Cada vez se dice menos aquello de
que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera. Son como son hasta
que dejan de serlo. Ahí está, por ejemplo, la costumbre de mear de pie, que es tan
antigua como la vida misma y, por lo visto, quieren cambiarla. Que lo consigan,
o no, dependerá de todos y todas. Más de los hombres, claro, aunque no sería
justo que las feministas metieran baza e incluyeran dicha costumbre en su lucha
por la igualdad de género. La uróloga Francisca Chillón fue muy sincera al
respecto: “Si las mujeres tuviéramos la uretra por fuera también mearíamos de
pie. Aun así, pocas mujeres podrán decir que no han meado de pie alguna vez.”
La puntualización me parece
oportuna. Decir que los hombres todo lo
hacen mal, incluso mear, resta credibilidad al debate. Lo que no quita para que
sean los principales protagonistas de esta historia que no es nueva, ha vuelto
a las páginas de los periódicos por un estudio que se ha llevado a cabo en el aeropuerto
Schipol de Amsterdam. Un estudio que arrojó como resultado que los baños de los
hombres necesitaban cinco veces más limpieza diaria que los de las mujeres. Conocidos
los datos, hicieron la prueba de pintar una mosca, como señuelo dentro del urinario,
y los costos de limpieza disminuyeron un 80% el primer mes. Se conoce que los
hombres apuntaban mejor y había menos que limpiar.
No es ningún secreto que, para
muchos hombres, mear de pie representa la última frontera frente al feminismo
avasallador y es una línea roja que no
están dispuestos a traspasar. Defienden mantener la postura tradicional como si
fuera el último bastión de su masculinidad. Consideran que sería una humillación
que los obligaran a sentarse y hacer pis como las mujeres.
El debate, a favor y en contra,
daría para muchos folios y las cuestiones de higiene para muchos más. Habría
que diferenciar, lo primero, entre mear en casa o hacerlo fuera; en un sitio
público como una estación de autobuses, una gran superficie comercial, una
cafetería o un bar. Sitios en los que debería ser obligatorio que pusieran un
cartel, en la entrada de los baños, advirtiendo que vamos a enfrentarnos con un
ejército de estafilococos, estreptococos y otros cocos de la caca y el pis que
nos atacarán sin piedad.
En España sigue siendo excepción
encontrar un baño público limpio y desinfectado. En la mayoría de los casos, nada
más abrir la puerta, ya vemos que es impensable que alguien pueda sentarse en
la taza del váter. Una opción descartable incluso para las mujeres, que o bien
adoptan la postura del esquiador, que muchas practican salpicando incluso más
que los hombres, o gastan medio rollo de papel higiénico forrando un asiento en
el que seguramente se habrán posado cientos de nalgas sin que nadie pasara una
bayeta con lejía. Dejo aparte a quienes se olvidan de tirar de la cadena y
salen del váter silbando y mirando el WhatsApp .
Los humanos, en general, dejamos
bastante que desear, pero no nos damos cuenta hasta que no nos vemos reflejados
en los demás. Hace tiempo que en muchos países, como Alemania, Suecia, Japón y
hasta en Taiwán, impulsan una campaña en favor de la micción sentada. Aquí,
antes que eso, igual tendríamos que empezar por lo principal.
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Milio Mariño