lunes, 19 de junio de 2023

Sentado no es igual que de pie

Milio Mariño

Cada vez se dice menos aquello de que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera. Son como son hasta que dejan de serlo. Ahí está, por ejemplo, la costumbre de mear de pie, que es tan antigua como la vida misma y, por lo visto, quieren cambiarla. Que lo consigan, o no, dependerá de todos y todas. Más de los hombres, claro, aunque no sería justo que las feministas metieran baza e incluyeran dicha costumbre en su lucha por la igualdad de género. La uróloga Francisca Chillón fue muy sincera al respecto: “Si las mujeres tuviéramos la uretra por fuera también mearíamos de pie. Aun así, pocas mujeres podrán decir que no han meado de pie alguna vez.”

La puntualización me parece oportuna. Decir que  los hombres todo lo hacen mal, incluso mear, resta credibilidad al debate. Lo que no quita para que sean los principales protagonistas de esta historia que no es nueva, ha vuelto a las páginas de los periódicos por un estudio que se ha llevado a cabo en el aeropuerto Schipol de Amsterdam. Un estudio que arrojó como resultado que los baños de los hombres necesitaban cinco veces más limpieza diaria que los de las mujeres. Conocidos los datos, hicieron la prueba de pintar una mosca, como señuelo dentro del urinario, y los costos de limpieza disminuyeron un 80% el primer mes. Se conoce que los hombres apuntaban mejor y había menos que limpiar.

No es ningún secreto que, para muchos hombres, mear de pie representa la última frontera frente al feminismo avasallador  y es una línea roja que no están dispuestos a traspasar. Defienden mantener la postura tradicional como si fuera el último bastión de su masculinidad. Consideran que sería una humillación que los obligaran a sentarse y hacer pis como las mujeres.

El debate, a favor y en contra, daría para muchos folios y las cuestiones de higiene para muchos más. Habría que diferenciar, lo primero, entre mear en casa o hacerlo fuera; en un sitio público como una estación de autobuses, una gran superficie comercial, una cafetería o un bar. Sitios en los que debería ser obligatorio que pusieran un cartel, en la entrada de los baños, advirtiendo que vamos a enfrentarnos con un ejército de estafilococos, estreptococos y otros cocos de la caca y el pis que nos atacarán sin piedad.

En España sigue siendo excepción encontrar un baño público limpio y desinfectado. En la mayoría de los casos, nada más abrir la puerta, ya vemos que es impensable que alguien pueda sentarse en la taza del váter. Una opción descartable incluso para las mujeres, que o bien adoptan la postura del esquiador, que muchas practican salpicando incluso más que los hombres, o gastan medio rollo de papel higiénico forrando un asiento en el que seguramente se habrán posado cientos de nalgas sin que nadie pasara una bayeta con lejía. Dejo aparte a quienes se olvidan de tirar de la cadena y salen del váter silbando y mirando el WhatsApp .

Los humanos, en general, dejamos bastante que desear, pero no nos damos cuenta hasta que no nos vemos reflejados en los demás. Hace tiempo que en muchos países, como Alemania, Suecia, Japón y hasta en Taiwán, impulsan una campaña en favor de la micción sentada. Aquí, antes que eso, igual tendríamos que empezar por lo principal.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Milio Mariño