Comparto la indignación popular por
el fallecimiento de las pasadas elecciones. Tampoco yo consigo explicarme por qué no ha
sido posible que los partidos políticos llegaran a un acuerdo para salvar de la
muerte lo que votamos hace seis meses. Así que bueno… Más que pesaroso, estoy
cabreado. Cabreado con todos porque ninguno, ni unos ni otros han tenido la
dignidad ni la valentía de decirnos cuales han sido las verdaderas razones por
las que han actuado como han actuado y, al final, han sido incapaces de
mantener con vida el mandato de las urnas.
Solo se oyen excusas. Excusas y
más excusas, aunque parezca evidente que, desde el primer momento, cada partido
se enrocó en lo suyo, los intereses particulares primaron sobre los generales y
las apetencias personales sobre la obligación de entender que todos tenían que
ceder para alcanzar un acuerdo. Pero que si quieres arroz Catalina. Los
dirigentes se dedicaron a dejar que pasara el verano y en cuanto a los partidos
políticos Ciudadanos quiso sustituir al PP y Podemos al PSOE.
Se había dicho, con alegría, que
uno de los grandes logros había sido acabar con las mayorías absolutas y el
bipartidismo. Que el bipartidismo se había acabado y era la hora de los
partidos bisagra. No contaban, supongo, con que la bisagra se convertiría en cerrojo
y volveríamos a lo de antes o, incluso, peor. Peor porque se pensaba que los partidos
mayoritarios se verían forzados a ser más modestos, pero nada ha cambiado. El
PSOE se ha mantenido igual de soberbio y el PP se ha fragmentado en tres, con
el agravante de que ha dado pie a que apareciera la ultraderecha.
Total, que hemos vuelto a los
rojos y los azules sin que fuera posible que el color original aceptara
mezclarse con otros colores. Por eso, ya lo dije antes, comparto la indignación
por el fallecimiento de las elecciones de abril y, además, estoy cabreado.
Siento una especie de malestar general, una sensación como de dolor de estómago
que no creo que vaya a desaparecer cuando empiece la campaña electoral. Al
contrario, vaticino que la campaña será la más absurda de los últimos años. No
habrá propuestas, lo único que dirán será vótame a mí porque los otros son
peores. Son malísimos, de ahí que la alternativa sea elegir al peor y no darle
el voto.
No parece, por tanto, que haya mucho
entusiasmo ni que la gente esté muy dispuesta para acudir, de nuevo, a las
urnas. De todas maneras, yo he votado siempre y volveré a votar en noviembre,
aunque mi voto de abril haya ido a parar a la morgue. Sé que no lo merecen,
pero no votar sería despreciar un derecho que nuestros padres y nosotros mismos
hemos conquistado a costa de muchas penalidades y tras muchos años de lucha y sacrificios.
Así que votaré por respeto a todo eso, por respeto a mí mismo y porque me
parece de buena educación. Como dar los buenos días, ceder el paso o sujetar la
puerta a un desconocido. No porque me vayan a convencer de que llegamos a donde
hemos llegado por culpa de alguien que fue muy malo. Todos han sido peores de
modo que lo que digan ahora, en el funeral de las elecciones, es como aquel que
va al tanatorio a contar chistes y decir tonterías.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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