La vuelta al cole supondrá que alrededor
de ocho millones de niños y jóvenes vayan a estudiar una Historia, una
Geografía y una Literatura diferentes, según la Comunidad Autónoma en la que
residan. Cito tres y no sé si me quedaré corto, en cuanto a las asignaturas que
las Comunidades modifican a capricho, porque viendo los esfuerzos que hacen por
diferenciarse, y el nivel de locura al que hemos llegado, tampoco me extrañaría
que metieran mano a las matemáticas y, en algunas Comunidades, dos más dos
dejaran de ser cuatro. No lo descarten. En la geografía que se enseña en Canarias
apenas se da importancia a los ríos, porque allí no los tienen, y en los libros
de historia, que se estudian en Cataluña, se pasa por alto que los Reyes
Católicos existieron y se dice que Jaime I Rey de Cataluña, cuando lo era de
Aragón, emprendió la expansión de Cataluña por tierras hispánicas.
Que denuncie estos disparates no
significa que ponga en cuestión el Estado de las Autonomías, entre otras cosas
porque no me gusta el Estado centralista y porque pienso que las Comunidades son
fundamentales para acercar la política a los ciudadanos y para la estabilidad y
el buen gobierno de España. Pero, que piense así, no me impide ver que tenemos diecisiete
Comunidades Autónomas y diecisiete sistemas educativos distintos que, en su
afán por diferenciarse, cometen auténticas barbaridades. Barbaridades y
despropósitos como que en el pasado curso se hicieran de una sola asignatura,
Ciencias Sociales de 4º de Primaria, 25 ediciones diferentes.
Es cierto que los libros de texto
tienen que cumplir los criterios curriculares que marca el Ministerio de
Educación, pero también lo es que han de cumplir los criterios aprobados por
las Comunidades Autónomas. Y aquí es donde empieza el lio y se instala la
insensatez porque una materia como Matemáticas, que es neutra y debería estar
sujeta a pocos o ningún cambio, tiene hasta 19 manuales distintos para el mismo
curso. Manuales como el de Andalucía, en el que se dice que para explicar
geometría hay que poner como ejemplo la Alhambra.
Así estamos. El orgullo
patriótico, la exaltación de los símbolos y la reivindicación y sentimiento de
diferencia de cada Comunidad Autónoma, frente al resto de España, configuran
una realidad que evidencia la dejación del Estado en sus funciones de
supervisión y control del sistema educativo. El Estado no interviene, con el
pretexto de evitar conflictos, y el resultado es una caótica realidad que nadie
quiere abordar. Nadie, ni la clase política ni la sociedad hacen nada por solucionar
el desbarajuste actual y encontrar el lógico equilibrio entre las competencias
de las Comunidades y las del Ministerio de Educación.
Es lo que se echa en falta, que
sus señorías, de una vez por todas, aborden el modelo educativo con criterios
racionales y partiendo de una base común. Que se llegue a un verdadero pacto de
Estado, lo cual no quiere decir que se pida la homogeneidad absoluta, sino un
acuerdo básico que evite estar al albur de lo que legisle la ideología que ostente
el poder en cada momento y unos nacionalismos que están utilizando la educación
para marcar diferencias sin que les importe tergiversar la historia o la
ciencia.
No deberían permitirse los
caprichos de las Comunidades Autónomas en materia de educación. Habría que
acabar con ellos cuanto antes mejor.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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