Nos han inyectado, en vena, tantos casos de corrupción que si les digo que don Agustín Iglesias Caunedo justifica el pago de los viajes a Croacia, Florida y Nueva York con un dinero que le dieron sus tías, seguro que más de uno se apunta a que las tías son las del puticlub y no las del parentesco. Pocos tendrán en cuenta, porque tal vez no lo sepan, que las tías de Caunedo tenían motivos para obsequiar a su sobrino pues, justo ahora, con 44 años cumplidos, acaba de terminar la carrera de derecho en la Universidad Alfonso X El Sabio, que para eso es privada.
Cito lo de Caunedo porque nos hemos vuelto de un escéptico que tanto da que alguien ponga a sus tías por testigo como que justifique que la fortuna que aparece en su cuenta corriente procede de un tío suyo que vive en América. Ya no creemos ni aceptamos nada: ni justificaciones, ni errores ni disculpas. Nos han metido tanta mierda en el cuerpo que no podemos vivir sin la dosis diaria de porquería. Sin la anfetamina de algún chanchullo, los esteroides de la prevaricación y el cohecho, o la testosterona de que cualquier listo le birle a Montoro un par de millones en impuestos.
Así estamos. Con un consumo de corrupción per cápita que la fiscalía no da abasto para facilitarnos la dosis diaria. Cada vez hay menos género y lo que hay es más flojo. Lo último, lo que acaban de sacar estos días, son los fraudes en el deporte y en la industria del cine. El fraude de Marta Domínguez, atleta y senadora del PP, culpable de haberse dopado y haber manipulado su pasaporte biológico. Y el, todavía, presunto fraude de las películas que no las veía ni El Tato y, para pillar subvenciones, presentaban un cargo en taquilla que convertía en obras maestras títulos como: “Los Muertos no se tocan, nene”, o “Don Mendo Rock ¿La venganza?”, que parecen pensados adrede para evitar que alguien cometa la locura de pagar cinco euros por una entrada.
El problema es que no hay actividad ni estamento que no tenga algo encima. Vivimos en un país en el que cada cual anda a lo que pilla porque se ha impuesto que aquí el que no roba es porque no puede. Acaba de definirlo muy bien el Papa Francisco: “La Corrupción es como la droga”. Y no solo eso sino que fue más allá y apuntó que esa práctica llega a convertirse en una dependencia: "Comienza quizás con un pequeño sobre, pero es como la droga, ¡eh!", alertó.
Considerar que la corrupción es una droga, ya ven que no es de cosecha propia. Pero como tampoco quiero que piensen que me aprovecho de lo que dijo el Papa, no haré ninguna insinuación, ni siquiera velada, a propósito del país y el partido político que pudo servirle de inspiración. Tomo nota y añado el detalle a la coincidencia de que Monedero se toque la nariz cuando habla de Albert Rivera.
Al final, tengo que volver a insistir sobre lo mismo. De un modo u otro, todos estamos drogados. Tenemos tanta corrupción en vena que el mono de la dependencia nos empuja a seguir consumiendo, solo que con más garantías higiénicas. Ese va ser el cambio que anuncian para diciembre. Seguiremos inyectándonos lo mismo, pero no usaremos la misma jeringuilla.
Milio Mariño / Articulo de Opinión / Diario La Nueva España
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