La semana pasada, dos chavales de 14 años, que deberían estar en el instituto, asaltaron una vivienda en Bilbao y mataron a dos ancianos. Eso la semana pasada porque, en diciembre, otros dos adolescentes, de 13 y 16 años, asaltaron a un hombre, también en Bilbao, que acabó muriendo.
Tres muertes, causadas por cuatro niños, en apenas un mes es motivo para alarmarse y estar preocupados. No obstante, la explicación que dieron las autoridades fue que se trata de hechos puntuales y que la ciudad es segura. Solo reconocieron que la edad de los presuntos culpables, y la violencia que emplearon, puede ser motivo de alarma, pero matizaron que ambos casos suponen la constatación de un fracaso social en el que están implicados muchos estamentos de la sociedad y no solo el factor policial.
Dejando a un lado el factor policial, en el que prefiero no entrar, coincido con lo apuntado. Creo que la sociedad es culpable. No les oculto que en mi opinión debe pesar que ya me considero viejo. En casa me riñen y dicen que no diga eso, pero tengo 69 años y vivo de una pensión. De modo que llevo tiempo oyendo que soy un problema y una carga para el Estado. Carga en cuanto al costo de las pensiones, la mayor esperanza de vida, nuestras enfermedades y lo que, al parecer, hacemos con nuestros votos.
Como estoy atento a ese discurso, no se me olvida que Christine Lagarde dijo hace poco que los viejos vivimos demasiado y somos un riesgo para la economía global. Que hay que hacer algo ya, pues el coste del envejecimiento es enorme y resulta insoportable para los Gobiernos, las empresas y las compañías aseguradoras.
Desconozco qué es lo que propone la “joven” directora del FMI, pero imagino que no será nada bueno. Sus declaraciones vienen a sumarse al runrún social de que los viejos hemos salido mejor parados de la crisis y estamos hipotecando el futuro de los más jóvenes.
Es lo que se oye. Han ido desmantelando el antiguo paradigma de la vejez y lo han sustituido por esa idea de que los viejos sobramos. Así es que cada día se nos trata más como a parásitos sociales que como a integrantes de la sociedad. Y el primero es el Estado. El Estado insiste en responsabilizarnos de la incertidumbre que presenta el futuro y nos señala como culpables de las desgracias que nuestra presunta longevidad, ocasionará a las generaciones que vienen detrás.
Pueden buscar dónde quieran, en editoriales, artículos de opinión o dónde les apetezca, pero, hoy en día, no encontrarán ni una sola alabanza de la vejez. Los viejos somos señalados como una carga insoportable que solo genera problemas. Una carga para todos. Para el Estado, la familia y la sociedad en general. De modo que alcanzar, hoy, la jubilación equivale a convertirse en un enemigo público. Todavía no se dice en voz alta, pero la opinión soterrada es que los viejos duran una eternidad y deberían palmarla ya. El cambio de valores de la sociedad supone que se ha pasado de respetar a los viejos a despreciarlos, con las consecuencias que ello conlleva. Eso pensamos algunos. Pensamos que, en este aspecto, el mundo ha evolucionado, a peor. Pero no me hagan caso, son reflexiones de un viejo a quien riñen en casa por decir que lo es.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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