Ha sido un regalo estupendo que
la Selección Española de Fútbol se proclamara campeona de Europa y nos diera
ese chute de adrenalina que tanto necesitábamos. Estábamos tristes y
encabronados. Veníamos de broncas, descalificaciones y malos augurios que solo
vaticinaban desgracias. Pedro Sánchez era un peligro, España se iba a romper en
pedazos, la economía acabaría en desastre y se recurría a la nostalgia para
reivindicar tiempos pasados como la solución más razonable. No sé atrevían a
decirlo, pero apelaban a lo que había dejado escrito Schopenhauer, padre del
pesimismo moderno. “El error innato del hombre es pensar que ha nacido para ser
feliz”.
Así estábamos. Por eso nos ha
venido bien esta revalorización del optimismo que nos trajo el futbol. Ha
servido para que nos sintamos patriotas, que es un sentimiento sano y muy positivo.
No tiene nada que ver con el sentimiento nacionalista aunque algunos, interesadamente,
se empeñen en convencernos de que son lo mismo.
El patriota expresa y celebra la
amistad con sus conciudadanos, sean como sean y piensen como piensen. El nacionalista
no. Los nacionalistas lo supeditan todo a
un supuesto interés nacional, incluso cuando éste represente los intereses de
una minoría poco o nada preocupada por el bien común. Consideran que España es
de su propiedad: un pueblo único, culturalmente homogéneo y puro desde el punto
de vista étnico. Si no comulgas con esa idea, te desprecian.
El patriotismo, en cambio, no es
excluyente, es integrador. Aporta un sentimiento de unión emocional que prescinde
de motivaciones ideológicas y se alegra del éxito, gobierne quien gobierne.
Apuesto que surgirán reproches en
el sentido de que es una pena que necesitemos del futbol para hacer de España
un solo equipo. Recurrirán a ese argumento quienes se empeñan en convencernos
de que somos peores de lo que somos, simplemente, porque no gobiernan los suyos.
Hay mil asuntos que mejorar, es
cierto, pero tampoco estamos tan mal como pretenden hacernos creer. Somos muy buenos
jugando al fútbol, es evidente, pero también en otras muchas cosas. En
tolerancia, potencial turístico, buena gastronomía y envidiables
infraestructuras. Somos un ejemplo en materia de donación de sangre, órganos y
trasplantes; una potencia en investigación oncológica y sanitaria y en biología
molecular. Somos el territorio con más reservas de la biosfera del mundo y el
segundo país con más Patrimonio de la Humanidad, sólo por detrás de Italia.
La valoración siempre es
subjetiva. En cualquier caso, solemos ser pesimistas en lo colectivo y
optimistas en lo particular. Por más que la España de hoy sea muy diferente a
la de hace unas décadas, seguimos valorándonos peor de lo que nos valoran
fuera. Dos informes, uno del Reputation Institute holandés y otro del Real
Instituto Elcano, que analizan el desarrollo económico, la calidad de los
servicios públicos, la seguridad personal, el estilo de vida y otras variables
sociales, nos otorgan una calificación de 74,6 puntos sobre cien. El país mejor
calificado es Suecia y obtuvo 82 puntos.
Tenemos motivos para estar contentos.
De ahí que muchos, la inmensa mayoría, lo estemos. Que intenten aguarnos la
fiesta resaltando como noticia que un jugador le afeó el saludo al Presidente
del Gobierno, retrata a los que insisten en fomentar el odio. Si el fútbol ha
conseguido que nos juntemos todos, sin atender a las indicaciones de con quién tenemos
que juntarnos, habrá que apuntarle otro éxito. Y no menor.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
¡Muy bueno!! Coincido plenamente.
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