El reciente acuerdo, para la
renovación del Consejo del Poder Judicial, apenas arreglará nada porque la justicia,
en este país, tiene difícil arreglo por no decir imposible. Seguirá en manos de
los de siempre, así que mejor nos encomendamos a la justicia poética. Es decir,
aquella en que los malvados acaban recibiendo el merecido castigo por una
casualidad del destino o un hecho fortuito.
En la Justicia Poética quien la
hace la paga sin necesidad de ir a juicio. Los jueces no son necesarios, de
modo que acabaríamos con la tontería de que se crean intocables. No hay ninguna
ley que impida hablar de ellos ni que les otorgue una condición especial, casi
divina, como pretenden hacernos creer. Sus acciones son criticables por más que
se sientan ofendidos cuando reciben críticas adversas. Solo faltaba que, además
de tener un poder inmenso, tuvieran el privilegio de impedir que opináramos
sobre lo que hacen. Especialmente sobre cuestiones que no les competen como creerse
garantes de la unidad de España o representantes de una voluntad popular que,
entienden, les encomienda hacer lo posible para que no prosperen determinadas
leyes.
Mejor sería que los jueces se
limitaran, solo, a lo suyo, que es interpretar y aplicar la ley conforme a su
literalidad y su espíritu. Para legislar ya están los políticos, que podrán
hacerlo mejor o peor, pero la Constitución no establece que los tribunales puedan
enmendarles la plana. Si lo que anhelan es legislar deberían presentarse a las
elecciones. No puede ser que hayamos pasado del ruido de sables al ruido de
togas cuando una ley no les gusta.
Que se haya llegado a un acuerdo
para que alguien que llevaba cinco años ocupando un puesto que le correspondía
a otro deje de ocuparlo, dice muy poco en favor de que pudieran estar
legitimados para impartir justicia y garantizar el cumplimiento del
ordenamiento jurídico. Pero ahí estuvieron no sabemos si solo por el sueldo o
por el sueldo y la propina de seguir en el machito. Eran perfectamente conscientes
de que estaban siendo utilizados como un contrapoder, pero se prestaban a ello
pese al descredito que suponía para la justicia.
A esta clara situación anómala, hay
que añadir la sospecha, fundada, de que algunos jueces están llevando a cabo
una guerra jurídica contra determinados políticos. Ni siquiera disimulan. Con
una mano van desactivando delitos graves que conciernen a los de su cuerda y
con la otra activan demandas infundadas que saben que no llegarán a ningún
sitio, pero son utilizadas para hacer ruido y crear dudas sobre la
honorabilidad de los encausados, alargando el tiempo de tramitación hasta que no
pueden estirarlo más y tienen que archivar la causa.
El favoritismo judicial es cada
vez más evidente como también lo es el supuesto carácter angélico de los jueces,
que se ha desvanecido de forma estrepitosa a ojos de la sociedad. Se lo han
ganado a pulso. Hace tiempo que algunos perdieron la vergüenza de tomar
decisiones en favor de una ya indisimulada ideología. Hay una casta judicial, corporativista
y torcida hacia la derecha, que tiene muy asumida la idea de que están aquí para
salvarnos.
El PP y el PSOE, celebran el
acuerdo como un triunfo, pero no es garantía ni esperanza de que vaya a cambiar
nada. Así que ya entenderán por qué me apunto a la justicia poética. La otra la doy por perdida.
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Milio Mariño