Algunas consideraciones sobre el voto rebelde
Uno de los hombres más ricos del
mundo, el multimillonario Warren Buffet, dijo en una entrevista que no es
cierto que se haya acabado la lucha de clases. Según él, la lucha de clases sigue
igual vigente que a principios del siglo pasado, lo que pasa que su clase, la de
los ricos, se lo ha tomado en serio y está ganando por goleada.
Estoy de acuerdo. Los ricos, a
diferencia de los pobres, tienen mucho más claro quién defiende sus intereses. Votan
a la derecha y no les pasa por la cabeza votar a ninguna otra opción política.
Son de piñón fijo. Los pobres, en cambio, son más críticos y menos fieles. Los
hay que se desentienden y ni siquiera van a votar y otros votan sin pensar si lo que han elegido
les beneficia o no.
Además de críticos, los pobres son
muy orgullosos. Son capaces de votar a la derecha para demostrar que no tienen nada
que agradecer: ni las ventajas sociales que han conseguido, ni que les hayan
subido el salario mínimo un 47%, en los últimos años, o que hayan revalorizado las pensiones
como nunca se había hecho. A lo mejor no se oponen del todo a dichas medidas,
pero por lo que no pasan es porque suban los impuestos a los ricos, los bancos
y las eléctricas y ayuden a los inmigrantes y los más desfavorecidos. Suele
pasar que los que menos tienen están en contra de los que no tienen nada. Les
parece mal que reciban ayudas o subvenciones.
Defender la democracia incluye
aceptar que cada cual piense y vote lo que quiera por más que cueste entender
que personas que viven muy modestamente y no tienen posibilidades de salir de
esa situación, les rían las gracias a los que más tienen. Puede parecer
surrealista y, si me apuran, incluso cómico, pero muchas de esas personas no
solo les ríen las gracias a los ricos y los poderosos sino que también votan a
quienes los defienden y comparten con ellos su desprecio por los pobres.
Algunos justifican esa postura
diciendo que lo hacen por rebeldía. Quieren aparentar que se rebelan contra los
suyos como quien lo hace contra sus padres. Una excusa que no cuela porque votar
a la derecha y la ultraderecha, no puede explicarse con los mismos argumentos
que sirven para justificar que se pongan una arandela en la nariz, se tatúen un
rinoceronte en la espalda o beban hasta
vomitar.
Son, ya, muchos años
preguntándome por qué hay tantas personas que votan en contra de sus intereses.
Le habré dado mil vueltas y algunas respuestas encuentro pero, al mismo tiempo,
ninguna. Ninguna que sea sensata y no suponga el despropósito de tirar piedras
contra el propio tejado.
Quienes, sin tener un duro ni posibilidades
de salir de la clase social a la que pertenecen, la media baja o más baja, votan
a la derecha o la ultraderecha, en la creencia de que les irá mejor, deberían
plantearse si no estarán apuntando mal y renegando de su condición. Podrían
probar a darle la vuelta al refrán. Cambiar lo del obrero tonto de derechas y
pensar si no llamarían tontos a los ricos que votaran a la izquierda. Cosa que
los ricos no harán ni de broma, así que la tontería, la ignorancia y la idiotez
recaen, irremediablemente, sobre los que no hace falta nombrar.
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Milio Mariño