lunes, 26 de junio de 2017

Escenas del verano

Milio Mariño

La semana pasada se decía en este periódico que las elevadas temperaturas, las más altas alcanzadas en los últimos años por estas fechas, dejaban escenas como la que aparecía en una foto en la que se veía a varias monjas en la playa de Salinas bañándose con sus hábitos para refrescarse de los calores de junio.

El motivo me pareció exagerado. No voy a negar que hiciera calor a manta pero atribuir el baño de las monjas a los calores de junio podría llevarnos a imaginar qué sería lo siguiente. No, no creo que fuera por el calor. Debió ser que las monjas tenían ganas de bañarse e hicieron bien. Lo único que el fotógrafo se sorprendió cómo me sorprendí yo, el verano pasado, cuando me encontré con una excursión de monjas que hacían el descenso del Sella en canoa. Fue muy llamativo verlas con sus hábitos metidas en aquellas canoas, pero allí estaban, pasándoselo en grande.

A lo que voy es que no creo que nadie, ni en el Sella ni el otro día en Salinas, se escandalizara por ver a las monjas, con sus hábitos, remando o bañándose en la playa. No lo creo, pero habría que ver si la reacción hubiera sido la misma en caso de tratarse de unas musulmanas con su “burkini”.

¿La diferencia? Pues no sé, tal vez solo en el ojo del que mira. El “burkini” suele ser de colores más alegres pero en esencia es lo mismo que un hábito. Tapa lo mismo y deja ver lo mismo. Quiero decir que en la prenda no estaría la diferencia sino en el trato de quienes miramos.

En algunas playas de Francia, por ejemplo en Cannes, están multando a las mujeres que van demasiado tapadas, y en Cataluña se empiezan a prohibir los “burkinis”. Ya ven lo que son las cosas, antes lo habitual era justo lo contrario, que multaran por enseñar carne en exceso. Pero resulta que ahora, los mismos que defendían el derecho de la mujer a llevar bikini, o ir en top-less, son los que atacan que pueda taparse, como si ir en bolas fuera una seña de identidad occidental.

Entiendo que si no nos escandaliza que una monja pueda bañarse, tapada, en la playa, tampoco debería escandalizarnos que pueda hacerlo otra persona a la que le da la gana. Ese sería el matiz. “Que le da la gana”. Si fuera una imposición ya sería otro cantar. No se puede aceptar que una mujer vaya vestida de pies a cabeza porque lo exija su padre, el marido, o el Papa. Si lo hace libremente ¿quiénes somos nosotros para decirle que no puede llevar la ropa que le apetezca? Si no se puede obligar a nadie a taparse, tampoco se le puede obligar a destaparse.

Con todo, supongo que habrá monjas a las que llevar hábito en la playa les de cien patadas. Monjas que preferirían ir “de paisano”, sin llamar la atención y sin perder, por ello, la virtud ni los votos.

Los tiempos es cierto que cambian, pero no tanto. En eso coincido con un amigo que el otro día, cuando el periódico publicó la foto y estábamos hablando del tema, me preguntó si creía que las monjas se depilan. No supe qué contestar. Yo creo que sí, dijo. Fíjate que antes, cuando éramos niños, todas llevaban bigote y ahora ni una lo lleva.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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