Por más que suene a tópico, muchas familias habrán tomado, ya, precauciones para que la cena de Nochebuena no acabe en bronca. Muchas esposas, madres, suegras y abuelas, porque las mujeres son las que están en estas cosas, habrán dictado normas a propósito de lo que podrá, y no podrá, decirse en la mesa. No la armes que te conozco. No se te ocurra hablar de política, ni de fútbol, ni de la mierda de coche que compró tú cuñado, o lo que hiciste en tus años mozos. No vuelvas con eso de que los de derechas son unos fachas, ni cuentes la historia de que las libertades y el bienestar que tenemos se debe a lo que algunos luchasteis cuando erais jóvenes. No mires a los chicos y digas que, ahora, los jóvenes son bovinos y la universidad un páramo donde pastan en rebaño. Olvídate de lo tuyo y de ese conformismo que insistes en denunciar. Haz un esfuerzo y tengamos la fiesta en paz.
Consejos como estos, o muy parecidos, se habrán oído, ya, en muchos hogares y se oirán, más todavía, a medida que se acerque la fecha. Nadie quiere que la cena de Nochebuena acabe en bronca. Yo tampoco, pero pienso que la prevención, en este caso, no es efectiva. Las discusiones, a lo mejor, se evitan, pero el remedio es peor que la enfermedad. Obliga a que prescindamos de ser como somos y exige, incluso, que el tonto de la familia, que en todas las familias lo hay, sea menos tonto de lo que, en él, es habitual. Así que el esfuerzo será tan grande que provocará un incómodo fastidio y hará que la cena parezca una convención de estreñidos. Será como si todos acabaran de conocerse y no hubieran hablado nunca. De modo que la cena podrá estar riquísima pero, en cuanto alguien rompa el silencio con un cumplido, o una frase hecha, habrá codazos y atragantones, por aquello de lo mucho que cuesta tragar ciertas cosas.
El objetivo tal vez se cumpla, a lo mejor nadie discute, pero la realidad se habrá convertido en ficción. Nada será real. Quienes hayan dictado las normas sonreirán felices, pero estarán presidiendo la cena de una familia que no es la suya. Sus buenos propósitos habrán servido para que los presentes incuben un sufrimiento que no podrán aliviar ni frotándolo con alcohol.
Por ahí no vayas, cuidado con ese chiste, ojo con ese tema… Quizá evite que nos portemos como una familia de jabalíes, pero cenar así supone una penitencia que dispara el fuego gástrico y produce efectos indeseables. Lo contrario de lo que quieren los anfitriones, cuya ilusión es que seamos felices y quizá no reparen en que la felicidad no se logra alquilando una personalidad como quien alquila un traje para ir de fiesta. Cada uno tiene que ir con lo suyo: con sus obsesiones, fantasías, deseos y rencores. Con todo lo que lleva puesto porque una cosa es llevarlo con educación y otra dejarlo en el perchero antes de sentarse a cenar.
A mi marido le gustan las lentejas, dijo aquella señora mientras comía langostinos. Y los langostinos, que son muy suyos y no estaban advertidos, montaron la de dios es cristo. Así que ya les digo: por mucho que tomemos precauciones, al final puede liarse. Pero no pasada nada, la Nochebuena tiene estas cosas.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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