Pronto hará cien años, en mayo de 1917, que los niños Francisco,
Lucía y Jacinta, cuidaban de sus ovejas, en la parroquia portuguesa de Fátima, cuando
se les apareció la virgen y les hizo el encargo de que rezaran muchos rosarios
para la conversión de Rusia. Debieron rezarlos porque Rusia, que era roja y
comunista, se volvió rosa y burguesa y pasamos del miedo a los rusos a la
bendición de que veraneen en Marbella y gasten aquí muchos rublos.
Aquello del miedo a Rusia pasó a la historia. Hace ya mucho
tiempo que nadie teme a los rusos. Pero no importa, los gobernantes siguen
necesitando el miedo para mantenernos sumisos. Y como en España, al parecer, no
hay miedo bastante para perpetuar a Rajoy, ahora lo importan de Venezuela.
Suena a chiste pero es así. El miedo al paro, la pobreza, los
salarios de miseria y las pensiones de quinientos euros, suman un miedo
doméstico que puede dar como resultado que votemos lo que no tenemos que votar.
De ahí que hayan pensado que lo que nos
da miedo, de verdad, no es caer en la pobreza o tener un Presidente que se
esconde detrás de una televisión de plasma sino uno que salga vestido de
chándal, igual que Vicente del Bosque. Por eso insisten en compararnos con
Venezuela.
Ese cómico empeño, por situarnos en El Caribe, se demuestra,
solo, con un dato: En mayo, los informativos de TVE dedicaron 71 minutos a
Venezuela y 31 al paro. Tiene su lógica porque, según Rajoy, Venezuela se ha
convertido en una seria amenaza para nuestra seguridad. No es el único, también
piensan lo mismo Juan Luis Cebrían, ahora que acaban de regalarle una
petrolera, Albert Rivera, de quien dicen que se apellida Repsol, y hasta Felipe
González, asesor de Gas Natural, amigo del fallecido ex presidente venezolano Carlos
Andrés Pérez y de otros respetables que aparecen en los Papeles de Panamá.
Venezuela ha pasado a ser tan importante que nuestros medios
apenas tienen espacio para informarnos de lo que ocurre en España. Un país
gobernado, en funciones, por gente de bien que insiste en que no tuvo, ni tiene,
nada que ver con Bárcenas y Granados, dos gamberros de barrio que montaron la
financiación irregular del PP, la Caja B y las mordidas del 20% en Madrid, porque
a los de la capital, por algo les dicen chulos y no iban a conformarse con el
3% de Cataluña. Tampoco se habla de los sobres y sobresueldos ni de los
ministros con sociedades y cuentas corrientes en Paraísos Fiscales. No se habla
porque no somos un país bananero gobernado por un partido, acusado de corrupción,
que ha tenido que pagar una fianza para librarse del trullo.
De lo que se habla, el principal argumento de quienes insisten
en compararnos con Venezuela, es que España está muy bien como está. Dicen que,
aquí, puede que haya paro y corrupción y que unos lleguen a fin de mes y otros
no lleguen ni a la mitad pero no hay restricciones. Cada cual puede comprar lo
que quiera. Todo lo contrario que en Venezuela, donde, por escasear, hasta
escasea el papel higiénico y tienen que limpiarse el culo con calcetines. Una
vergüenza. Por eso nos dicen, a todas horas, que tenemos que pensarlo bien
antes de votar. Nadie quiere, para los suyos, una humillación así.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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