lunes, 1 de julio de 2024

Justicia poética

Milio Mariño

El reciente acuerdo, para la renovación del Consejo del Poder Judicial, apenas arreglará nada porque la justicia, en este país, tiene difícil arreglo por no decir imposible. Seguirá en manos de los de siempre, así que mejor nos encomendamos a la justicia poética. Es decir, aquella en que los malvados acaban recibiendo el merecido castigo por una casualidad del destino o un hecho fortuito.

En la Justicia Poética quien la hace la paga sin necesidad de ir a juicio. Los jueces no son necesarios, de modo que acabaríamos con la tontería de que se crean intocables. No hay ninguna ley que impida hablar de ellos ni que les otorgue una condición especial, casi divina, como pretenden hacernos creer. Sus acciones son criticables por más que se sientan ofendidos cuando reciben críticas adversas. Solo faltaba que, además de tener un poder inmenso, tuvieran el privilegio de impedir que opináramos sobre lo que hacen. Especialmente sobre cuestiones que no les competen como creerse garantes de la unidad de España o representantes de una voluntad popular que, entienden, les encomienda hacer lo posible para que no prosperen determinadas leyes.

Mejor sería que los jueces se limitaran, solo, a lo suyo, que es interpretar y aplicar la ley conforme a su literalidad y su espíritu. Para legislar ya están los políticos, que podrán hacerlo mejor o peor, pero la Constitución no establece que los tribunales puedan enmendarles la plana. Si lo que anhelan es legislar deberían presentarse a las elecciones. No puede ser que hayamos pasado del ruido de sables al ruido de togas cuando una ley no les gusta.  

Que se haya llegado a un acuerdo para que alguien que llevaba cinco años ocupando un puesto que le correspondía a otro deje de ocuparlo, dice muy poco en favor de que pudieran estar legitimados para impartir justicia y garantizar el cumplimiento del ordenamiento jurídico. Pero ahí estuvieron no sabemos si solo por el sueldo o por el sueldo y la propina de seguir en el machito. Eran perfectamente conscientes de que estaban siendo utilizados como un contrapoder, pero se prestaban a ello pese al descredito que suponía para la justicia.

A esta clara situación anómala, hay que añadir la sospecha, fundada, de que algunos jueces están llevando a cabo una guerra jurídica contra determinados políticos. Ni siquiera disimulan. Con una mano van desactivando delitos graves que conciernen a los de su cuerda y con la otra activan demandas infundadas que saben que no llegarán a ningún sitio, pero son utilizadas para hacer ruido y crear dudas sobre la honorabilidad de los encausados, alargando el tiempo de tramitación hasta que no pueden estirarlo más y tienen que archivar la causa.

El favoritismo judicial es cada vez más evidente como también lo es el supuesto carácter angélico de los jueces, que se ha desvanecido de forma estrepitosa a ojos de la sociedad. Se lo han ganado a pulso. Hace tiempo que algunos perdieron la vergüenza de tomar decisiones en favor de una ya indisimulada ideología. Hay una casta judicial, corporativista y torcida hacia la derecha, que tiene muy asumida la idea de que están aquí para salvarnos.

El PP y el PSOE, celebran el acuerdo como un triunfo, pero no es garantía ni esperanza de que vaya a cambiar nada. Así que ya entenderán por qué me apunto a la justicia poética.  La otra la doy por perdida.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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