corresponde, por el bien de su
patria.
El ardor con que está ejecutando
esta misión hace que mucha gente empiece a preguntarse si nadie va parar a este
hombre. No parece probable. Cuando un juez se suelta el pelo es difícil que
alguien lo convenza para que lo recoja en un moño. Quienes portan toga y
sacuden el mallete suelen admitir pocos consejos. En teoría, un juez es buen
juez no porque cumpla a rajatabla determinados requisitos, sino porque es buena
persona además de imparcial e independiente en el ejercicio de sus funciones.
La impresión, a tenor de los
últimos acontecimientos, es que el juez Peinado se ha despeinado, cual moderno
caballero andante, y se propone seguir adelante aunque digan que ha perdido el
juicio. De momento, está dando palos de ciego, pero no se descarta que todo
pueda acabar como acabó aquel pleito, presidido por un juez tuerto, en el que
un abogado decía que le daba la razón el derecho. Cierto, dijo el alguacil, la
razón se la da el derecho; mas de nada sirve si al tuerto no le acomoda.
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Milio Mariño