Gracias a los científicos Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young, galardonados, la semana pasada, con el Nobel de Medicina, sabemos que los seres vivos llevamos en nuestro cuerpo un reloj interno que está sincronizado con las vueltas, de 24 horas, que da la Tierra. Un reloj biológico que en vez de rubíes tiene células y hace que las funciones más importantes del cuerpo humano, como el sueño, ocurran rítmicamente alrededor de la misma hora del día.
Lo cuento porque, a mí, los relojes siempre me han fascinado. No se me olvida una cita de Cortázar en la que dice que cuando te regalan un reloj, no te dan solamente el reloj, sino que: “te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca”.
Cortázar hace una descripción perfecta del reloj de pulsera, pero los científicos nos han puesto en la pista de algo que creíamos fuera de nosotros y resulta que lo llevamos dentro. Las manecillas del reloj giran en nuestro interior y su latido, de tic tac, es cordial y tranquilizador, tal vez, para que nuestro cuerpo no perciba el tiempo como un flujo irresistible, sino como una onda plácida y cíclica que pauta y ordena nuestras vidas.
Si les digo que sospechaba que algo así debía ocurrir dirán que me tiro un farol. Aunque bueno, no sé ustedes pero un servidor tiene jugado a la broma de adivinar la hora antes de saber, por supuesto, que llevamos un reloj dentro. No voy a decir que acertara con una puntualidad suiza pero tampoco iba descaminado. Jugaba, y lo sigo haciendo, incluso de forma inconsciente, pues no les cuento la cantidad de veces que he despertado unos minutos antes de que sonara el despertador. Supongo que a todos nos ha pasado. Tampoco pretendo ser original. Lo traigo al caso porque el Nobel a los científicos, por ese descubrimiento de que llevamos un reloj dentro, casi coincide con el martirio de que a finales de este mes vuelvan con el cambio de horario. Un cambio, este de invierno, que dicen que no duele tanto porque ganamos una hora de sueño. Ganancia que nadie aprecia ya que, en realidad, no existe. El reloj que llevamos dentro seguirá su ritmo y lo más probable es que nos despierte sesenta minutos antes de la hora que habíamos puesto la alarma, en el reloj de la mesita de noche.
El cambio de horario, al que nos someten dos veces al año, conviene analizarlo teniendo en cuenta que la hora oficial no se corresponde con la solar. Fue en marzo de 1.94o, cuando España decidió adelantar los relojes para tener la misma hora que Alemania. Un error histórico que aún se mantiene y provoca desajustes en nuestra forma de vida.
Podrán cambiar el horario pero al cuerpo no hay quien lo engañe. El reloj biológico es el verdadero despertador del metabolismo, el que nos hace abrir los ojos por la mañana y activar las funciones más importantes. De modo que ahora que los científicos han descubierto que llevamos un reloj dentro, lo sensato sería que las autoridades dejaran de imponernos un horario. Antes que a un presunto ahorro energético habría que atender al horario del reloj del cuerpo.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Milio Mariño